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28.08.19

Alberto Fernández abraza la ortodoxia y le echa leña al fuego

(TN) El candidato opositor reprochó al FMI que permitiera que su préstamo se usara para sostener el valor del dólar. ¿Está pidiendo que no se transfieran los 5400 millones que faltan?
Por Marcos Novaro

(TN) Hasta hace un par de días, parecía que el gobierno de Macri y el candidato con más chance de reemplazarlo se iban a ayudar mutuamente a evitar una crisis mayor. Ante el peligro muy claro y muy cercano de que los dos resultaran perjudicados si la situación cambiaria y financiera se descontrolaba del todo.

Sin embargo, Alberto Fernández parece ahora estar decidido a romper ese frágil entendimiento. Escribió una carta a la misión del FMI en el país en que le reprocha estar permitiendo al gobierno argentino usar los fondos del préstamo otorgado el año pasado para atender la demanda de dólares de empresas y particulares que huyen del peso. Es decir, financiar lo que se llama habitualmente “fuga de capitales”.

La lectura que hizo el mercado de esa carta fue que la oposición estaba pidiéndole al organismo internacional que no le diera más plata al gobierno con ese fin, es decir, que no transfiriera la última cuota importante del préstamo el mes que viene, o si lo hacía, que prohibiera su uso como “reservas de libre disponibilidad”. Para dar más asidero a esa lectura, desde el Frente de Todos se “informó” que la misión del Fondo está preocupada por “el vacío de poder” y hasta que insinuó la posibilidad de que se adelantaran las elecciones. El Fondo lo desmintió, pero igual la consecuencia fue un derrumbe inmediato de las acciones y bonos y un alza de la demanda de dólares.

¿Por qué lo hizo Fernández? ¿Es que lo pensó mejor, hizo las cuentas, vio que si Macri lograba “terminar en paz su mandato” iba a entregarle una economía agarrada con alfileres, y él tendría que devaluar, ajustar tarifas y contener gastos del Estado apenas se hiciera cargo del barco (es decir, lo mismo que tuvo que hacer Macri al suceder a Cristina), y le convenía entonces que la devaluación y la caída del salario se produjera ahora, durante estos meses, y no el año que viene?

Dicho de otro modo, ¿es que dejó de imitar a Macri frente a Cristina, o a De la Rúa frente a Menem, y pasó a imitar a Menem frente a Alfonsín? Su carta al Fondo, al menos, trajo a la memoria de muchos los pedidos que hicieran a comienzos de 1989 varios delegados menemistas ante los organismos internacionales para que no le siguieran prestando plata al gobierno argentino. También entonces con el argumento de que hacerlo equivalía a financiar la fuga de capitales.

Alberto justificó su pedido en que el resultado del acuerdo ha sido “una catástrofe para el pueblo argentino, todo está peor que antes de que él se firmara y se pusiera en marcha”. Lo que AF no dice es qué hubiera pasado si este acuerdo no se firmaba. Y más importante aún para entender el sentido de su planteo, tampoco dice que lo que le está reprochando al FMI no es el contenido del acuerdo original, y las reglas que él impuso entonces a la Argentina, no es la ortodoxia ajustadora, si no al contrario, es la flexibilización heterodoxa de ese acuerdo, que permitió en alguna medida moderar el ajuste. Son los cambios que paulatinamente el gobierno argentino logró extraerle a los técnicos del FMI (demasiado tarde, como se pudo comprobar en los resultados de las PASO) para que la devaluación y por tanto la recesión y la caída de ingresos de la población se moderaran, todo sostenido con los recursos del Fondo pasando de las manos del Banco Central a los de empresas y particulares para contener la corrida.

El punto es importante, porque ilustra la ambigüedad de Fernández: él no se lamenta de que el dólar haya seguido escalando, no dice “vendieron reservas, y fue inútil”, nos dice que habría que haber mantenido el acuerdo original, no vender ni un dólar del préstamo, aunque el dólar se fuera a las nubes. La fraseología y las consignas, son las de Del Caño, pero las ideas y la intención son de Espert.

La crónica de las negociaciones con el Fondo durante el último año y medio ayuda a entender la cuestión. Cuando se firmó el primer acuerdo, se hizo lo que ahora Fernández reclama: no se iban a tocar los recursos del préstamo, en el organismo estaban convencidos de que mostrarlos iba a alcanzar a disuadir a los dolarizadores, porque no iban a poder quebrar al BCRA, y la demanda de dólares, una vez que éste llegara a un precio de equilibrio, se iba a calmar sola.

Como sabemos, eso no sucedió porque en Argentina la suba del precio de los verdes hace subir la demanda, no la controla ni la deprime, así que la corrida continuó. El tipo de cambio, que había trepado hasta los 30$ en los primeros meses de crisis, siguió su carrera hasta 40$ en agosto. A raíz de eso, los funcionarios argentinos lograron que se aceptara la venta de parte del préstamo, pero sólo cuando la cotización superara una “banda de flotación”. Eso alcanzó durante un tiempo, pero entre marzo y abril de este año dejó de ser suficiente (entre otras cosas, porque Cristina y luego el propio Fernández, pasaron al frente en las encuestas). Fue entonces que el FMI, tras nuevas negociaciones, aceptó abandonar las bandas de flotación, y fijó solo un máximo diario de ventas.

¿Cuál es la idea que llevó al Banco Central a pujar por esta solución? Que es peor una devaluación e inflación descontroladas que perder reservas, porque finalmente esas reservas en algún momento volverán a la economía, los dólares que hoy se guardan en el colchón pasada la incertidumbre volverán a los bancos, y las empresas que transfieren fondos al exterior volverán a necesitarlos para invertir o gastar, cuando la actividad se normalice. Esta es una apuesta con riesgos, pero bajos costos sociales. En cambio, la ortodoxa asegura, igual que en 1989, altísimos costos sociales, y no asegura tampoco una normalización más rápida.

Claro que para Alberto Fernández tal vez eso no importe, porque lo que lo desvela es si los costos políticos se pagan ahora, y los paga Macri, o los paga él, desde 2020 en adelante. Y puede que sea un mayor pesimismo sobre lo que le espera a la economía argentina desde el 2020, precisamente, lo que esté empujándolo a abandonar la moderación y girar, con disimulo, a la derecha ortodoxa.

Puede ser también que lo que esté intentando sea asustar a Macri y al Fondo, para que estén más dispuestos a ceder y a ayudarlo a empezar bien su mandato. Tal vez, imagina que Macri podría ya mismo iniciar una reestructuración de la deuda. Si la alternativa que le muestra el Frente de Todos es el incendio. Y en ese marco, tal vez el FMI se convenza de dar más tiempo de gracia, estirar más el cronograma de repago, y exigir menos reformas y ajustes, para que Alberto tenga más aire en diciembre. En esta perspectiva, cooperar con Macri y a la vez pegarle tanto a él como a su sostén financiero no son cosas contradictorias, se complementan pues ambas sirven al mismo objetivo de empujarlos a pagar costos y aliviar su propia carga en el futuro.

Digamos, además, que no es la primera vez que AF juega con la ambigüedad. En verdad, lo viene haciendo desde el mismo domingo 11 que lo consagró como favorito. Apenas días después, recordemos, dijo en un reportaje a Clarín que aspiraba a una renegociación completa de la deuda, lo que disparó una nueva corrida contra los bonos y acciones argentinas. Así que mandó enseguida a uno de sus voceros económicos a desmentirlo. ¿Estaba improvisando? En ese caso, el motivo de alarma sería que podríamos pronto tener un presidente que no piensa demasiado lo que dice, ni sabe muy bien qué hacer.

Pero tal vez hubo allí algo más: tal vez simplemente estaba queriendo dejar sentada la total libertad y el amplísimo arco de opciones con que piensa encarar su gestión de la economía. Si es así, de lo que habría que preocuparse es de que quiera sacar cualquier conejo de su galera, y lo que resulte de su arte se vuelva por completo impredecible. Es todo un clásico de la política peronista afirmar con total convicción tesis por completo contrapuestas, y hemos visto a no pocos líderes peronistas que terminan devorados por su propio arte, así que no hay demasiados motivos ni para asombrarse, ni para confiarse o tranquilizarse.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)