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12.09.03

CHILE Y SU ESPERANZADORA HISTORIA DE ÉXITO

A treinta años del golpe, Chile goza de una sólida democracia y de una pujante economía. En lo macroeconómico, y quizás también en lo social, ha sido el país latinoamericano más exitoso de los últimos 20 años. No casualmente, entonces, la gobernante Concertación chilena sea una de las pocas fuerzas políticas de la región (junto con Arena en El Salvador) que ha logrado tres mandatos populares consecutivos. El presidente Lagos, socialista como Allende, conduce un país seguro, orgulloso y respetado, que participa activamente del sistema internacional, se inserta agresivamente en la globalización económica y -descartando vetustas ideas proteccionistas, dependentistas, cepalinas y modernos discursos globalofóbicos- decide nada más y nada menos que firmar un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos.
Por Carlos Gervasoni

9 de Septiembre de 2003

Este artículo está escrito por un argentino admirado y envidioso. Admirado y envidioso del país que están construyendo nuestros hermanos chilenos. No un país perfecto, sino uno mucho mejor que el mío y que muchos otros. Un país que crece, que atrae y exporta inversiones, que comercia libremente, que contrae pocas deudas y las paga, que tiene estabilidad política, que combate seriamente la corrupción, que lidia con madurez con las horrendas heridas del pasado y que es respetado en el mundo por su responsabilidad y previsibilidad.

La clase política chilena ha logrado una impresionante recuperación desde un abismal punto de partida. Al igual que sus vecinos del Cono Sur, Chile conoció el agotamiento del modelo estatista y sustitutivo, y el estancamiento económico, hacia la década del 60. El año 1970 trajo la novedad de un gobierno socialista democráticamente elegido que, aunque legítimo y bien intencionado, condujo al país hacia el colapso. La creciente oposición que naturalmente generó el radicalismo de Allende fue catalizada por la intervención de un oportunista, soberbio, ambicioso y despiadado militar, que apenas unos días antes había jurado lealtad al gobierno democrático, y que apenas unos meses después mandó a asesinar a su ex jefe, el exiliado General Prats, en un brutal atentado en Buenos Aires.

A las desgracias del caos económico, social y político del gobierno de la Unidad Popular le siguió la tragedia del terrorismo de estado. Los errores de política económica de fines de la década del 70, y la crisis mundial y regional de principios de los 80, le asestaron todavía un golpe adicional a la sufrida sociedad chilena. Y sin embargo, en medio de la noche pinochetista comenzaba a gestarse la recuperación.

A treinta años del golpe, Chile goza de una sólida democracia y de una pujante economía. En lo macroeconómico, y quizás también en lo social, ha sido el país latinoamericano más exitoso de los últimos 20 años. No casualmente, entonces, la gobernante Concertación chilena sea una de las pocas fuerzas políticas de la región (junto con Arena en El Salvador) que ha logrado tres mandatos populares consecutivos. El presidente Lagos, socialista como Allende, conduce un país seguro, orgulloso y respetado, que participa activamente del sistema internacional, se inserta agresivamente en la globalización económica y -descartando vetustas ideas proteccionistas, dependentistas, cepalinas y modernos discursos globalofóbicos- decide nada más y nada menos que firmar un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. Interesantemente, la principal oposición al gobierno de la Concertación propone aún más liberalización y mercado.

No hay demasiados secretos en el casi milagroso desempeño de la economía chilena. Primero los Chicago Boys pinochetistas y luego los tecnócratas de la Concertación llevaron adelante políticas de sentido común: 1) equilibrio fiscal, 2) prudencia monetaria, 3) privatización de casi todo el sector público empresario, 4) desregulación de los mercados, 5) apertura unilateral de la economía y, 6) implementación de un modelo de desarrollo export-led. Es más, no conformes con semejante giro del estatismo a la economía libre, los chilenos le enseñaron al mundo cómo privatizar el sistema jubilatorio y obtener grandes beneficios a cambio.

El principal mérito del "milagro chileno" no debe ser atribuido a Pinochet y sus ministros de Economía. Es cierto que impulsaron políticas económicas adecuadas, pero lo hicieron bajo un régimen criminal y cometiendo, además, errores coyunturales que agudizaron los naturales dolores de la transición de una economía casi socialista al capitalismo competitivo, como la sobrevaluación cambiaria de la segunda mitad de los 70. Mucho más elogiable fue la posterior tarea de la coalición de Demócrata Cristianos y Socialistas, que, en un marco democrático, decidió mantener las políticas heredadas del régimen militar y, en algunos casos, profundizarlas. Así, en los 90, nos encontramos con un gobierno de perfil centro-izquierdista que no reestatizó nada, que no alteró la prudencia fiscal y que, notablemente, decidió aumentar la apertura comercial por la vía de recortes arancelarios adicionales realizados en forma unilateral y mediante la firma numerosos acuerdos de libre comercio.

En palabras de Jorge Domínguez:

Pinochet "implementó medidas económicas que en el largo plazo sirvieron bien a Chile, aunque con costos sociales y humanos de los más altos en América. Y aún así el desempeño económico del gobierno de Pinochet fue menos exitoso que el que sus apologistas le atribuyen. Por ejemplo, los errores del gobierno chileno en el manejo de la crisis de la deuda en 1983 fueron de los peores de la región ... Es verdad que la economía chilena bajo Pinochet logró una tasa de crecimiento económico per cápita levemente mayor al 1% anual en los 80, cuando la mayoría de los países latinoamericanos mostraban cifras negativas. Pero el Chile democrático desde 1990 ha crecido a una tasa cuatro veces mayor que el record de Pinochet en los 80, la mejor de sus dos décadas en el poder. El desempeño del Chile democrático en términos de respeto por las libertades públicas, aliento a los procesos democráticos, mejora en la educación y la salud, y reducción de la pobreza es también vastamente superior al del Chile de Pinochet" (traducción del autor)(1).

Los latinoamericanos deberíamos mirar más a Chile. Nuestros intelectuales y políticos tienen una preocupante tendencia a dejarse deslumbrar por los grandes, como Brasil, o por los rebeldes, como la actual Venezuela. Si el aplausómetro del patético Congreso argentino reunido para la asunción de Néstor Kirchner sirve de medida, el líder más admirado de la región, lejos de ser Lagos, es el único no democráticamente elegido de la región (el sangriento dictador Castro), seguido por el militar golpista Chávez.  Pero no son esos los países que progresan. Brasil, con su tímida e incompleta liberalización, ha tenido un desempeño económico mediocre desde la década del 80, y ha sufrido en la última década hiperinflación, una megadevaluación y una crisis financiera. Chávez ha provocado un derrumbe económico y una crisis política de dimensiones impresionantes. Cuba que a duras penas se sostenía en una pobreza digna con los subsidios soviéticos, colapsó una vez que estos cesaron y se vio obligada a autorizar enclaves de capitalismo e inversión extranjera para evitar males mayores.

Mientras tanto Chile progresa. Cuando dentro de unos 10 o 15 años se convierta en la primera economía desarrollada de América Latina, los admiradores de Castro y Chávez seguirán diciendo que ellos tienen razón y que sus países son pobres por culpa de la globalización y el capitalismo. Otros, en cambio, sentiremos que hemos perdido otro tren, uno que nos pasó al lado, apenas cruzando los Andes.


(1)  Domínguez, Jorge: "Democracy in Latin America. It Can Work". En Revista, Harvard Review of Latin America. Fall 2002. Page 5

Carlos Gervasoni es Politólogo. Presidente de CADAL. Profesor en la Universidad Católica Argentina, la Universidad Torcuato Di Tella y la Universidad del CEMA