Artículos

12.03.14

Massa politiza, Scioli despolitiza, Cristina trastabilla

(TN) Con todos los problemas que tiene por delante, lo más probable es que Cristina opte por guardar en un cajón, al menos por ahora, la reforma del Código Penal. La única excusa a que podrá apelar será decir que, una vez más, la “máquina de impedir” se salió con la suya. Lo que implicará de todos modos una implícita admisión de su creciente impotencia, así como de la eficacia creciente de Massa para desafiarla y torcerle el brazo.
Por Marcos Novaro

(TN) La polémica desatada sobre la reforma del Código Penal ha agitado al mundo judicial y puso en circulación todo tipo de opiniones expertas, sobre la ineficacia comprobada de la llamada “mano dura”, sobre los déficits institucionales que determinan que haya muy pocas condenas, y la influencia de esta incapacidad más que del número de delitos en la sensación de inseguridad, sobre las simplificaciones en que suele caer el llamado “garantismo” y muchas otras cuestiones.

Pero los efectos políticos del debate corren por una cuerda bastante distinta: exponen antes que nada los términos en que combaten los tres principales actores de la transición abierta en junio pasado: Massa, Scioli y Cristina.

Las cartas de Massa son las más fáciles de comprender en este juego de tres. Y las que hasta aquí parecen ir imponiéndose. El líder del FR tiene que sostener el protagonismo logrado en la última votación durante dos años en que no habrá nuevos llamados a las urnas y frente a antagonistas que ocupan cargos institucionales mucho más importantes que el suyo, que les permiten decidir el destino de miles de millones de pesos cotidianamente. Su mayor temor es que su poder se diluya entre las 257 bancas de diputados y que el tiempo sepulte las expectativas que supo generar en las legislativas.

Así que tiene que aprovechar al máximo las pocas oportunidades que se le presenten para recrear la escena en la que él desafía a los gobernantes, dándole voz al ciudadano común, y los pone en evidencia en sus falencias. El anuncio de la reforma del Código por parte de la presidente, y peor, la nominación de Zaffaroni como máximo inspirador de la misma, más la exclusión del FR de la discusión, le dieron una oportunidad imperdible para hacerlo y la aprovechó.

El caso ilustra el grado en que han cambiado las cosas en la relación entre el gobierno y sus contrincantes, hasta el extremo de invertir pautas que fueron parametrales durante el ciclo K.

Hasta hace poco era aquél quien por regla general politizaba los temas de agenda, planteando conflictos radicales y estableciendo conexiones por lo común simplificadoras pero igualmente movilizadoras entre los temas de gestión y los “modelos de país”, las ideas en competencia y los respectivos liderazgos.

Ahora en cambio lo hacen sus adversarios, y en particular el mayor de ellos, Massa: es él quien necesita mantener activa la escena de competencia, para que el tiempo que nos separa de las elecciones de 2015 sea lo más parecido a una constante campaña de instalación de candidaturas alternativas.

Ante esta presión, los esfuerzos hechos en los últimos días por funcionarios K para despolitizar la cuestión del Código Penal (con Capitanich y Zaffaroni al frente, reclamando que no se quisiera “sacar ventaja” de la cuestión y se discuta con distancia de las diferencias políticas) sonaron por lo menos poco convincentes. No sólo porque contradijeron lo que siempre ha hecho el kirchnerismo, sino porque tuvieron que salir a la defensiva, cuando ya Massa había definido el debate en los convenientes términos de una oposición entre los ciudadanos preocupados por la inseguridad y los políticos que arreglan entre ellos y se preocupan por sus propios asuntos.

Además esta tardía apuesta despolitizadora del kirchnerismo tuvo que competir con una similar y mucho más aceitada de Scioli, que sí ha sabido volverse creíble en el rol de “político que no hace política”, un gestor que “quiere lo mismo que la gente común”, “que todo salga lo mejor posible”, y no se involucra ni en peleas de facción ni en debates ideológicos, ni en ningún otro de los menesteres que tanto gustan a los políticos profesionales y a los ciudadanos del llano en general les repugnan.

Scioli ensayó una vez más esta despolitización cuando se sustrajo olímpicamente del terreno de debate en que Massa metió al gobierno nacional, obligándolo a retroceder y dar explicaciones, y al resto de la oposición, a la que forzó a seguir sus pasos y desautorizar a sus propios delegados en la comisión de Zaffaroni. Para Scioli todo eso no fue más que “peleas de políticos” que distraen del trabajo de “cuidar a la gente”, así que objetó a la vez las excarcelaciones y a los que “siembran desánimo”.

Con todos los problemas que tiene por delante, lo más probable es que Cristina opte por guardar en un cajón, al menos por ahora, la reforma. La única excusa a que podrá apelar será decir que, una vez más, la “máquina de impedir” se salió con la suya. Lo que implicará de todos modos una implícita admisión de su creciente impotencia, así como de la eficacia creciente de Massa para desafiarla y torcerle el brazo.

En cuanto a la opinión pública, tal vez se olvide pronto del episodio. Pero eso no alcanzará para borrar el hecho de que él ha abonado la idea ya muy extendida desde hace tiempo de que el oficialismo no tiene ni las mejores ideas ni mucha capacidad de gestión que digamos para resolver los problemas de inseguridad. Sin que los demás hayan tenido que esforzarse mucho en demostrar si están realmente capacitados para hacerlo mejor ni qué métodos usarían.

En lo que también puede identificarse un cambio más general que ha tenido lugar en la relación entre el gobierno y los aspirantes a sucederlo: son los déficits de aquél lo que más ayuda a diluir las falencias de éstos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)