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02.09.19

Disputas entre neuróticos y psicópatas en medio de la emergencia

(TN) Macri y Alberto Fernández no se ponen de acuerdo para frenar la crisis. Se habla de especulaciones cruzadas y de la tentación de apostar a "cuanto peor mejor". Pero conviene también atender a la psicología de los personajes.
Por Marcos Novaro

(TN) Mauricio Macri ha sido desde el comienzo un presidente bastante neurótico. Quienes lo acusan de mentir y de olvidarse de sus promesas pifian en lo esencial: la mayor parte de sus problemas provienen de lo contrario, de tomarse muy en serio lo que dijo y prometió, de una suerte de obsesión por ser consecuente y fiel a lo que “vinimos a hacer” y a “lo que creemos”. Si no, no se entiende lo mal que reacciona cuando le confirman sus peores temores, lo obligan a resignar una a una sus promesas y entregar sus defensas: el poder se le escurre entre los dedos y él parece más atento a discutir quién tiene la culpa que a hacer lo que sea, hasta lo opuesto a lo que prometió, con tal de recuperar el control de la situación.

Las discusiones sobre “culpas” a los políticos peronistas, dado que tienen una buena dosis de psicopatía en sangre, les resultan indiferentes, o fáciles de esquivar y volver contra sus adversarios. Así que no es muy recomendable que el neurótico habitante de la Rosada pierda la poca energía que le queda en soplar contra la tempestad.

Encima, Macri tiene la mala suerte de enfrentar a un aprendiz de psicópata, que está en estos momentos rindiendo examen ante su tribu, encabezada por psicópatas seriales ya probados en mil batallas. A los que necesita demostrarles que no es menos que ellos, para que a la primera de cambio no vayan por su cabeza. Así que a nadie debería sorprender que Alberto Fernández se empecine en ser todo lo implacable que el manual peronista en transiciones enseña. Ni que una y otra vez sobreactúe, mostrando en declaraciones y gestos escandalosos que no le tiembla el pulso al empujarlo cada día un poquito más cerca del abismo. Aunque al mismo tiempo se tenga que esforzar en mostrarse moderado y conciliador, para atraer a los actores no tribales que necesita tanto para la elección como para el día después. Y le de pavura también heredar ese día una tormenta que él mismo ayuda ahora a alimentar. Contradicciones del arte de la guerra.

Lo más interesante del caso, de todos modos, es observar cómo el cuadro de emergencia que ha ido configurándose al chocar los proyectos de estos dos personajes, le está exigiendo a cada uno de ellos que haga algunas cosas que son más propias de las inclinaciones del adversario.

En el caso de Alberto, ya recién lo dijimos, eso se advierte cuando intenta un juego que combina cal y arena, y que no es pura manipulación ni sobreactuación, es también el fruto de un temor neurótico a quedar atrapado por el deseo de los demás, el de Macri de atarlo a su barco, el de sus socios y aliados de condicionar su autoridad futura y el de una miríada de observadores por auscultar desde ahora su condición y dotes como gobernante, a cambio de no seguir huyendo de la moneda y del alcance de su autoridad si le toca ganar.

En el caso de Macri la prueba es, claro, bastante más exigente y complicada. Una emergencia económica, lo sabemos por experiencia, es por definición el momento en que se suspenden todas las promesas, todos los programas y doctrinas y lo único que importa es la capacidad de preservar el orden, haciendo y obligando a los demás a hacer “lo que haga falta”. Ante la necesidad imperiosa de evitar el caos generalizado, ¿qué puede importar cuáles son las reglas económicas con que un presidente se haya comprometido en el pasado? Si de lo que se trata es de hacer mínimamente viables los intercambios, lo más básico de la vida en sociedad. Macri prometió previsibilidad para invertir, respeto de los contratos con el resto del mundo y mercado libre para los bienes y servicios, empezando claro por la moneda. Ya resignó lo primero hace un tiempo, ahora está resignando lo segundo y pronto, es probable que muy pronto, hará otro tanto con lo último.

A un presidente atrapado en su neurosis todo esto se entiende que le signifique un sacrificio insoportable, y debido a eso puede que se demore inútilmente en hacer lo necesario, se entretenga en descargar culpas en quienes más jorobaron para desembocar en esta situación y cosas por el estilo. Un presidente que adquiera, en cambio, la dosis de psicopatía mínima necesaria para mantener el barco a flote en la tormenta, tal vez le sea posible desprenderse más rápido de esas limitaciones, y enfocarse en hacer su trabajo, encontrar el rumbo más corto y menos costoso para llegar a puerto. Lo que traducido al día a día de nuestra crisis significa, hoy, el modo menos problemático, incluso a la larga para la misma libertad de mercado, de evitar que el mercado libre de cambios se convierta de una institución sana y provechosa en un agujero negro que consume nuestra declinante gobernabilidad.

Desde que pasamos de un ajuste medianamente ordenado, mal o bien diseñado y administrado, eso ya no importa, a un ajuste caótico, de esos que cada tanto se desatan en la Argentina, cuando el gobierno de la economía se extingue, la velocidad de los acontecimientos se aceleró. Hoy estamos discutiendo y considerando aceptables cosas que hace dos o tres semanas hubieran sido costos inaceptables. Un presidente en emergencia, y también un candidato a reemplazarlo, tienen que poder actuar anticipadamente. No ir detrás del incendio, sino cortarle el camino. Tienen que poder hacer lo que todos los demás no pueden, obligarnos a que no nos sigamos haciendo daño al tratar de defender nuestros intereses. Probablemente no van a ganarse nuestro amor por intentarlo ni por hacerlo, pero sí van a merecer nuestro respeto, porque esa es su obligación más elemental.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)