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20.02.19

La obsesión por mapuchizar la agenda

(El Líbero) Si el Presidente Piñera cede a la misma tentación que su predecesora Michelle Bachelet, y se aboca a contentar a los más extremistas de su sector, su segundo gobierno seguirá el mismo mal camino que ella en su segunda administración. Al mapuchizar nuevamente la agenda, tiene mucho más que perder que lo que va a poder ganar.
Por Patricio Navia

(El Líbero) La aparente obsesión del gobierno por volver a poner en la agenda el conflicto mapuche pudiera responder a la necesidad de afirmar la base de derecha ante la arremetida de José Antonio Kast. Pero los gobiernos exitosos son los que logran conquistar el centro y gobernar desde el pragmatismo y la moderación. Si la administración de Piñera se obsesiona con combatir una amenaza terrorista mapuche que no existe sino en la mente de algunos extremistas de derecha, perderá el apoyo mayoritario de los chilenos razonables y moderados que quieren que el país avance hacia un mejor futuro, sin militarización del conflicto mapuche.

Resulta difícil entender por qué el subsecretario del Interior Rodrigo Ubilla sugirió una posible escalada terrorista mapuche. Al asociar algunos de los incendios forestales en el sur de Chile a la causa mapuche, literalmente le echó leña al fuego. No es que haya dicho algo que a nadie se la ha pasado por la cabeza; es perfectamente razonable sospechar que la responsabilidad de al menos algunos de los incendios intencionales recaiga en personas asociadas o simpatizantes de la causa autonómica mapuche. Pero lo que es razonable suponer para cualquier persona —y posiblemente una de las líneas de investigación que deberá explorar la Fiscalía— no debiera ser una afirmación del subsecretario del Interior. Si el gobierno tiene información que pudiera servir para esclarecer los hechos, lo que corresponde es hacerla llegar al Ministerio Público, no anunciarla en una entrevista política el fin de semana.

Como Rodrigo Ubilla es un político experimentado —ya ocupó ese mismo cargo en el primer gobierno de Piñera— resulta razonable suponer que esa declaración no fue accidental o fuera de libreto. Parece más probable pensar que el gobierno —o al menos algunos en el gobierno— creen que reflotar el tema mapuche puede traerle réditos a La Moneda. Hay razones atendibles detrás de ese razonamiento. Para muchos en la derecha, especialmente los más duros de ese sector, el tema mapuche es una cuestión básica de principios e identidad. La concepción de que la nación es una sola —indisoluble e indivisible— está bajo amenaza cuando hay movimientos —especialmente de grupos originarios— que piden que la constitución reconozca a Chile como un país plurinacional. Para esos grupos, la reivindicación mapuche también constituye una amenaza a los derechos de propiedad (aunque como la reivindicación mapuche precisamente busca aclarar a quién realmente pertenece la tierra, pudiera ser entendida también como una oportunidad para consolidar y fortalecer los derechos privados de propiedad). Para esos grupos más duros de derecha —que en meses recientes parecen entusiasmados por la campaña presidencial que tempranamente ha iniciado el exdiputado José Antonio Kast— pudiera ser atractivo que el que el gobierno de Sebastián Piñera adopte una posición dura, e incluso confrontacional, frente al movimiento mapuche. Después de que el asesinato de Camilo Catrillanca —y la cadena de errores cometidas por el gobierno de Piñera— pusieron en el congelador el Plan Araucanía, volver a tomar posiciones más extremas en el debate pudiera permitirle al gobierno retomar la ofensiva en una de las que fue su principal tema de campaña.

Pero lo que el gobierno potencialmente pudiera ganar al salir a buscar el apoyo más duro de derecha va a ser menor de lo que va a perder entre los chilenos menos extremos ideológicamente. Para los chilenos moderados, el tema mapuche es una espina que causa dolor y vergüenza, más que una amenaza latente de terrorismo. Los chilenos quieren que se imponga el Estado de derecho en La Araucanía, pero con diálogo y sin militarización. La gente quiere paz en La Araucanía, no una nueva pacificación forzada y violenta.

El Presidente Piñera ganó ampliamente las elecciones de 2017 porque tuvo un discurso moderado y pragmático. Derrotó a un Alejandro Guillier que, destempladamente, prometió meterle “la mano en el bolsillo a quienes concentran el ingreso, para que ayuden a hacer patria alguna vez”. No ganó porque se derechizó, sino porque Guillier se corrió a la izquierda. Su cómoda victoria en segunda vuelta se explica solo porque Piñera era el candidato más moderado y razonable entre los dos que competían.

Si el gobierno de Piñera se olvida de que solo se puede ser exitoso cuando se gobierna por el centro, con moderación y pragmatismo, difícilmente logrará recuperar un apoyo mayoritario entre los chilenos. Si cede a la misma tentación que su predecesora Michelle Bachelet, y se aboca a contentar a los más extremistas de su sector, el segundo gobierno de Sebastián Piñera seguirá el mismo mal camino que ella en su segunda administración.  Al mapuchizar nuevamente la agenda, el gobierno de Piñera tiene mucho más que perder que lo que va a poder ganar.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)