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24.05.18

Mauricio Macri trata de quedar bien con Dios y con el diablo

(TN) Nicolás Dujovne tuvo un flojo comienzo como superministro. ¿Tiene ambición política, garra para pelear por el poder y conservarlo?
Por Marcos Novaro

(TN) Como a la gente lo de ir al Fondo no le gustó, y le va a gustar menos el alza de la inflación que se viene, el Presidente buscó compensar y recuperar algo del apoyo social perdido promoviendo en el Senado la rebaja del IVA a los servicios. Iniciativa que complica y estira aún más el debate sobre tarifas en el Congreso, lo contrario de lo que le conviene al gobierno. Y que además no se sabe si va a conformar a los usuarios, tampoco si va a convencer a los gobernadores de ser más solidarios y “compartir el ajuste”, pero sí probablemente será vista en el FMI y en la City como un gesto ambiguo en el terreno que él mismo definió como la madre de las batallas, achicar el déficit.

La semana había arrancado con un gesto inédito del Presidente: una fuerte delegación de autoridad de su parte en beneficio de uno de sus ministros, Nicolás Dujovne, y en perjuicio de la Jefatura de Gabinete. Aún más sorprendente si se tenía en cuenta la razón del arribo de Dujovne a Hacienda año y medio atrás: sacar del medio a un ministro que había pretendido ejercer su función con autonomía y con la pretensión de llevarla mucho más allá de una mera oficina de hacienda. Pero bueno: ahora las circunstancias mandaban por encima de las preferencias de diseño y jerarquía del vértice oficial.

Sin embargo, también en este terreno el Presidente quiso de inmediato compensar. Así que permitió, o directamente ordenó, que a la reunión inaugural de coordinación del gabinete económico asistieran Quintana y Lopetegui. Y que a continuación, el primero, excoordinador desplazado por Dujovne y por muchos señalado como bastante deficiente en esa función, recorriera todos los medios de comunicación explicando su visión del asunto, así como su versión sobre las denuncias que se le plantearon también en estos días por su relación con una cadena de farmacias.

Al jefe de Hacienda no debió gustarle que en su primer día al frente de sus alumnos tuviera que compartir el aula con dos inspectores de la dirección. Ni que Quintana robara protagonismo en los medios. Tampoco que justo cuando arrancaba con su nuevo rol apareciera de la nada el mencionado proyecto sobre el IVA de los servicios, que encima primero se atribuyó a senadores oficialistas. Luego, el gobierno a través de Frigerio, y no de Dujovne, reconoció como propio el proyecto. ¿Si tenía acaso algún sentido avanzar con esa idea no era razonable que la anunciara el ministro coordinador, permitiéndole estrenar la función tomando una decisión concreta, buena o mala, y no solo llamando a reuniones? ¿O es que él no la conocía, o la conocía pero no la compartía?

Para peor, estas no fueron las únicas dificultades en la puesta en marcha del nuevo esquema de poder. Había demasiada gente en esa mesa redonda pensada para redistribuir roles en el gabinete. Y resultó por tanto difícil imaginar que de allí fuera a surgir una autoridad ordenadora. También porque además de un exceso, se evidenció allí una falta: a casi todos los asistentes les falta un rasgo que, para encarar tareas impopulares en momentos difíciles es imprescindible. Un rasgo que nunca abundó en este gabinete, y se fue diluyendo desde la partida de Prat Gay: ambición política, garra para pelear por el poder y para conservarlo. ¿Dujovne la tiene?

Otra imagen difundida en estos últimos días lo muestra en la misma mesa redonda que usó el lunes, en su despacho, pero cumpliendo un rol casi opuesto: parece un alumno amedrentado, sentado solo a un lado de la gran mesa, frente a un comité examinador conformado por seis maestros del oficio, ya entrados en años todos ellos, con mucha, tal vez demasiada experiencia en sus espaldas: están allí Kiguel, Bein, Arriazu, Broda y un par más. Esos experimentados analistas pueden ayudarlo a recuperar parte de la confianza perdida en los mercados. Es lógico que se reúna con ellos y los escuche. Pero no es buena señal que ahora se muestre casi a merced de estos personeros del círculo rojo, después de que el gobierno ignorara sus opiniones por dos largos años.

El fondo de la cuestión, y lo que realmente debería preocupar tanto a Dujovne como a Mauricio Macri, es que el centro moderado que hasta aquí sostuvo al gobierno se encuentra asediado por los dos flancos: de un lado, el mercado, y sus intérpretes privilegiados, le reclaman que abandone del todo el gradualismo y demás zonceras; del otro los consumidores, asalariados y también buena parte del empresariado le reclaman que se mantenga fiel a la promesa de buscar soluciones que minimicen los costos. ¿Esa polarización lo va a seguir debilitando, hasta obligarlo a cambiar mucho más de lo que hasta aquí aceptó cambiar?

El Presidente por ahora se esmera en cambiar lo mínimo necesario, para preservar no solo a su equipo sino lo más posible de su programa inicial. E insiste en que se puede reducir más rápido el déficit y aún crecer, seguir combatiendo gradualmente la inflación y todavía generar empleo. Pero después de la corrida cambiaria no puede ignorar que lo que lo acerca a cada uno de estos objetivos lo aleja de los demás, y cada gesto que hace en una dirección le complica la vida en los otros frentes. Los auditorios están todos muy sensibles, le reclaman más de lo que está dispuesto a dar por ahora. La cuestión es si con algo de tiempo esa ansiedad remitirá, o el centro seguirá debilitándose hasta que no quede otro remedio que dar un giro mucho mayor, de política, de diseño y de personal.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)