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02.03.15

La guerra con la Justicia sigue, por la Corrupción

(TN) La omnipotencia proveyó impunidad durante mucho tiempo, pero ella nunca es eterna, y los Kirchner debieron haberse imaginado que así sería, y que les convenía cuidarse no sólo de las filtraciones sobre sus negocios durante la etapa de acumulación de dinero y poder, sino sobre todo de las que se podrían producirse cuando esa etapa decayera. La temporada de éxitos parece haberles jugado una mala pasada, al producirles un efecto borrachera.
Por Marcos Novaro

(TN) La presidente habló de amor y rechazó el odio, pero siguió llamando a la guerra. En particular contra la Justicia. A la que acusó de todo tipo de desgracias, de perseguir a su gobierno, de hacer política y de estar al servicio de oscuros intereses. Lo mismo que había dicho ya en varias ocasiones anteriores, y con el mismo tono de indignación moral de quien pretende que es injustamente acusada. ¿De qué estaba hablando en concreto, lo que realmente la desvela es la AMIA, Irán, o son otros asuntos?

El fallo de Rafecas que por ahora la liberó de las acusaciones de Nisman parece no haber calmado su ánimo. En parte esto es así porque no es un fallo firme, y seguramente la jefa de estado teme lo que casi todos consideran más probable, que el fiscal Pollicita apele y la Cámara Federal le dé la razón, obligando a Rafecas a hacer algo más que desestimar todo como si Nisman hubiera sufrido una ensoñación delirante.

Pero sobre todo influyen en el persistente ánimo belicoso de la presidente otras causas que tienen más chances de avanzar que las indagaciones sobre la diplomacia paralela con Irán, y que en varios casos apuntan a redes de corrupción que involucran directamente a ella y su familia, sus negocios y su patrimonio.

Dijo Cristina incluso algo más, que revela hasta qué punto se preocupa por este asunto: anunció abiertamente que en el futuro próximo buscará volver a ser legisladora. Aunque a juzgar por el tono de comentarista indignada que por momentos dio a su discurso, para lavarse las manos de 12 años de gobierno casi omnímodo, habría que decir que el rol de legisladora ya lo tiene bien incorporado.

Como sea, disponer de fueros será para ella muy necesario si, como se sospecha, en particular la investigación que sigue Claudio Bonadío tiene más chances de avanzar que la de Pollicita. Muchos en el gobierno ven en estos avances un celo sospechoso, tal vez la vendetta de quienes en el pasado fueron dóciles y ahora quieren congraciarse con otros jefes, o lavar su descrédito ante la opinión pública. Pero deberían considerar la posibilidad de que las razones de tan inoportunas investigaciones, y las escandalosas revelaciones que producen, sean otras.

Primera y fundamental, que la omnipotencia proveyó impunidad durante mucho tiempo, pero ella nunca es eterna, y los Kirchner debieron haberse imaginado que así sería, y que les convenía cuidarse no sólo de las filtraciones sobre sus negocios durante la etapa de acumulación de dinero y poder, sino sobre todo de las que se podrían producirse cuando esa etapa decayera. La temporada de éxitos parece haberles jugado una mala pasada, al producirles un efecto borrachera. Pero también fallaron al buscar salidas que no podían funcionar. Es cierto que, si hubieran logrado hacer avanzar los proyectos incluidos en la “democratización de la Justicia” tal vez se hubieran evitado algunos dolores de cabeza; aunque eso fue también ilusorio: si los ciudadanos hubieran elegido a los miembros del Consejo de la Magistratura en 2013, como quería el gobierno, es más probable que hubiera volado de su cargo Rafecas antes que Bonadío.

En segundo lugar, y decisivamente, pesa el carácter autoinculpatorio de la relación que los Kirchner establecieron entre el dinero y la política. Desde un principio ellos otorgaron a las prácticas de corrupción una función moralizante y aleccionadora sobre el resto de las elites: las instruiría sobre la soberanía de la política, y del poder específico del vértice político en la suerte que habría de tocar a toda persona o grupo social, a toda iniciativa o actividad económica.  Corromper, en suma, era la mejor vía para demostrar en los hechos que los mercados y la competencia no existen, que los ricos cuando reclaman “seguridad jurídica para invertir” y otras cosas abominables por el estilo en verdad están mintiendo, tratando de no compartir su suerte con otros recién llegados a las oportunidades de saqueo. El problema es que, por más que durante años se impartieron lecciones al respecto, no se pudieron borrar las diferencias entre el capitalismo de amigos y todo el capitalismo argentino, ni instalar del todo la necesaria indiferencia moral respecto al abuso de poder llevado a cabo. Con lo cual ya no hace falta probar siquiera los detalles del saqueo para que todo el mundo dé por hecho que la fortuna presidencial es injustificada.

A este respecto, la situación de Cristina es mucho más comprometida e inescapable que la que en su momento enfrentó Menem, aunque nunca vaya a hablar de corrupción, él sea un tema tabú peor que la inflación, y no esté dispuesta a echar a ningún funcionario por más comprometido que esté por haber metido la mano en la lata.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)