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10.12.13

El aburrido derecho a votar

(Buenos Aires Herald) Para que la democracia representativa funcione, las elecciones deben ser significativas. Si bien es cierto que cada vez menos gente vota cuando las cosas van bien, hay varios signos de que las democracias latinoamericanas están funcionando mal. Incluso entre las democracias que están funcionando bien, la probabilidad de la corrupción y la ineficacia aumenta cuando la gente deja de prestar atención.
Por Patricio Navia

(Buenos Aires Herald) Dos décadas después de que la democracia se consolidó como la única alternativa en el vecindario, los latinoamericanos están cada vez más interesados en participar en ella. Sin embargo, las altas tasas de abstención no son necesariamente una indicación de una crisis inminente. En algunos países, la baja participación refleja el descontento. En otros, es un indicador de que las elecciones son más acerca de los pilotos que del camino que seguirá el país en los próximos años.

La participación está disminuyendo en todo el mundo. La Unión Europea podrá ver la más alta abstención en las elecciones para el Parlamento Europeo que se celebrarán en mayo. Aunque en Estados Unidos se registró un aumento en la participación en 2008, Obama ganó su reelección en 2012 con menos votos (66 millones) de los que recibió en 2008 (69,5 millones). Menor cantidad de personas también emitieron el voto en 2012, lo que confirma las sospechas de que el mayor número de votantes en el 2008 fue una respuesta a la crisis económica más que un signo de una democracia revitalizada.

En América Latina, la participación también ha estado en decadencia. A mediados de noviembre, Chile tuvo su mayor tasa de abstención en una elección presidencial desde que se restableció la democracia. La adopción del voto voluntario puede ser parcialmente juzgada por la decadencia. Sin embargo, puesto que el registro automático añade más de 4 millones de personas a los padrones electorales, el hecho de que cuatro de cada diez chilenos no se preocupó por votar decepcionó a quienes ven a Chile como una de las democracias más fuertes de la región.

Incluso se espera que se presenten menos personas para la segunda vuelta del domingo próximo. La coalición de centro-izquierda de la ex Presidenta Michelle Bachelet está más preocupada en movilizar a sus simpatizantes que en la candidata derechista Evelyn Matthei. La coalición derechista está apostando a que una muy baja participación pueda alterar la victoria de Bachelet.

Debido a que los candidatos presidenciales chilenos hicieron campaña sobre transformaciones radicales y recibieron un apoyo marginal en la primera ronda, podemos concluir con seguridad que los chilenos rechazan las transformaciones radicales. Un sostenido crecimiento y la expansión de las oportunidades, a pesar de los altos niveles de desigualdad de ingresos –podría ser la razón por la cual la mayoría de los chilenos no votan. Después de todo, tal y como sucede cuando los consorcios o clubes sociales han funcionado bastante bien, los miembros no hacen el esfuerzo de presentarse a las reuniones.

El hecho de que Chile ha experimentado las protestas callejeras en los últimos años –con las demandas de los estudiantes por la igualdad de acceso a la educación de calidad gratuita enviando ondas de choques en 2011 –debería ser prueba suficiente de que no todo es bueno en Chile. Sin embargo, los jóvenes chilenos tienen las tasas más altas de abstención que cualquier otro grupo. La percepción de que, independientemente de quién gane, el gobierno hará poco por hacer frente a sus demandas, ha llevado a muchos a creer que la democracia se ejerce mejor en protestas callejeras que en las casillas electorales. Desafortunadamente, una marcha callejera es una manera mucho menos eficaz para canalizar y agregar demandas que las elecciones. Por otra parte, aunque el principio de “una persona, un voto” se logra en las elecciones, las protestas callejeras terminan beneficiando a quienes están mejor organizados o tienen más recursos.

Venezuela también ha experimentado la caída en participación en las recientes elecciones. A diferencia de Chile, Venezuela no ha experimentado un crecimiento sostenido y estabilidad en los últimos años. El país está polarizado políticamente y abundan los problemas económicos. Desde la alta inflación a la corrupción rampante, Venezuela está pasando por un período muy inquietante. La alta abstención en las elecciones municipales el pasado domingo no puede atribuirse a la complacencia o a la satisfacción con la dirección que el país está tomando. Los venezolanos están insatisfechos con su gobierno, pero la oposición tampoco ha logrado ganarse la confianza de la gente. Los venezolanos tal vez quieren cambiar su rumbo pero no parecen estar seguros de que haya un piloto confiable a quien puedan recurrir para llevarlos en una dirección diferente.

El voto voluntario también juega un papel. Los partidarios afirman que los partidos deben atraer a los votantes a las urnas cuando el voto no es obligatorio, pero los partidos también pueden ganar mediante la movilización de los partidarios y desalentar a los opositores. En lugar de fomentar la participación, los partidos disuaden a los electores que probablemente votarían por otros partidos que participan en el proceso. La baja participación no es mala si aquellos que votan resultan ser sus votantes.

Como los extremistas son mucho más proclives a votar que los moderados, el voto voluntario polariza al electorado. En Venezuela, el gobierno ganó mediante la inducción de la participación entre los partidarios y poniendo a trabajar un esquema populista. En Chile, la única esperanza de la coalición de derecha es tener una participación tan baja que la clase alta y fuertemente conservadora incline su voto electoral a favor de Matthei. A su vez, la  Concertación de centro-izquierda confía que su mayor base de apoyo y el atractivo de Bachelet entre los que recibieron subsidios en su primera administración serán suficientes para hacerse el día.

Para que la democracia representativa funcione, las elecciones deben ser significativas. Si bien es cierto que cada vez menos gente vota cuando las cosas van bien, hay varios signos de que las democracias latinoamericanas están funcionando mal. Incluso entre las democracias que están funcionando bien, la probabilidad de la corrupción y la ineficacia aumenta cuando la gente deja de prestar atención. La noticia más grande y lo más preocupante de las elecciones más recientes en América Latina es que, si bien sigue siendo la única alternativa de la región, la democracia no está logrando atraer al público.

Este artículo fue originalmente publicado en inglés en el Buenos Aires Herald.

Traducción de Wanda Di Rosa y Hernán Alberro.