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16.06.19

Apagón regional: flor de síntoma de nuestra precariedad

(TN) El corte de luz que afectó a todo el país nos disparó unas series de dudas. ¿Estamos ante un sistema endeble y no lo sabíamos?
Por Marcos Novaro

(TN) Argentina por momentos corre el riesgo de volver a la edad de piedra. Y demuestra estar en condiciones de arrastrar consigo a los que tiene cerca. Son las paradojas del mundo moderno, cada vez más interconectado, para el que es evidente que no estamos muy bien preparados.

Como los sistemas modernos están cada vez más internacionalizados y conforman redes de elementos interdependientes, cuando falla alguno de esos elementos todo el conjunto puede venirse abajo. Es lo que sucedió este domingo con el sistema eléctrico, aparentemente a partir de un problema en algún sector entre Yacyretá y Salto Grande, que afectó al instante a casi todo el país, salvo Tierra del Fuego (las ventajas de estar aislados), parte de Brasil, Uruguay y Chile. Donde deben estar preguntándose, una vez más, si les conviene esto de integrarse con un vecino tan problemático, exponiéndose a este tipo de contagios.

Lo cierto es que la precariedad es algo que nos acompaña todo el tiempo. Lo padecimos en Once, lo sufrimos cada tanto en la red de subterráneos, en los aeropuertos y en muchos otros terrenos. Mientras más complejos sean los sistemas de los que dependemos, y más factores de precariedad tengan acumulados, más posibilidades hay de que en algún momento nos den una mala sorpresa.

Pero mientras eso no suceda y la suerte nos acompañe tendemos a acomodarnos a la precariedad, ella se vuelve nuestra forma de ser. Recién nos enteramos de que estábamos en problemas cuando la buena suerte se acaba.

Así, nos enteramos recién ahora que el sistema de seguridad de nuestra red de interconexión eléctrica tiene algunas limitaciones. A través de ella compartimos el recurso entre distintas zonas del país, y con otros países, pero cuando surge un problema, por decir así, sobrereacciona, y nos deja a todos sin luz. Lo que debía favorecernos, se vuelve en contra nuestra.

Habrá que ver si es fruto de algún incumplimiento de las empresas, que no invirtieron lo que debían, o de las escasas exigencias que desde el vamos se les impusieron, y de las condiciones creadas para que eventualmente las incumplieran. Ahí entrará en discusión, seguramente, si el “error” se cometió en este o algún gobierno anterior, si es falta de previsión o de fiscalización la causa de que nadie se haya percatado a tiempo del problema, para evitar que estallara. Pero en cualquier caso eso nos remite a aspectos limitados del fenómeno. No nos permitirá ver lo esencial, y más revelador, de la crisis.

Y es que el sistema eléctrico nos mandó un contundente mensaje, con una flor de patada donde más duele: si queremos ser en serio parte del mundo moderno, mejor que nos esforcemos un poco más, porque no se puede ser a medias moderno, manejarnos a lo chanta en cuestiones técnicamente muy complejas es un muy mal negocio, pretender la interconexión eléctrica para ahorrar, pero sin sistemas de seguridad adecuados, nos expone a riesgos superiores a los costos de estar aislados. Así de complejo, exigente, y peligroso es el mundo contemporáneo.

Prescindir de él, y que cada provincia, cada ciudad, o por qué no cada hogar se arregle por su cuenta para esta y muchas otras cosas a muchos podría parecerles una buena escapatoria. Es lo que venimos haciendo desde hace tiempo con muchas cosas, por ejemplo, con los servicios de seguridad. Y así nos va.

El problema es que, por más que lo intentemos, no podremos escapar de la exigencia de contar con sistemas complejos e interconectados. La mayor evidencia al respecto es el propio Estado, el sistema más complejo con el que debemos lidiar, el más poblado de áreas de precariedad, y por tanto el más ineficaz y potencialmente el más dañino. Él también es parte, y una parte esencial, de eso que se llama comúnmente “la infraestructura” de un país, en la que hace décadas que invertimos tan poco, que rezamos para que en cualquier momento no se nos caiga en la cabeza, así seguimos zafando.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)