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29.11.19

Chile, la incertidumbre ya viene

(El Líbero) Afortunadamente, una mayoría de los chilenos son personas razonables y sensatas que quieren construir un mejor país y sentar las bases de un contrato social más justo que también permita recuperar el sendero del desarrollo y del crecimiento. Pero basta que unos pocos radicales tengan suficiente espacio para amenazar la estabilidad y el bienestar de todos.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Aunque los próximos dos años estarán caracterizados por la incertidumbre sobre las reglas que regirán al nuevo Chile, parece evidente que, al menos hasta que se termine el proceso constituyente que presumiblemente se iniciará con el plebiscito de abril de 2020, será difícil que la esperanza se imponga sobre el miedo. A diferencia del ambiente de optimismo y buenas expectativas que predominó entre una gran mayoría de los chilenos en los meses posteriores al plebiscito de 1988, en los próximos dos años éste será de incertidumbre e incluso temor sobre el destino del país. Afortunadamente, porque hay muchas más personas sensatas que radicales refundadoras, hay buenas razones para creer que Chile saldrá de este periodo de turbulencia y vientos de división como un mejor país.

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, dice el cantautor catalán Joan Manuel Serrat. El estallido social que comenzó hace seis semanas constituye un despertar de Chile. Pero no porque el pueblo haya despertado después de 30 años de silencio, sino más bien porque se acabó el sueño de que Chile había dejado atrás a América Latina con sus problemas persistentes de pobreza y desigualdad. Es verdad que el país tuvo avances notables en reducir ambos indicadores. Pero ya que las expectativas crecieron mucho más rápido que los logros concretos, la percepción generalizada es que el país no alcanzó los ambiciosos objetivos que teníamos. Chile es más desarrollado, menos pobre e incluso menos desigual que la mayoría de los países de la región, pero no alcanzamos los niveles de desarrollo, de inclusión social y de igualdad que tienen los países de la OECD a los que aspiramos parecernos.

Una forma de entender lo que pasó en Chile es con la metáfora de un avión que, en pleno vuelo y mientras cruza por una zona de turbulencias, experimenta un motín a bordo. Los pasajeros de clase económica se han rebelado contra los de la clase ejecutiva porque casi todos los baños, gran parte de la comida y las frazadas están en este último sector. Pidiendo una mejor distribución de los servicios que ofrece el avión, la clase económica se amotinó. La tripulación ha sido incapaz de controlar la situación. Algunos miembros de la tripulación incluso se han sumado al motín. El piloto decidió cerrar la puerta de la cabina y ha hecho declaraciones incendiarias, anunciando que estamos en guerra y denunciando que hay terroristas promoviendo el motín. La buena noticia es que las turbinas del avión funcionan y que el avión tiene suficiente combustible para llegar bien a destino. La mala noticia es que, producto del motín, cualquier pasajero puede abrir las puertas del avión y poner en riesgo la vida de todos los que van a bordo.

En la medida que, en las próximas semanas, se pueda restablecer el orden público, disminuirán las posibilidades de que el avión se estrelle. Por cierto, si no se logra restablecer el orden público, ni siquiera podremos tener las condiciones para realizar el plebiscito de abril en que la gente decida si quiere nueva constitución y cómo quiere que se escoja a los miembros de la convención constituyente. Pero suponiendo que entre todos logramos poner orden en el avión, seguirá predominando un ambiente de tensión y nerviosismo hasta que logremos aterrizar. No hay forma de volver a esa tranquilidad que, aunque para muchos era artificial e insostenible, tenía el país antes del estallido social. El resto del vuelo será muy diferente a lo que había sido hasta entonces. Incluso si se distribuyen mejor los servicios del avión, la paz social no se recuperará mientras no se complete exitosamente el proceso constituyente.

Hay buenas razones para creer que el camino en los próximos dos años estará lleno de obstáculos. Siempre es difícil ponerse de acuerdo sobre las reglas del juego de una democracia. Hay muchos que parecen más interesados en defender sus granjerías y privilegios que en construir un país más justo. Hay muchos otros que parecen creer que se puede empezar de hojas en blanco o que parecen más interesados en quemarlo todo que en mejorar lo que ya tenemos. Los riesgos de que alguien se salga de sus casillas y abra alguna de las puertas del avión no son triviales. Los vientos internacionales soplan en contra y, en el corto plazo, la violencia puede terminar por destruir la voluntad de diálogo.

Afortunadamente, una mayoría de los chilenos son personas razonables y sensatas que quieren construir un mejor país y sentar las bases de un contrato social más justo que también permita que el país recupere el sendero del desarrollo y del crecimiento. Pero basta que unos pocos radicales tengan suficiente espacio para amenazar la estabilidad y el bienestar de todos.

Si bien es casi una obligación ser optimistas y trabajar con diligencia para que este avión llegue a feliz puerto, es imposible negar que, al menos en los dos años que se vienen, primará la incertidumbre, el temor y la desconfianza. Si en 1988 ganó el mensaje de «Chile, la alegría ya viene», hoy por hoy parece estar imponiéndose la percepción de que reinará la incertidumbre.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)