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17.01.18

Papa izquierdista

(El Líbero) Dejando ver que prefiere interactuar con el gobierno saliente de izquierda que con el gobierno entrante de derecha que fue legítimamente electo, Francisco realiza un innecesario desaire al sistema democrático chileno. A su vez, al no insistir en involucrar al Presidente electo en las actividades con el Jefe de Estado del Vaticano, el gobierno de Bachelet también viola una tradición democrática de respeto por la voluntad popular.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Resulta 

 incomprensible que, habiendo un Presidente electo democráticamente que está a semanas de asumir el poder, ni el gobierno saliente de la Presidenta Bachelet ni el equipo del Papa Francisco hayan considerado apropiado incluir a Sebastián Piñera en alguna de las actividades oficiales de la visita papal a nuestro país. Porque se supone que el Papa es el líder espiritual de todos los católicos —y no sólo de los católicos izquierdistas—, resulta lamentable que esta gira se haya contaminado con las divisiones de la política chilena cotidiana. Como todavía hay tiempo de enmendar el error, sería óptimo que, antes de salir del país, Francisco se entrevistara también con Piñera, toda vez que las relaciones entre el Estado Vaticano y el Estado de Chile pronto serán manejadas por representantes de ambos jefes de Estado.

Al ser el líder religioso de la Iglesia con más feligreses en Chile y, a la vez, ser el jefe del Estado Vaticano, la visita de Francisco combina elementos religiosos y políticos. Si bien esta vez ha generado menos interés —y más polémica— que la primera visita de un Papa, realizada por Juan Pablo II en 1987, es innegable que la llegada de Francisco es bastante más importante que la de casi cualquier otro jefe de estado extranjero. Hay pocos Presidentes que logran despertar la atención —y generar el tipo de polémicas— como él. Tal vez sólo Donald Trump, el controversial Presidente estadounidense, generaría más cobertura mediática. Aunque, probablemente, esa visita generaría muchas más reacciones negativas que las que ha generado la llegada del líder de la Iglesia católica.

Pero, más allá de las pasiones a favor y en contra que despierta la visita del Papa —dada las doctrinas, políticas y estrategias que ha privilegiado la iglesia en temas controversiales y las que ha defendido el propio Pontífice— hay una dimensión de visita de Estado que no se puede olvidar. El Papa es el líder del Estado Vaticano y, como tal, debiera actuar de forma consecuente con lo que se espera de los jefes de Estado en visitas diplomáticas a países amigos. Entre esas expectativas destaca la formalidad de reunirse con las autoridades locales. Cuando el país atraviesa una transición política entre dos administraciones democráticamente electas, también es costumbre que los visitantes se reúnan con las autoridades a punto de asumir. Al irrespetar esa loable tradición diplomática, el Papa envía un mensaje político impropio para una autoridad religiosa.

Dejando ver que prefiere interactuar con el gobierno saliente de izquierda que con el gobierno entrante de derecha que fue legítimamente electo, Francisco realiza un innecesario desaire al sistema democrático chileno. A su vez, al no insistir en involucrar al Presidente electo en las actividades con el Jefe de Estado del Vaticano, el gobierno de Bachelet también viola una tradición democrática de respeto por la voluntad popular. Después de haberse comportado ejemplarmente al realizar una llamada telefónica a su sucesor democráticamente electo la misma noche de la elección y haberse reunido con él al día siguiente, Bachelet mancha innecesariamente su legado no incluyendo a Piñera en las actividades oficiales de la vista de Francisco.

Por cierto, resulta admirable la actitud de Piñera, que optó por no convertir esta injustificada descortesía en un conflicto con el gobierno saliente en circunstancias de que tenía todo el derecho a alzar su voz para pedir ser incorporado a las actividades oficiales. Aceptando que tanto el Papa como el gobierno de Bachelet se querían dar un gustito, Piñera simplemente no se compró el agravio. Considerando las múltiples veces que su incontinencia mediática y su oportunismo lo han llevado a cometer errores no forzados, la comedida actitud que ha demostrado en esta ocasión habla muy bien de él.

En su calidad de líder del credo religioso con más seguidores en Chile, el Papa seguramente defenderá posiciones valóricas y políticas que generarán controversia. Eso es inevitable, en tanto él es el líder espiritual de una iglesia cuya doctrina a menudo choca con la creciente secularización de la sociedad y los valores humanistas que cada vez se imponen con más fuerza entre los chilenos. Por eso mismo, lo que diga el Papa ahora tendrá menos repercusión que lo que dijo Juan Pablo II hace 30 años.

Ahora bien, como muchos otros actores de la elite política y social mundial, la reputación del cargo y la influencia del Papa también van a la baja. Por eso, si bien es inevitable que haya polémica por alguno de sus mensajes, por sus acciones y omisiones, y por las políticas que impulsa la Iglesia en Chile, resulta perfectamente evitable que, en tanto jefe de Estado del Vaticano, el Papa ofenda la institucionalidad democrática del país al, aparentemente, enviar el mensaje de que él es un Papa de izquierda, y optar por no reunirse con el Presidente electo Sebastián Piñera.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)