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01.05.19

No es tan fácil derribar dictaduras

(El Líbero) Precisamente porque los tiranos no trepidan en hacer sufrir al pueblo para mantenerse en el poder, no basta con que una amplia mayoría de la gente quiera el retorno de la democracia para conseguirlo.
Por Patricio Navia

En abril de 1961, un intento estadounidense por derribar a la naciente revolución cubana fracasó en Playa Girón. Las fuerzas leales a Fidel Castro derrotaron a los invasores, lo que se debió a dos errores. Primero, Washington subestimó el apoyo popular a la revolución. Segundo, optó por no usar sus propias tropas en el intento por derrocar al régimen castrista.

Hoy, 58 años después, existe un alto riesgo de que la historia se repita en Venezuela. Aunque todavía hay posibilidades de que el alzamiento convocado por el Presidente Encargado Juan Guaidó derroque al régimen de Nicolás Maduro, no hay olvidar que las dictaduras militares son difíciles de derribar. Precisamente porque los tiranos no trepidan en hacer sufrir al pueblo para mantenerse en el poder, no basta con que una amplia mayoría de la gente quiera el retorno de la democracia para conseguirlo.

Las comparaciones nunca son perfectas. A diferencia de Cuba en 1961, el régimen dictatorial de Venezuela lleva ya más de dos décadas en el poder. Si bien Hugo Chávez ganaba con las elecciones democráticas en los primeros años, a medida que el régimen se fue haciendo más autoritario y que el apoyo se comenzó a basar en la distribución de subsidios a los más pobres y en la persecución de los rivales, el gobierno venezolano cada vez confió menos en la democracia. Después de la muerte de Chávez en 2013, la capacidad del gobierno para financiar el ambicioso plan de subsidios sociales que éste había diseñado se vio limitada tanto por la caída en los precios del petróleo como por la caída en la producción petrolera de PDVSA.

Después de que la oposición ganara las elecciones parlamentarias de fines de 2015, el régimen de Maduro avanzó decididamente hacia el autoritarismo. Las protestas de comienzos de 2017 demostraron que el régimen había perdido buena parte del apoyo popular que alguna vez tuvo. La desesperada decisión de Maduro de convocar a una Asamblea Constituyente —elección boicoteada por la oposición— le permitió ganar tiempo. Al instalarse la Constituyente y convocar elecciones presidenciales en 2018, logró neutralizar a la oposición por un tiempo más. Pero a la vez, se perdió cualquier atisbo de principios democráticos. Si hasta 2017 se podía discutir qué tan poco democrático era el régimen, a partir de entonces ya era imposible definir a Maduro como un presidente democrático.

Con todo, la experiencia de estos últimos años ha demostrado que, así como el régimen es incapaz de manejar bien la economía, Maduro entiende bien que su único objetivo es mantenerse en el poder. La crisis económica que tiene postrado al país —y que ha hecho que más del 10% de los 31 millones de venezolanos hayan huido a países cercanos— no ha sido suficiente para lograr que el descontento de la gente se convierta en fuerza social para derrocar a la dictadura. Porque el régimen sigue proveyendo de subsidios a millones de venezolanos, porque mucha gente tiene temor de volver a un pasado pre-Chávez en que sus condiciones de vida eran igualmente malas y porque la oposición no ha logrado articular una hoja de ruta creíble de transición pacífica y ordenada, las condiciones para una implosión del régimen hasta ahora no se han dado. El levantamiento que ayer convocó Juan Guaidó no logró producir la caída inmediata. Es cierto que Maduro tiene sus días contados, pero nada garantiza que esa cuenta regresiva esté por llegar a la hora cero.

Parte del problema ha sido la estrategia de confiar en un alzamiento militar contra Maduro. Esa idea es privilegiada por Juan Guaidó y Leopoldo López, los lideres de Voluntad Popular, uno de los partidos más importantes de oposición en Venezuela, y apoyada también por Estados Unidos. Pero, al menos hasta ahora, el grueso de las fuerzas armadas se ha mantenido leal a Maduro. Otra parte del problema es que la estrategia de ahogar económicamente al régimen se ha encontrado con la resistencia de Rusia y China, dos países con los que Venezuela hace negocios y sin cuya ayuda será imposible ahogar económicamente al régimen. Para mala fortuna de la democracia venezolana, el hecho que Donald Trump sea el presidente de Estados Unidos no ayuda mucho. Trump es mucho mejor amenazando que construyendo coaliciones amplias para trabajar en conjunto por un objetivo. Además, para Maduro, nada mejor que caricaturizar como monigotes de Trump a los que piden una transición a la democracia en Venezuela.

Nunca ha sido fácil derribar dictaduras. Cuando los tiranos no trepidan en usar su fuerza para reprimir al pueblo y cuando las fuerzas armadas se mantienen leales a la dictadura, la voluntad del pueblo pudiera no ser suficiente para forzar una transición a la democracia. En Venezuela, la Operación Libertad que dio inicio ayer pudiera todavía ser exitosa, pero hasta ahora, lamentablemente, da la impresión de que la dictadura seguirá aferrada al poder y que el sueño de ver una Venezuela democrática nuevamente deberá seguir esperando.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)