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21.05.18

Las tres paradojas que expuso la crisis económica de Cambiemos

(TN) La tensión cambiaria y el pedido al FMI evidenciaron varias contradicciones, tanto del Gobierno como del kirchnerismo.
Por Marcos Novaro

(TN) Superado de momento el pico de la crisis, queda ahora en primer plano la batalla por las interpretaciones: quién va a dar la explicación más convincente sobre lo sucedido, sobre lo bien o mal que cada actor se desempeñó durante la emergencia y lo que aportó en su solución.

Argumentos oficialistas y opositores al respecto ya hay muchos en circulación. Y los más trajinados son en general bastante obvios: que el FMI no es del agrado de la mayoría y pocos creen que haya sido conveniente haber recurrido a él, que el Gobierno pecó por exceso o por defecto en su programa económico por lo que la confianza en el gradualismo y la moderación se debilitó, y que la escena ha quedado más polarizada entre un Gobierno obligado a justificar ajustes de gastos más profundos, y hacerlos rápido, y una oposición más unificada en torno a posiciones críticas y distantes del programa oficial.

La realidad es de todos modos más dinámica que lo que esas premisas interpretativas suponen, y hay que ver cómo evolucionan las cosas. Si dentro de unas semanas la estabilidad y la calma vuelven a imperar, y se desmienten los pronósticos más pesimistas sobre los efectos de la crisis en la economía real, ¿no pasará la sociedad a premiar la capacidad del oficialismo, e incluso del FMI, de garantizar la gobernabilidad económica? ¿No podría tener eso un efecto legitimador sobre el endurecimiento del programa oficial y deslegitimador de las críticas por su costo social? Muchos opositores, cebados con la idea de que el espiral de la crisis continuaría, tal vez se arrepientan entonces de no haberse mostrado más colaborativos con la gestión de las políticas de contención.

A eso sumemos la paradoja de que unos cuantos de los argumentos que viene agitando la oposición se acomodan bastante bien a las necesidades argumentales del oficialismo, más que a las de fundamentar una visión alternativa de nuestros problemas. Sólo que el Gobierno tardó en darse cuenta. Ahora que está templándose para un debate que seguramente va a tener que dar remando contra la corriente de la confianza pública, no le vendría mal aprovechar esa involuntaria ayuda que le ofrecen una vez más los opositores.

Primera paradoja: Macri insiste en decir que en setenta años no pudimos sacarnos de encima la mochila del déficit fiscal; pero eso es falso, logramos durante varios años que no hubiera déficit, uno durante el menemismo, 1992, y lo que es más curioso, varios, la mayoría, bajo el kirchnerismo, entre 2003 y 2008. ¿Por qué el kirchnerismo en particular y el peronismo más en general no han reivindicado ese mérito como deberían, ni han hecho ningún esfuerzo por corregir al actual presidente?

Tal vez porque su última presidente liquidó en 2009 ese superávit y volvió a hundir al país en el déficit crónico sin necesidad, por mera ignorancia y urgencias políticas de corto plazo. Porque los miembros de ese partido nunca creyeron que el superávit de las cuentas públicas fuera un gran mérito, así que no lo añoran. Y por último porque no creen que Macri pueda restablecerlo sin recortes impopulares y una recesión aguda: si "la derecha" quiere encarar esa batalla contra el déficit allá ella, las mayorías populares no se lo van a agradecer, suponen.

No advierten entonces lo muy expuestos que quedan a las críticas por su "irresponsabilidad fiscal" y su "incapacidad para administrar la escasez", aún dirigentes que lo han hecho bastante bien en sus distritos.

Segunda paradoja: quienes más han insistido en que el Gobierno debería haberse endeudado menos fueron los kirchneristas, al denunciar una toma de deuda descontrolada que nos iba a terminar asfixiando, que deterioraba las cuentas públicas porque cada peso que se recortaba de gasto más que se compensaba con un peso o dólar más de intereses; a todo lo cual la crisis desatada dio en parte la razón. Incluso bastante antes de lo que esperaban: la desconfianza de los mercados ante la velocidad impresa al endeudamiento público tuvo sin duda un papel central en las corridas de las últimas semanas. Sólo que quien sacó la conclusión más razonable de esa conexión fue el Gobierno: precisamente como ya no podemos endeudarnos no queda otra que acelerar el ajuste y reducir lo más rápido posible el déficit.

¿Si la oposición ayudó tan decididamente a convertir en mala palabra el exceso de endeudamiento, quién desde ese campo va a poder refutar la lógica consecuente del ajuste inescapable? ¿Su rechazo al mundo financiero no contribuyó así a cerrar la puerta a la única vía que todavía existía para sostener el populismo del gasto y entregarnos en manos de la más dura ortodoxia?


Tercera y por ahora última paradoja: con su proyecto sobre tarifas el peronismo en pleno está dando curiosamente continuidad al tan largo como oneroso esfuerzo hecho durante el ciclo kirchnerista por atraer a votantes medios metropolitanos distribuyéndoles enormes partidas de presupuesto. Pese a que es tan improbable que logre así seducir a la mayoría de esos votantes como lo fue en los pasados quince años. Y en cambio pierde así la oportunidad de complicarle al Gobierno la llegada a los votantes del interior y de la periferia de las grandes ciudades, la base más segura de la oposición y la que ella más debería cuidar.

¿No queda demasiado en evidencia de este modo el carácter regresivo del esfuerzo por mantener los subsidios, sobre todo al consumo de energía, gas y electricidad? ¿Cómo sorprenderse que hasta el Fondo Monetario aproveche la negociación con Argentina para sacar patente de progre, proclamando su interés en un "crecimiento sostenido e inclusivo" que garantice "una sólida creación de empleo" y proteja a "los estratos sociales más vulnerables"? Falta que Macri lo imite y abrace el "modelo productivo de matriz diversificada e inclusión social".

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)