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25.05.13

El juicio de la década: ¿ganada o desaprovechada?

El más importante límite a la radicalización kirchnerista, el factor finalmente eficaz para moderar su experimento político ha sido, más allá de un ambiente ocasionalmente resistente, la rigidez de su manual de operaciones y su consecuente propensión al error. En suma, su torpeza.
Por Marcos Novaro

Hacer un balance del kirchnerismo es complejo por varios motivos. En primer lugar, porque hay que considerar muchos aspectos y, según la perspectiva que adoptemos, la evaluación será más o menos positiva: ¿Lo que le pasó de bueno al país en estos años se debió a políticas de Gobierno o a factores ajenos y sucedió a pesar de esas políticas?, ¿Hay que valorar más el crecimiento inmediato, o la inversión, la productividad, la infraestructura y demás componentes del crecimiento futuro?, ¿Valen más los nuevos derechos de género y de minorías o los retrocesos en términos de transparencia, libertad de expresión y pluralismo político?, ¿Hay que comparar los indicadores sociales con lo peor de la crisis del 2001 o con lo mejor de los años noventa? Y así sucesivamente.

En segundo lugar, la tarea es compleja porque se trata de un proceso todavía en curso. ¿Cómo y cuándo llegará a su fin? Según lo que el kirchnerismo haga de aquí en más se moldeará ese final, y también su significado como etapa histórica. Por caso, si la radicalización en curso lograra sus metas, ¿no habría que releer lo que hasta aquí él hizo como la secuencia de pasos, más o menos necesarios según los casos, para crear un autoritarismo electivo?; y contrario sensu, en caso de que esa radicalización se frustre y el Gobierno nos sorprenda y reaccione moderando sus iniciativas económicas e institucionales, ¿no tendríamos que relativizar el peso que han tenido en él el populismo radical y su grito de guerra, el "vamos por todo" y destacar en cambio el coyunturalismo y el oportunismo?, ¿no habría que concluir, finalmente, que el kirchnerismo fue otro momentum peronista más del ciclo democrático iniciado en 1983, con lo bueno y malo que eso pueda implicar, pero en todo caso más parecido al menemismo que al peronismo clásico o al chavismo?

Todo esto nos alienta a mantener en alguna medida en suspenso el juicio sobre la década. Sin embargo, no impide plantear ya un balance crítico sobre la misma. Dos ideas pueden ordenar este preliminar aunque no tan provisorio balance. En primer lugar, respecto a la tensión entre proyecto y coyunturalismo, la respuesta no habría que buscarla en una u otra de esas alternativas sino en el papel central de la polarización como método y la afinidad electiva entre él e iniciativas cada vez más estatistas y centralistas. Dicho método se desplegó en instrumentos que se escogieron circunstancialmente, pero se encadenaron en una secuencia lógica de "profundización del modelo". Es decir, se ejecutó "paso a paso", montando un edificio que se elevó pieza por pieza, sin un plan maestro, aunque sí con una lógica  que fue de menor a mayor, cerrando vías alternas y volviendo otras inevitables.

Se entiende entonces que en el "modelo k" lo importante nunca haya sido un específico objetivo de política pública, tampoco un particular menú de reglas económicas o institucionales (el dólar alto, el desendeudamiento, las paritarias libres o la transversalidad electoral, todas reemplazadas según la conveniencia del momento), sino el rol que se reservó para sí desde un comienzo y a todo lo largo del proceso el líder, acumulando poder y quitándoselo a los demás. Este método, corazón del modelo, se sintetiza en una serie de reglas de polarización y apropiación: asegurar la máxima libertad de maniobra del presidente, debilitar las mediaciones institucionales y organizacionales, no sólo de los opositores sino también de los aliados, para reducir los espacios de negociación, concentrar las soluciones en el estado central y descargar los problemas en todos los demás actores, y asegurar la máxima lealtad y disciplina detrás de una causa lo más flexible posible, para movilizar un fanatismo inespecífico y manipulable.

Este método maduró a lo largo de la década. Aunque no siempre dio buenos resultados: a veces chocó con resistencias que frustraron la polarización (como en la crisis del campo, y también en la persistente tensión entre el oficialismo y el peronismo), y otras veces su ejecución puso en crisis las necesidades de la coyuntura y de la ideología. Como sucedió, en un sentido, con la promoción de una Corte Suprema independiente, alimento en principio de la popularidad presidencial que se volvió un escollo cada vez más serio para los cambios institucionales buscados. Y en un sentido distinto pero convergente, con la renuncia a tomar deuda en los mercados, que proveyó un triunfo ideológico que luego, en un contexto de escasez, redundaría en límites fiscales insuperables.

En segundo lugar, está el debate sobre las causas de la radicalización: para algunos ella obedece a la ideología del populismo radical y a una preferencia cada vez menos velada, replicar el "modelo Santa Cruz"; para otros fue el fruto inesperado, incluso para los protagonistas, de la contingencia, más específicamente de las dificultades que los gobiernos K enfrentaron, y frente a las cuales "fugaron hacia delante", radicalizándose a costa de sus preferencias iniciales. De lo que habría que concluir que, de no haber hallado esos obstáculos, un curso más moderado hubiera primado.

Contra esta suposición, sin embargo, cabe destacar que tanto los éxitos como los fracasos han alimentado la radicalización K. Es decir, que cuando sus líderes consiguieron más recursos y márgenes de libertad, los usaron para "profundizar el modelo", no para moderarse, porque el método así lo determinó: así hicieron en 2005 al echar a Lavagna, romper con Washington y desactivar el PJ después de someterlo. En tanto, cuando chocaron con problemas inesperados, hicieron algo similar, elevando la apuesta en el supuesto de que sólo con una mayor dosis del mismo remedio lograrían superarlos: eso fue lo que sucedió en la crisis del campo, con la ley de medios luego de la derrota de 2009, y ahora con la reforma de la Justicia tras fracasar en aplicar esa ley. Aunque no siempre se salieron con la suya: fue en algunas de esas escaladas que los Kirchner consumieron más recursos para lograr los más magros resultados.

La conclusión que de ello cabe extraer es que el más importante límite a la radicalización kirchnerista, el factor finalmente eficaz para moderar su experimento político ha sido, más allá de un ambiente ocasionalmente resistente, la rigidez de su manual de operaciones y su consecuente propensión al error. En suma, su torpeza. Y la pregunta que hay que hacerse, entonces, volviendo al punto inicial y a la posibilidad de que el Gobierno fracase en aventar el clima de fin de ciclo que se insinúa en nuestros días con iniciativas económicas e institucionales cada vez más radicalizadas, es si antes del fin será capaz de flexibilizar en alguna medida su método y brindarle al país, y brindarse a sí mismo, una mínima dosis de pragmatismo. Aunque más no sea de ese pragmatismo forzado por las circunstancias de que supo hacer gala en el comienzo de su Presidencia Néstor Kirchner, y que hoy muchos de sus antiguos simpatizantes tanto añoran.

Fuente: Todo Noticias (Buenos Aires, Argentina)