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27.12.18

Los desafíos que enfrenta López Obrador trascienden a México

(Clarín) México es un país enredado y complicado, inmenso y contradictorio: no hay panacea. Lo que necesita es más legalidad, más honestidad, más inclusión, más estabilidad: mejores instituciones, en resumen, mejor democracia.
Por Loris Zanatta

(Clarín) Andrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente mexicano, será el hombre de 2019 en América Latina. Nadie como él genera tan enormes expectativas: entre los mexicanos, que lo han sumergido con votos; y en el mundo, donde se espera que México vuelva donde debería estar, pero le cuesta quedarse: en el simposio de los grandes países. Como siempre, y como corresponde, hay quienes creen y quienes dudan, entusiastas y perplejos, devotos y denigrantes; todos tienen sus buenas razones.

AMLO, como se lo conoce, no es un meteoro: es un político de larga trayectoria y vieja escuela. De larga trayectoria porque ha gobernado la Ciudad de México y ejerce la profesión desde siempre; no es un aficionado, sino un hombre curado de espantos, ideológico como un redentor, pero también pragmático como un administrador. Y es de vieja escuela porque tiene raíces bien plantadas en el sólido tronco del nacionalismo mexicano; y dentro de él, en su alma social, la que tenía en Lázaro Cárdenas su numen.

Es probable que su luna de miel dure bastante tiempo y sea más bien benevolente: porque disfruta de un enorme capital de confianza; porque el país ha caído tan bajo en los últimos años que bastará poco para dar alivio; porque prometer mayor justicia social, menos desigualdad, más seguridad y honestidad absoluta genera simpatía; porque el mundo alrededor sonríe a quienes invocan al “pueblo” y combaten al “neoliberalismo”; porque ahora todo el mundo está tan asustado con Bolsonaro que olvidó el espantapájaros de Maduro, hasta hace poco acercado a AMLO. Nada mal, para empezar.

¿Qué hará AMLO? Su prioridad son los pobres, dice: excelente idea. Declaró inspirarse en Papa Francisco. ¡Suerte! ¿Qué diría Benito Juárez, el monstruo sagrado del nacionalismo azteca y que luchó contra la Iglesia mientras vivió? Los tiempos cambian, México es un país católico y católico es el “pueblo” que AMLO tiene en el corazón y con frecuencia en la boca; el Estado secular es cosa del pasado revolucionario.

En primer lugar, ha aumentado el salario mínimo: con justicia y coherencia. Los aplausos, descontados, estallaron. ¿Qué más? Su brújula será la antigua receta nacionalista convertida en el camino de Damasco a la doctrina social católica: más Estado, más gasto social, más límites al mercado, más protección sindical, austeridad, frugalidad, dignidad. Gobernar es una ciencia moral. Alguien dirá: por fin. Me pregunto: ¿no vimos ya esa receta? ¿Será causa o solución? Veremos.

Todo con prudencia y sabiduría: redentor, pero también administrador, se dijo. Es cierto que las fuentes de su inspiración no son tan diferentes de las de un Chávez, o que su padrino Cárdenas vio en Castro, pero ni él es Chávez o Castro, ni el México actual es Venezuela de hace veinte años o Cuba de hace sesenta. Mejor reflejarse en Lula, el primer Lula, como AMLO hace: de la parte de los pobres, pero con la casa en orden. Por eso garantiza equilibrio fiscal y disciplina macroeconómica, tranquiliza a mercados e inversionistas, se mantiene alejado de diatribas ideológicas, negoció con Trump el nuevo TLCAN y prometió mantener a México dentro de la Alianza del Pacífico. Y por eso eligió ministros moderados.

Claro, los comienzos fueron un poco crepitantes: ya se tomó a cornadas con el poder judicial y a los mercados no le cayó bien el referéndum amañado con que cerró las obras del nuevo aeropuerto. Pero, ¿cómo no amar a un presidente así? Pronto ocupará en los corazones el vacío dejado por la sucesivas caídas de los anteriores mitos latinoamericanos que tanto gustan a los europeos. Los seguidores más excitados ya hablan de “cuarta transformación histórica”. Será. ¿Se les escapa que al hacerlo, dan crédito a los temores de quienes ya sospechan? Que se preguntan: ¿no será el habitual caudillo que en nombre del “pueblo” pisotea las libertades?

¿El consabido líder milenarista que compra popularidad despilfarrando y deja a la posteridad la tarea de poner un parche? ¿Acaso el primer Chávez no fue también “prudente”? ¿Y Fidel no enseñó que primero se “toma el poder” y luego se va por todo? ¿Y el viejo Cárdenas? ¡No hizo solo la reforma agraria! Estructuró un régimen de partido casi único, una “dictadura perfecta” ¡que duró setenta años!

De su émulo, José Luís Echeverría, mejor no hablar: cayó sobre la economía mexicana como una bandada de langostas. Lula había heredado un país recién reformado; además, gozó de fuerte viento a favor todo el tiempo: y, sin embargo, después de dos mandatos, su estrella se estaba empañando; vean que mal terminó. Aquellos que creen en AMLO, deberían reducir las expectativas, en lugar de evocar fantasmas.

De hecho, el mayor riesgo que corre AMLO es este: decepcionar. Y cuanto más se espera, más aumenta. México es un país enredado y complicado, inmenso y contradictorio: no hay panacea. Lo que necesita es más legalidad, más honestidad, más inclusión, más estabilidad: mejores instituciones, en resumen, mejor democracia. Pretender hacerlo todo, suele terminar mal. En seis años, AMLO habrá tenido éxito si dejará una casa más ordenada y sólida de la que encontró. Con no hacer daños, alcanza.

Fuente: Diario Clarín (Buenos Aires, Argentina)