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28.01.19

Venezuela, ante la última batalla del chavismo

(TN) Hasta fines del año pasado, el régimen chavista venía controlando la situación. Pero los opositores están logrando superar la impotencia: haciendo pie en la Asamblea Legislativa como última fuente de legitimidad, pueden dejar de soñar con que los militares se dividan, se rebelen o suceda otro milagro.
Por Marcos Novaro

(TN) Hasta fines del año pasado el régimen chavista venía controlando la situación, desgastando a los opositores y neutralizando las críticas externas. Con lo cual, a pesar de que la economía venezolana continuaba el mismo curso catastrófico que tomara ya varios años atrás, y las protestas por esa situación y la falta de libertades continuaban, no surgían en el horizonte mayores esperanzas de una salida democrática capaz de detener la represión y el éxodo de millones de venezolanos.

No puede decirse, por ello, que el régimen estuviera acorralado, que alcanzaba con esperar a que, solito, se cayera. O a que una porción del mismo se moderara y negociara una salida. Nada de eso iba a suceder.

Antes bien, él estaba cumpliendo uno a uno sus objetivos. Desde la muerte de Chávez estuvo claro que no podría sobrevivir con un sistema de partidos ni siquiera a medias competitivo. Ni con una economía aunque más no fuera en los márgenes respetuosa de la propiedad privada y de los mercados (para empezar, del mercado cambiario, que en situaciones como esta es el último refugio de quienes desean preservar el valor de sus bienes, como sabemos muy bien los argentinos). Por lo que sus jerarcas encararon la tarea de convertir el populismo radical heredado del líder ausente, en un régimen castrista, y fueron avanzando paso a paso en esa dirección. Desarmando las resistencias que todavía enfrentaban, mientras simulaban dialogar cada tanto con sus críticos internos y externos. Siempre con la ayuda del Papa Francisco y algunos otros amanuenses.

Exterminaron así una a una las instituciones pluralistas. Salvo la Asamblea Legislativa, a la que dejaron sin ningún poder ni función, pero no pudieron evitar que sobreviviera como último reducto de legitimidad democrática y constitucional, gracias a las elecciones de 2015, y la resistencia aunada de los partidos de oposición.

Y fomentaron la fuga del país de su considerable clase media, en la esperanza de que así se secaría la base social de las protestas, y podrían avanzar sin tantos problemas en el proceso de sovietización de la sociedad, volviendo a todos sus integrantes dependientes del Estado para sobrevivir.

El resultado ha sido el experimento de ingeniería social más trágico y destructivo que se haya concebido en la historia de nuestra región. Incluso peor al que tuvo lugar en Cuba desde 1959, porque allí la clase media y la urbanización estaban mucho menos desarrolladas. Tal vez solo comparable a lo sucedido en países asiáticos o en la propia Rusia cuando se impuso el comunismo.

Se entiende entonces lo decisivo que puede ser para el destino de Venezuela y los venezolanos, y también para el futuro de nuestra región, que los críticos externos e internos del régimen chavista estén logrando superar la impotencia que padecieran hasta hace poco tiempo: haciendo pie en la Asamblea Legislativa como última fuente de legitimidad constitucional y democrática disponible, pueden dejar de soñar con que los militares se dividan, se rebelen o suceda algún otro milagro inesperado que horade las bases de poder del régimen. Pueden darle una voz nueva y más unificada a las fuerzas democráticas y sin violar las reglas formales, presionar por una salida, que inevitablemente requiere de nuevas elecciones presidenciales. Y pueden volver a movilizar en las calles, e incluso lograr eco ya no sólo en las clases medias, sino también en sectores populares hasta hace poco alineados con el régimen, expectantes o indiferentes.

Esto último está indicando que, contra los pronósticos chavistas, el éxodo no va a ser suficiente para desactivar las disidencias. Al menos no mientras sobreviva algún mínimo polo organizado alternativo en la sociedad y en el sistema institucional. ¿Es Juan Guaidó el referente adecuado para dar encarnadura a ese polo? Como presidente de la Asamblea y heredero de Leopoldo López, el preso más prominente del régimen, puede intentarlo. Aunque hay quienes extrañan la moderación de Henrique Capriles. Pero Capriles ha apoyado sin ambigüedades a Guaidó en su rol de “presidente provisional” o de transición, pese a las diferencias ideológicas y políticas que los separan. Puede que los intentos frustrados que se sucedieron desde 2015 y cierta toma de conciencia de que esta es la última oportunidad estén removiendo anteriores recelos. Y lo mismo esté pasando en el arco de países democráticos que apoyan la salida: ni siquiera los socialistas españoles han dudado de sumarse a la iniciativa.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)