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19.02.19

Noticias que son pescado podrido

(TN) Como avanzan las investigaciones sobre la corrupción K y estamos en año electoral, trabaja a todo trapo la máquina de inventar casos de irregularidades que involucrarían al resto de los dirigentes.
Por Marcos Novaro

(TN) Hace tiempo que los kirchneristas dejaron de defender la inocencia de Cristina Kirchner y sus colaboradores. En vez de esa tarea infructuosa, encararon la de arrastrar al fango a todos los demás, y machacar con que el que tiene el poder usa la Justicia para cargar las tintas en sus enemigos políticos y disculpar sus propios pecados. Tan simple como eso. No habría nada más que partidización de un lado y del otro, en el -solo en apariencia- noble empeño por combatir la corrupción. ¿Y el interés del público en el tema? Una caterva de bobos que se dejan llevar de las narices por pillos disfrazados de fiscales de la república, eso es todo.

Como avanzan las investigaciones sobre la corrupción K y además estamos en año electoral -decisivo para los proyectos políticos en pugna- es natural que el esfuerzo por emparejar hacía abajo se redoble, y por momentos entre en fase de histeria: la máquina de inventar casos de corrupción que involucrarían a todos los demás, sobre todo a quienes acusan e investigan a los dirigentes kirchneristas, trabaja a todo trapo.

Si uno les pregunta a los promotores de esas denuncias si no les parece un poco forzado, hasta traído de los pelos, que un fiscal que está en el foco de atención del público por investigaciones de corrupción, le haya pedido plata a un empresario que no tiene ninguna relación con la obra pública y se presenta como un pequeño productor agropecuario, para sacarlo de un expediente en el que nunca siquiera se lo nombró, exigiendo unos mugrosos 10.000 dólares "de adelanto", la respuesta es automática: para ellos esa denuncia vale más que todos los cuadernos de Oscar Centeno juntos, o que todas las propiedades en Miami de Daniel Muñoz. Y si los apretás un poco más, hasta es equivalente a los bolsos de José López. Todo "vale lo mismo" como "prueba", tiene todo la misma verosimilitud.

Si además les sugerís que puede haber alguna falla en la cadena de frío del pescado que están vendiendo, porque la historia sobre ese fiscal arranca en una serie de notas de Horacio Verbitsky, el guionista, director y editor del exitoso "Primer desaparecido de Macri", la abogada del "pequeño productor agropecuario" resulta que también trabaja con Verbitsky, y el buenazo del productor agropecuario parece que no se dedicaba en tiempos de los Kirchner a cuidar vaquitas, sino a gestionar disculpas de deudas impositivas desde Puerto Madero, la respuesta también te deja helado: "En el peor de los casos es lo mismo que hacen los medios hegemónicos, y los empresarios y exfuncionarios arrepentidos, que inventan cualquier cosa".

Fake news ha habido siempre, desde que los homo sapiens se empezaron a contar historias unos a otros. La diferencia está, en todo caso, en la capacidad que ofrecen las nuevas tecnologías para crearles un entorno de validación cerrado e impermeable a cualquier evidencia o argumento en contrario, y hacerlas circular a gran velocidad y por distintas vías simultáneamente, creando para quienes quieran creerlas un efecto de verdad resistente a cualquier inclemencia del mundo exterior, por más que lluevan hechos, datos y argumentos que las desmientan.

Esto está particularmente logrado en las producción de los cultores del género que estamos considerando. Lo que más llama la atención de sus obras es precisamente la eficacia con que se cierran en sí mismas, y logran que al menos parte de su audiencia haga lo mismo al abrazarlas, gracias a su gran consistencia interna. La lógica es la que ya usaban estando en el poder: la transmisión en cadena, la repetición y la circularidad.

Veamos cómo funciona en otra de las superproducciones que han lanzado en estos días: la supuesta imputación a Mauricio Macri, Juan José Aranguren y Javier Iguacel por una cantidad de delitos contra el erario público, a resultas de la privatización de dos centrales termoeléctricas.

La denuncia la hacen varios diputados kirchneristas, y la difunden medios de esa orientación que no consultan a nadie más y dan por ciertos los datos que los denunciantes les aportan sobre precios, condiciones en que están las centrales, su valor aproximado, las razones por las que se ponen a la venta, etcétera.

A continuación los legisladores agregan que ya los acusados están "imputados" en la causa, cosa que los medios mencionados también repiten y dan por confirmado, basándose en los comunicados de prensa que reciben de aquellos. Si la Justicia nunca dispuso esa imputación no importa, porque se dirá luego, en caso de que la denuncia se desestime, que ella "retrocedió", "el Gobierno presionó a los jueces y fiscales, y estos se dejaron presionar", confirmando que no existe la justicia independiente, ni puede existir, y de lo que se trata es de que ella vuelva a ser la que era, es decir, una que respondía al "gobierno nacional y popular" y no a los liberales privatizadores, hambreadores y demás gente mala. Con lo cual se cierra el círculo, el relato se valida a sí mismo, y se pasa al siguiente: "¿A ver qué más tenemos, alguna resolución sobre tarifas que beneficia a tal o cual empresa, algún otro funcionario que tiene algún antecedente laboral en alguna empresa?, démosle para adelante".

Es interesante observar cómo, en el juego que se establece entre fake news y audiencia, se suelen combinar vínculos de confianza a prueba de bala de pequeños pero muy activos círculos, con una desconfianza pertinaz y generalizada del gran público. Porque esto ayuda a entender que en ocasiones las fake news logren impacto más allá del limitado campo de los adictos.

Es lo que sucedió, inicialmente, con el caso de Santiago Maldonado, el más rutilante exponente del género en los últimos tiempos: la andanada de mensajes denunciando un crimen aberrante por parte del Estado encontró a un público ya fanatizado y bien dispuesto a creer que "Macri es la dictadura", pero pronto impactó también en uno más amplio, que desconfía de todo y sobre todo de quienes están en el poder, en parte con razón; ese público desconfiado, por más que las instituciones estatales luego lograran remontar su propia ineficacia y hacer más o menos bien su trabajo, no terminaría de desembarazarse de la creencia de que "algo raro hicieron los gendarmes", o "la Bullrich" o el juez, o todos ellos.

La desconfianza suele ser un instrumento muy útil en manos de los ciudadanos. Al predisponerlos a pensar las cosas con ojo crítico, y a ser más exigentes con lo que el poder político les ofrece, o lo que escriben los periodistas. Pero combinada con el cinismo, tiende a adquirir un carácter puramente corrosivo. Y puede llevar al efecto contrario: no nos importa juzgar críticamente nada, porque nuestros juicios ya están predeterminados: "son todos ladrones", "todos mienten", "nada va a cambiar porque todos están en la misma". Cada vez que las fake news confirman en el ánimo colectivo estas tesis, un clavo más se agrega al cajón en que se descompone nuestra voluntad colectiva y nuestra vida política.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)