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23.01.15

La Presidenta manipula, oculta y confunde

(La Nación) Una réplica local del mani pulite o del Watergate era inconcebible hasta la semana pasada, tal vez ahora no lo sea tanto. No necesita de héroes, de gente intachable, alcanza con unas cuantas personas normales que se convenzan de que así como estamos no se puede seguir.
Por Marcos Novaro

(La Nación) Como nadie, salvo los muy interesados o muy necios, cree ni aquí ni en el exterior la tesis oficial de que Alberto Nisman se suicidó fruto de un desengaño de última hora con sus propias investigaciones y denuncias, que es la única explicación que el Gobierno puede dar de lo sucedido sin pagar un altísimo costo, éste está haciendo un enorme esfuerzo por confundir la escena y hacernos creer que será imposible llegar a la verdad.

La infame carta de la Presidenta, llena de alusiones inconexas y señalamientos arbitrarios, que si no fuera por esa necesidad de confundirlo todo cabría atribuir simplemente a una mente alterada o la falta de asesoramiento, marcó el camino. Y a recorrerlo se lanzaron Eugenio Zaffaroni, Horacio Verbitsky, Julián Domínguez, Aníbal Fernández e incluso The Tehran Times.

Si estuviéramos en la Rusia de Putin o en la Venezuela de Chávez, tendrían alguna chance de imponer su versión de las cosas y zafar.

Pero la Argentina guarda demasiadas diferencias con esos regímenes en los que la verdad puede ser manufacturada desde el Estado y la lógica de guerra anula las dudas y las críticas.

El kirchnerismo hubiera necesitado darles en verdad todo el poder a los D'Elía, los Larroque, los Bonafini si quería sobrellevar cómodamente una crisis como ésta. No lo hizo.

Como siempre les pasa a los peronistas, el kirchnerismo pretendió ser más vivo que nadie y tener las ventajas del autoritarismo y el fanatismo sin sus inconvenientes, y se quedó a medio camino: ahora deberá pagar el costo de convivir con estos personajes y alimentarlos sin disfrutar de los aportes a un poder omnímodo que ellos insistieron en ofrecerle. Mal hecho.

Pero no es sólo por la incoherencia y la infinita torpeza oficial que el ocultamiento y la confusión que intenta no van a funcionar. También porque hay anticuerpos no tan débiles como a veces se teme operando entre nosotros.

Los políticos opositores tendrán a partir de ahora un mayor incentivo para cooperar en este terreno y asumir compromisos con una investigación futura seria, no sólo de la muerte del fiscal, también de sus denuncias, del caso AMIA y de otros desaguisados armados por los servicios de inteligencia, la política exterior y las redes de corrupción en estos años. Tal vez Scioli y el resto del peronismo oficial sigan callando al respecto, esperanzados en prolongar los 25 años de más o menos activa complicidad que acumulan hasta aquí, pero los costos de hacerlo serán mucho mayores.

La Justicia todavía independiente tendrá una legitimidad mucho mayor para desafiar al poder, y motivos para buscar la solidaridad entre pares y de la sociedad. También para buscar la forma de cooperar con actores externos de manera de salvar sus evidentes deficiencias. Una réplica local del mani pulite o del Watergate era inconcebible hasta la semana pasada, tal vez ahora no lo sea tanto. No necesita de héroes, de gente intachable, alcanza con unas cuantas personas normales que se convenzan de que así como estamos no se puede seguir.

Pero por sobre todo operará decisivamente en esta dirección la demanda social. Hasta aquí una amplia mayoría más bien ignoró la corrupción y el abuso de poder. Y toleró dos décadas largas de impunidad y manipulaciones del atentado de la AMIA, como de muchos otros crímenes políticos. No porque todo eso le fuera indiferente, sino porque lo asumía como un dato parametral, el "costo de vivir acá". Dando por descontado que todos los políticos roban y violan la ley por igual, así que nada de eso puede cambiar: ¿para qué ponerlo entonces como prioridad de la agenda? Pero no será tan fácil a partir de ahora vivir esas situaciones como normales. Es cierto, puede también que con el paso de los días la indignación se manifieste menos intensamente, y la frustración haga el resto del trabajo para "normalizar" también esta muerte. Pero con que algo quede y alimente la voluntad de cambiar habrá motivos para ser optimistas.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)