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16.04.13

Desacuerdos en el oficialismo sobre la contrarreforma judicial

(TN) El fondo del asunto es que el populismo K ha llegado a madurar demasiado tarde: ya no tiene de su lado el calor del crecimiento económico, ni el impulso de la novedad para inflar sus velas; los lastres acumulados en una década de ejercicio del poder son demasiado pesados y dividen aguas en las propias filas. Sólo le queda repetir las instrucciones de su manual de operaciones, y rezar para que sus adversarios se vuelvan a equivocar.
Por Marcos Novaro

(TN) El kirchnerismo ha recorrido un largo camino en su relación con la Justicia. En 2003 no sólo promovió un cambio drástico en la Corte Suprema, proveyéndole independencia y prestigio intelectual y profesional, sino que introdujo dosis importantes de transparencia y pluralismo en los procedimientos para cubrir cargos clave, por ejemplo en la propia Corte y la Procuración. Todavía hoy, cuando se interpela a muchos kirchneristas, estos son los “logros” que primero sacan a relucir para justificar su posición.

Sin embargo, nadie puede ignorar que la Presidente no deja ni por un minuto de lamentar esas decisiones y busca por todos los medios revertirlas. Ahora con una serie de “reformas” que apuntan a partidizar la actividad de los jueces y someterla a la voluntad de la mayoría de turno. ¿El modelo cambió, Cristina se traiciona a sí misma, como han dicho algunos de sus ex colaboradores y piensan muchos que todavía lo son, o su objetivo siempre fue el mismo y sólo cambia de instrumentos?

Tal vez haya un poco de cada cosa. En 2003 los Kirchner llegaron al poder con muy pocos votos, una gestión controlada en gran medida por Duhalde y bajos niveles de apoyo y hasta de conocimiento en una opinión pública escéptica, que todavía esperaba que se fueran todos. Así que empezaron por seducir a esta última, para lo cual hicieron unas cuantas cosas que no estaban en principio en sus planes, ni entre sus preferencias, aunque podían resultarles en alguna medida útiles. Entre ellas, eliminar la mayoría automática menemista en la Corte y reemplazarla por figuras progresistas y prestigiosas, con las que esperaban tener una duradera comunión de objetivos. Aunque, claro, de esto no podían estar seguros.

No es casual que, en cuanto su posición ante la opinión pública mejoró, dejaron de correr riesgos como ese. Y fue así que abandonaron un plan de reformas judiciales más amplio formulado por sus primeros ministros del ramo, Béliz y Rosatti, y se sacaron de encima a estos dos funcionarios, optando por tejer redes en los tribunales con operadores y métodos que nada tenían que envidiarle a los utilizados en su momento por Menem.

El problema fue que, en el ínterin, habían quedado prisioneros de aquellas primeras decisiones. Y el obstáculo que ellas representaban para el ejercicio de su voluntad se fue magnificando. En esencia, porque en el ánimo de los nuevos integrantes de la Corte pesaron cada vez más los criterios de imparcialidad e independencia y menos las preferencias ideológicas.

Es decir, salvo una solitaria y lamentable excepción, resultaron más liberales que izquierdistas. Y porque mientras tanto el Ejecutivo fue empujando la “ampliación de derechos” en la dirección opuesta, volviéndola cada vez más paradigmáticamente populista.

Prueba de esto lo ofrece el tránsito de una agenda en que destacaban la despenalización del consumo de drogas y el matrimonio igualitario, a otra en que los temas que la Corte tiene que resolver son la ley de medios, los juicios eternos de los jubilados, la expropiación del predio de la Rural y la distribución de la publicidad oficial.

Atrapada entre su pasado y su presente, la Presidenta decidió una vez más llevar la guerra al terreno del enemigo y radicalizar sus iniciativas, para polarizar el escenario y poner a todo el mundo a la defensiva.

El problema con esta apuesta es que hay demasiadas cosas que no se pueden borrar a voluntad. No se puede reescribir todo el tiempo la propia historia. Ni recuperar el tiempo perdido.

El fondo del asunto es que el populismo k ha llegado a madurar demasiado tarde: ya no tiene de su lado el calor del crecimiento económico, ni el impulso de la novedad para inflar sus velas; los lastres acumulados en una década de ejercicio del poder son demasiado pesados y dividen aguas en las propias filas.

Sólo le queda repetir las instrucciones de su manual de operaciones, y rezar para que sus adversarios se vuelvan a equivocar. Si esto no sucede, las chances juegan en su contra: la polarización fracasará, y quedará en evidencia que el declamado modelo K no existe, lo que hay es sólo un método, que reclama sumar siempre más y más poder. Sin importar para qué, ni con quién, ni contra quién.

Es bueno que al menos algunos de sus albaceas vayan tomando nota de lo que eso les augura.

Fuente: (TN, Buenos Aires - Argentina)