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04.06.07

Pesadillas que vuelven

Aun cuando la experiencia histórica resulta abrumadora por sus trágicos resultados, hay una insistencia pertinaz en buscar el “lado bueno” de ese pasado del “socialismo real”. Hay una predisposición a la extrema indulgencia con lo que significó el laboratorio marxista leninista que, muy por el contrario, sería impensable hacia los experimentos fascistas de los años treinta. La persistencia obtusa en caminos equivocados llevará a nuestro continente a un decenio perdido, alejándonos cada vez más de ser parte del mundo desarrollado y arrojando a millones de latinoamericanos a la desesperación de un futuro sombrío sin oportunidades.
Por Ricardo López Göttig

Hay sueños que son recurrentes, aspiraciones nobles que nos impulsan a mejorar nuestras instituciones para que todos nos podamos desarrollar en un ambiente libre, próspero y pacífico. Y también hay pesadillas que, enmascaradas de ilusiones idílicas, han llevado a la humanidad a callejones sin salida, plagados de violencia, genocidios, hambrunas y miseria. Pero a pesar de tanta evidencia histórica de países y culturas diversas que han ensayado los fracasos totalitarios, el socialismo marxista ha recobrado presencia en los discursos de líderes latinoamericanos de gran notoriedad.

El presidente venezolano Hugo Chávez, acompañado con más o menos entusiasmo por sus aliados regionales Morales, Castro, Correa y Ortega, viene prometiendo desde hace dos años el "socialismo del siglo XXI", aun cuando su origen ideológico no estaba en la izquierda, sino en una versión tropical del fascismo. Pero a diferencia de la ola marxista de los años de la guerra fría, este socialismo no viene con el aura de ser el destino inexorable de la historia humana, ni tampoco está acompañada por el sueño épico-industrial del paraíso de los proletarios. Ni siquiera apela al proletariado urbano industrial, el protagonista revolucionario para Karl Marx, sino a lo que los marxistas llaman "lumpenproletariado", los pobres no integrados al empleo en las fábricas, al que el autor alemán despreciaba por su falta de "conciencia de clase" y su inclinación reaccionaria.

El entusiasmo por la "revolución" se perdió en los países de Europa oriental en los sesenta, cuando comenzaron a sentirse los problemas graves de la economía planificada, ya anticipados por el economista liberal austríaco Ludwig von Mises en los años veinte. Arduos y sesudos debates de intelectuales marxistas se dieron en esa región en torno a cómo lograr economías desarrolladas y modernas, a pesar de no contar con un sistema de precios que fuera expresión de las demandas de los empobrecidos consumidores. La producción se establecía con criterios absolutamente arbitrarios, dictados en un oscuro ministerio por un funcionario caprichoso, en tanto que la calidad de los bienes -en el mejor de los casos- había quedado estancada.

Una nación como la antigua Checoslovaquia, que en el período de entreguerras fue el décimo país industrial con una población culta y calificada, se quedó rezagada en la economía mundial. A tal punto esta percepción del retraso era evidente, que en los años ochenta se creó en el seno de la Academia de Ciencias checoslovaca el Instituto de Prognosis, en el que se estudiaba cómo llevar adelante una transición hacia la economía de mercado manteniendo la fachada del socialismo. Las promesas de la "revolución" ya nadie las creía pero, como escribió Václav Havel, había que "vivir en la mentira" y simular que se deseaba la unión de los proletarios del mundo.

Aun cuando la experiencia histórica resulta abrumadora por sus trágicos resultados, hay una insistencia pertinaz en buscar el "lado bueno" de ese pasado del "socialismo real". Hay una predisposición a la extrema indulgencia con lo que significó el laboratorio marxista leninista que, muy por el contrario, sería impensable hacia los experimentos fascistas de los años treinta.

La persistencia obtusa en caminos equivocados llevará a nuestro continente a un decenio perdido, alejándonos cada vez más de ser parte del mundo desarrollado y arrojando a millones de latinoamericanos a la desesperación de un futuro sombrío sin oportunidades. El camino más rápido al desarrollo no es el atajo populista, sino el del respeto a las libertades, las instituciones y la iniciativa privada.

El autor es investigador asociado de CADAL y de la Fundación Hayek y Director de la Licenciatura en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano.