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07.03.14

Las verdades de Cristina y del «chiquito cumplidor»

(TN) La lista de fracasos es lo suficientemente extensa y variada para explicar por qué la Presidenta casi no se refirió al futuro, ni siquiera al presente. Y cuando volvió sobre los supuestos logros de la década ganada fue, no como dos años atrás cuando inventó esa expresión, para invitarnos a disfrutar otros diez años de kirchnerismo, sino más bien para excusarse de hablar de las decisiones impopulares que cada vez más abiertamente se ve obligada a tomar en nuestros días.
Por Marcos Novaro

(TN)  discurso de inauguración de sesiones legislativas de este año será recordado probablemente como la primera ocasión en que Cristina Kirchner ya no pudo fugar de los muchos déficits de su gestión sacando nuevos conejos de la galera, y no tuvo otra que acusar el golpe. Lo hizo, claro, sin reconocer ningún error ni falla, pero sí una serie de límites a su voluntad, lo que no es poca cosa.

En primer lugar, en relación a la fracasada reforma judicial, cuya suerte atribuyó a la terca pero eficaz resistencia corporativa. Luego, por la imposibilidad de seguir dándole máquina a la rueda de la felicidad de la inflación, concediendo aumentos salariales por arriba de la suba de precios, lo que está obligándola a chocar cada vez más duramente con los gremios, empezando por los de los docentes.

En tercer lugar, por el declive de su control de la calle, y consecuentemente, la declinante capacidad para usar piquetes y escraches contra sus enemigos (pese a los esmeros de Quebracho y la Cámpora) y la urgencia derivada por poner en caja la protesta social, que recién ahora descubre suele recurrir a métodos reñidos con los derechos del prójimo.

A ello se suma el fracaso del acuerdo con Irán. Y por último, y tal vez lo más doloroso para el ethos kirchnerista, el paradójico límite que ha significado la inútil aplicación de la Ley de Medios, el único “éxito” del último año de gobierno, pero que no por nada se mencionó casi al pasar, porque se ha visto ya que el daño que se les puede provocar con ella a los medios independientes, y en particular a Clarín, es insuficiente para asegurarle al oficialismo un mayor control de las audiencias, que en su propia torpeza él mismo ha venido empujando hacia esos “medios enemigos”, dada la incapacidad para crear otros mínimamente confiables, sumada a la destrucción de los que empresarios adictos han ido absorbiendo.

La lista de fracasos es lo suficientemente extensa y variada para explicar por qué la Presidenta casi no se refirió al futuro, ni siquiera al presente. Y cuando volvió sobre los supuestos logros de la década ganada fue, no como dos años atrás cuando inventó esa expresión, para invitarnos a disfrutar otros diez años de kirchnerismo, sino más bien para excusarse de hablar de las decisiones impopulares que cada vez más abiertamente se ve obligada a tomar en nuestros días. Y de la falta de perspectivas para un proyecto que parece condenado a disiparse en la nada como un mal sueño.

Tal vez cuando se volvió esto más visible fue al referirse a YPF, escogido como exponente de los “logros oficiales”,  de esos que ella espera todavía le permitan probar que el país que deja es mejor que el que recibió. En lo demás pareció más bien inclinada a tirar la toalla. Pero con YPF sí se quiso mostrar satisfecha y entusiasta.

Así como algunos llevan dentro su enano fascista, ahora sabemos que el gobierno tiene, además de a Luis D´Elía y otros que se esmeran por cumplir ese rol, al “chiquito cumplidor”. Mote que a Axel Kicillof no debe haberle gustado mucho. Y lo debe haber dejado muy preocupado en particular porque lo usó Cristina para atribuirle la plena responsabilidad por el arreglo con Repsol.

En el que no es fácil decir que Kicillof haya cumplido su palabra. Y al excusarlo por ello, la Presidenta al mismo tiempo le carga la plena responsabilidad por un compromiso de pago, que permite al menos convertir la confiscación en expropiación, pero será sin duda objeto de muchas objeciones.

Pagar es lo único que en este terreno, hoy por hoy, Cristina puede llamar un logro de su gobierno. Habrá que ver si reconocerle 5000 millones con casi 9% de interés a los españoles es un buen arreglo.

Para empezar, los pagos equivaldrán a buena parte sino la totalidad de las ganancias de la compañía, hoy de unos 260 millones de dólares anuales, durante los próximos veinte años. Pero bueno, a su favor se podrá decir que había escenarios peores: por caso, que siguiera como hasta hoy cayendo la inversión, y por tanto fuera cada vez más difícil recuperar la producción de gas y petróleo.

Más allá de esto, lo más sorprendente de las palabras de Cristina sobre el tema fue que exaltaron la meta del autoabastecimiento justo cuando los precios de los combustibles y la energía se están incrementando y se anuncia lo harán todavía mucho más. Los primeros vienen siendo sistemáticamente “descuidados”, con autorizaciones para que suban todos los meses incluso más que el porcentaje de inflación reportado por las consultoras privadas, con lo que en un año acumulan un alza de 60%. En cuanto a los de la electricidad se prepara un salto considerable para los hogares, que el cumplidor Kicillof ha advertido ya no tolerará genere queja alguna.

El punto no es si los subsidios son irrazonables o insostenibles. Sino si es razonable esperar que no haya quejas, cuando se decide recortarlos justo cuando la economía entró en recesión y los salarios están ya siendo comprimidos para que se retrasen respecto a la inflación.  Tal vez si el recorte se hubiera hecho dos años atrás, cuando la economía aun crecía y muchos salarios venían de ganarle a los precios, las protestas habrían sido acotadas. Pero hoy, independientemente de que tal vez el gobierno ya no pueda evitarlo, ningún argumento alcanzará para disuadir a los consumidores de protestar por lo que se les presentará como un manotazo más a sus ya alicaídos bolsillos.

Kicillof protagonizó en estos días otro sinceramiento sorprendente: “Si insisten lo reconozco, pagaremos bastante más” que los 5000 millones declarados oficialmente. Igual que con la inflación, decir la verdad, o por lo menos no camelear tanto como en el pasado, parece ser una buena idea. Descomprime la tensión que se ha generado en torno a un gobierno que o se salía con la suya, o se enojaba, convocaba a la guerra y pateaba el tablero.

El problema es que justo se les ocurrió hacerlo cuando las verdades que se ventilan son más y más impopulares y la presidente parece tan atenta a salvar su herencia y el prestigio que le queda por glorias pasadas, que difícilmente acepte invertir en serio ese capital para lograr una transición no caótica. Hacerlo no requerirá de ella ni de sus colaboradores que digan toda la verdad, pero sí que se acomoden en la mayor medida posible a ella en la práctica. Por ejemplo, aceptando que el malhumor social va a incrementarse y la soberbia oficial puede ser el peor modo de encararlo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)