Artículos

30.04.19

Con el levantamiento contra Maduro, Juan Guaidó se jugó a suerte o verdad

(TN) El Presidente encargado inició el martes con una proclama definitiva a sus seguidores: "A la calle sin retorno". ¿Se metió en un callejón sin salida? ¿Tiene chances de éxito?
Por Marcos Novaro

(TN) Ni Juan Guaidó ni la oposición democrática, que se ha movilizado detrás suyo desde enero intentando poner freno al régimen chavista y a su lenta pero incesante marcha hacia el totalitarismo castrista, tienen ya muchas más cartas para jugar que las que han puesto sobre la mesa en los últimos tres meses.

Intentaron la carta diplomática y lograron en poco tiempo tender un cerco democrático alrededor del régimen de Nicolás Maduro, recibiendo muchas muestras de solidaridad regional, que años atrás habían faltado, y el aval a su pretensión de ejercer la única autoridad legítima de acuerdo a la Constitución vigente. Pero a los chavistas no les incomoda demasiado que los únicos que los apoyan, dentro del país, sean los militares y servicios de inteligencia, y desde fuera, sean dictaduras, totalitarismos o en el mejor de los casos regímenes híbridos. Cuba, Rusia, China e Irán les proporcionan las armas, el personal, el know how y hasta las lealtades necesarias para sostener su policía política y los recursos económicos para sobrevivir. Al menos por ahora.

Intentaron entonces la carta de la emergencia humanitaria y la ayuda internacional. Pero por más que casi todas las democracias de la región los apoyaron, enviaron ayuda y en conjunto acorralaron al régimen, mostrando que estaba dispuesto a cerrar las fronteras a sangre y fuego y anteponer siempre su supervivencia a la de la inmensa mayoría de sus ciudadanos, carentes ya de casi todo lo necesario para una vida mínimamente digna, no lograron quebrar esa voluntad.

Durante todo este tiempo no dejaron de recurrir también a la movilización popular, que de todos modos ha chocado una y otra vez con la indiferencia de quienes controlan el aparato del Estado, y cuando eso no alcanza, con su disposición a reprimir matando manifestantes desarmados y encarcelando a sus dirigentes. Los ciclos de auge y declive de la movilización se suceden, y las energías de la sociedad civil siempre chocan con la misma pared. Mientras crece el número de quienes, desahuciados, emigran. Hace unos años cuatro millones más de venezolanos descontentos tal vez hubieran hecho la diferencia. Pero hoy, con toda lógica, decidieron buscar otro lugar donde rehacer sus vidas. Llegará un momento en que habrá más descontentos afuera que adentro de Venezuela. Como ha sucedido con otras sociedades que enfrentaron proyectos de dominación semejantes en el pasado.

Entonces, se entiende que no quedara mucha más escapatoria que intentar, antes de que fuera demasiado tarde -y tanto la disposición a manifestarse como la solidaridad internacional se eclipsaran- la combinación de los recursos recién enumerados. Y, con una apuesta mucho más directa que todas las hechas hasta aquí, buscar quebrar la disciplina militar y disparar un levantamiento general contra el régimen, tanto en la calle como en los cuarteles.

El intento, hasta aquí, parece haber fracasado. Guaidó marchó a la base aérea La Carlota con la idea de instalarse allí y hacer sesionar la Asamblea Nacional. No logró ni siquiera entrar. Su llamado a la rebelión a los oficiales y soldados descontentos no parece haber dado lugar más que a focos aislados de rebeldía, condenados desde el vamos si no cambia -y rápido- la relación de fuerzas. Es difícil predecir el resultado final, pero en principio pareciera que Guaidó se mandó, sin mirar antes cuánta agua había en la pileta. O con información equivocada al respecto.

El Departamento de Estado ahora acusa a Rusia del fracaso: su mano estaría detrás del silencio en que se recluyeron oficiales y funcionarios que, según los funcionarios norteamericanos y versiones periodísticas, habían dado señales inequívocas de que colaborarían a un final incruento del gobierno de Maduro; incluso dicen en Washington que fue Putin el que convenció en las últimas horas a Maduro de no escapar a Cuba. Suena al menos exagerado.

Lo que no significa que sin Rusia, un desenlace pacífico sería mucho más asequible y rápido. ¿Por cuánto tiempo podrían los servicios de inteligencia cubanos mantener a raya a los militares venezolanos, de no ser por las armas de última generación que proveen los rusos? Si encima en pago por sus servicios Maduro le envía a La Habana cada vez menos petróleo. Sin Putin son como el hambre y las ganas de comer. Se entiende así mejor por qué la izquierda populista latinoamericana adora a Putin.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)