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19.10.18

Entre Chávez y Bolsonaro

(El Líbero) Afortunadamente, son muchos más los políticos chilenos que siguen distanciándose de figuras con rasgos autoritarios que prometen soluciones inmediatas con un discurso personalista que lleva a la gente a creer que la democracia y el desarrollo dependen más de ellos que de las instituciones sólidas.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Resulta incomprensible que, después de que las democracias latinoamericanas han producido tantos líderes personalistas que, con sus inclinaciones mesiánicas, dejaron de respetar las instituciones democráticas, todavía haya políticos chilenos que salgan corriendo a tomarse la foto con la versión más reciente del típico caudillo autoritario.Porque esa película ya la vimos tantas veces, y siempre terminó mal, éstos debieran demostrar que aprendieron las lecciones de la historia y que hoy rechazan a este tipo de cabecillas.

En vez de construir una democracia de instituciones, muchos países de América Latina han intentado construir democracias a partir de liderazgos personalistas que a menudo devienen en autoritarismos. Si bien históricamente hubo partidos personalistas en la región, la decreciente identificación con partidos políticos ha alimentado la aparición de líderes que prometen solucionar personalmente los problemas que aquejan al país. Lamentablemente, el fenómeno del caudillismo —y su acepción más amplia y confusa de populismo— no se circunscribe a un solo sector político. Tanto la izquierda como la derecha son susceptibles a caer presa de la fascinación con liderazgos caudillistas —o, porque no existe un mejor término, populistas.

Por cierto, el concepto de populismo ha sido sometido a un estiramiento conceptual tal que significa demasiadas cosas distintas para mucha gente. Las definiciones de populismo son tan variadas que el concepto no es útil —es un significante vacío. Usar la palabra populista es como usar la palabra huevón en Chile: su significado depende del contexto, de la entonación y, muchas veces, de la interpretación que le dé la audiencia. 

La versión más reciente de un liderazgo populista es Jair Bolsonaro, el ex militar que obtuvo un 46% de la votación en primera vuelta en Brasil y que, de no mediar una gran sorpresa, ganará la segunda vuelta el 28 de octubre.  Después de haber sido diputado por 28 años con una discreta carrera legislativa, Bolsonaro se agarró del discurso de la ley y el orden para presentarse como un candidato presidencial fuera del sistema. Habiendo militado en 8 partidos en sus 7 periodos legislativos, Bolsonaro ha demostrado ser cualquier cosa, menos un constructor de consejo o un político capaz de construir equipos. Es verdad que no sabemos si Bolsonaro se convierta en un presidente serio y responsable que ayude a fortalecer la democracia y las instituciones. Si eso llega a ocurrir, no solo se beneficiará Brasil, sino que todo América Latina podrá respirar aliviada. 

Aunque sus posiciones conservadoras moralmente —y, solo en meses recientes, liberales en política económica— lo hacen fácilmente identificable como un candidato de derecha, su estilo autoritario, personalista y mesiánico hace recordar la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1998. Al igual que Chávez, Bolsonaro se cuelga del desprestigio de la clase política y promete que, gracias a su pureza y patriotismo, Brasil podrá retomar el sendero del crecimiento, el orden y el progreso.Aunque este tipo de promesas ambiciosas sobre resultados inmediatos ya han demostrado ser irrealizables, un electorado cansado de la política tradicional y ansioso de recambio y de soluciones concretas, parece incapaz de evitar tropezar de nuevo con la misma piedra.

Aunque es triste ver que el electorado cae vez tras vez en la trampa —o, como parece ser el caso en Brasil, opta por el mesiánico porque las alternativas parecen ser aún menos atractivas—, resulta incomprensible que haya políticos chilenos con pretensión de ser responsables que se apuren en ir a peregrinar para tomarse la foto con estos líderes personalistas emergentes. En su momento, varios políticos de izquierda chilenos corrieron a fotografiarse con Hugo Chávez en Venezuela (la Presidenta Bachelet, sin pudor, rompió el protocolo y salió corriendo para saludar a Fidel Castro). Hoy, son políticos de derecha los que corren a fotografiarse con un político brasileño que representa cosas que este sector parecía haber dejado enterradas en el pasado.

Es cierto que las fotos con Bolsonaro de estos líderes intempestivos y oportunistas han captado las páginas de los diarios, dando unos minutos de fama a quienes parecen no entender el valor de las instituciones, la tolerancia, la inclusión y el respeto por los adversarios. Afortunadamente, son muchos más los políticos de derecha chilenos que se distancian de ese tipo de liderazgos que tanto daño le han hecho a la región. Pero es más importante saber que, mayoritariamente, los políticos chilenos siguen distanciándose de figuras con rasgos autoritarios que, como Chávez en su momento o como Bolsonaro hoy, prometen soluciones inmediatas con un discurso personalista que llevan a la gente a creer que la democracia y el desarrollo dependen más de los políticos mesiánicos que de las instituciones sólidas.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)