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01.04.13

Cristina no es profeta en su tierra

(TN) La sobrevivencia contra todos los pronósticos de un gobernador que se fortaleció más que debilitó a medida que se fue alejando del favor presidencial rompe una larga racha de administraciones distritales frustradas o truncas, encabezadas por figuras que, al enfrentar situaciones críticas, no se animaron a hacer lo que hizo Peralta en Santa Cruz.
Por Marcos Novaro

(TN) Puede que las internas realizadas el domingo 31 de marzo en el peronismo santacruceño ayuden a desmentir la pretensión del kirchnerismo de seguir siendo la única facción capaz de conducir a los peronistas. E incluso la más modesta de que le alcanza controlar la asignación de recursos públicos para seguir consiguiendo, sino acompañamiento, al menos una mínima disciplina partidaria.

En un sentido más general, el divorcio entre Cristina y Peralta ha dejado ver matices inesperados en las relaciones de poder entre nación y provincias. Es que la sobrevivencia contra todos los pronósticos de un gobernador que se fortaleció más que debilitó a medida que se fue alejando del favor presidencial rompe una larga racha de administraciones distritales frustradas o truncas, encabezadas por figuras que, al enfrentar situaciones críticas, no se animaron a hacer lo que hizo Peralta: apostaron hasta el final a mostrarse dóciles frente al gobierno central, buscando garantizarse su apoyo, y no pudieron evitar el derrumbe ante su traición o su indiferencia.

¿Cómo es que este gobernador, nada menos que en el distrito considerado su pago chico por la actual Presidenta, por cierto muy dependiente de las transferencias que ella dispone discrecionalmente desde Buenos Aires, y que ya hace varios años está sometido al desgaste de ver cómo éstos llegan a cuentagotas a sus cuentas y las de sus intendentes aliados, mientras llenan la bolsa de los municipios encabezados por sus adversarios, a raíz de lo cual no ha podido aumentar un peso a los docentes desde hace casi dos años, logró sin embargo una sorprendente prosperidad política, y acaba de ganar las internas del partido de gobierno con un porcentaje envidiable?  La respuesta tal vez haga reflexionar a algunos de sus colegas.

Ante todo, pesa sin duda el hartazgo con un modo de conducir que en la provincia se practica desde hace más de veinte años y no ha dejado de producir heridos y contusos a su paso. Hay que recordar que ya al inicio de la presidencia de Néstor, en el lejano 2003, cuando muchos en el resto del país ignoraban todo sobre sus antecedentes provinciales y se asombraban con el ritmo arrollador que confería a sus decisiones apenas llegado a la Rosada, y no eran menos los que se dejaban seducir por sus aparentemente audaces e innovadoras iniciativas, surgieron unas cuantas voces de advertencia de ex colaboradores y conmilitones, comprovincianos todos ellos, que inoportunamente revelaron los aspectos oscuros del “estilo k”, el abuso y el maltrato con que los Kirchner solían acompañar sus decisiones, y los riesgos que suponía ofrecerles la oportunidad de hacerse de todo el poder, porque no dejarían de concentrarlo en sus manos para no tener que entregárselo a nadie más.

Este estilo, recordemos también, se volvió enseguida en contra de quienes quedaron a cargo de la administración provincial y que, como hemos dicho, regularmente terminaron más rápido o más despacio en el cajón de los trastos usados: tan celosamente se cuidaron los Kirchner de no dejar que nadie osara siquiera reemplazarlos en su querido distrito, que sistemáticamente minaron el poder de sus sucesores, hasta el extremo de volverlos impotentes ante quien quisiera ponérseles enfrente, fuera un gremio estatal, un empresario contratista o un intendente de pueblo. Se entiende entonces que, para desentonar y sobrevivir, Peralta haya tenido que romper abierta e irreversiblemente tanto con la Presidenta como con sus representantes locales. Y también que haya encontrado eco en unos cuantos que se cansaron del destructivo juego de no gobernar y tampoco dejar que nadie más lo hiciera.

Pesa también un diseño partidario concebido para fragmentar la vida interna, castigar a los disidentes y volver a todos dependientes del jefe distrital. Diseño que los Kirchner impusieron apenas llegaron a la gobernación, en 1991, y utilizaron en su provecho hasta 2003, pero ahora Peralta ha encontrado la forma de usar en su contra.

En concreto, lo que las peculiares reglas de juego entonces impuestas por Néstor Kirchner establecieron fue un mecanismo que asegura que una coalición mínima, de no más de un tercio de los peronistas provinciales, tenga un control casi total del partido, al otorgarle a quien gane por un porcentaje mínimo las internas, los dos tercios de los cargos. Un cuadro que se completó con la reforma constitucional, diseñada por el servicial Zannini, y que estableció algo parecido para la representación legislativa: otorgó una supermayoría de legisladores a quien apenas obtuviera una acotada primera minoría electoral.

Con  estas reglas quien gobierna se puede dar el lujo de ser mezquino con todos los demás grupos internos, y salvaje con quienes lo desafíen: no necesitará de la colaboración de alguien a menos que ese alguien pueda coordinar a todos en su contra, lo que el jefe del ejecutivo podrá abortar manteniendo a todos los demás actores fragmentados, a tiro de decreto y al borde de la inanición.

Daniel Peralta seguirá necesitando que la Presidenta tenga a bien concederle algo del dinero que es de todos. Pero ya no tendrá que elegir entre someterse o irse. ¿Qué podría suceder si su ejemplo cunde?

Fuente: (TN, Buenos Aires - Argentina)