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01.04.15

Kicillof no sabe contar pobres, pero sí usarlos

(TN) Kicillof ni su equipo pueden desconocer que el drama de la exclusión no ha disminuido desde que ellos están en funciones, todo lo contrario, se ha agravado sistemáticamente, y la política oficial que ayudaron a implementar no estuvo dirigida a modificar esta situación, a hacer crecer la economía, generar empleo productivo y proveer de ingresos genuinos y sustentables a más gente, sacándola de la pobreza, sino a fidelizarla políticamente.
Por Marcos Novaro

(TN) El ministro de Economía sostuvo que no sabe cuántos pobres hay, ni le interesa andar contándolos porque sería una falta de respeto hacia gente que ya tiene bastantes problemas con qué lidiar. Aclaró a continuación que el gobierno que integra está tan absorbido por la misión de eliminar la pobreza que no se le puede pedir encima que se entretenga en el detalle burocrático de mapear la cuestión. Lo que ratificaron después Aníbal Fernández, Daniel Scioli y varios funcionarios más, cada cual con su estilo.

En este asunto una mentira cubre la otra y los farsantes se cuidan las espaldas entre sí.

Desde que el Indec fue intervenido y se empezó a manipular el dato de inflación era cuestión de tiempo para que todas las demás cifras sobre la economía y las condiciones de vida de la sociedad quedaran primero afectadas y luego invalidadas. Algo que Kicillof sabe muy bien porque en su momento criticó con esa idea el papel de Guillermo Moreno, aunque se haya dedicado no a corregir esa manipulación sino a borrar los rastros de sus críticas desde que llegó al ministerio.

Pero esta mentira sobre los datos, siendo grave, no es la única, ni siquiera la peor que contienen las declaraciones del hoy ministro: lo que dice a continuación, que el combate de la pobreza es el objetivo irrenunciable de su gestión, es lo que corona el fraude, y explica se haya pasado de la manipulación de la información a su lisa y llana desaparición.

Porque ni Kicillof ni su equipo pueden desconocer que el drama de la exclusión no ha disminuido desde que ellos están en funciones, todo lo contrario, se ha agravado sistemáticamente, y la política oficial que ayudaron a implementar no estuvo dirigida a modificar esta situación, a hacer crecer la economía, generar empleo productivo y proveer de ingresos genuinos y sustentables a más gente, sacándola de la pobreza, sino a fidelizarla políticamente.

Su lema fue, desde un comienzo, “que el ajuste lo haga la economía privada y no las cuentas públicas”, para que más y más gente dependa de un plan social, de un empleo público, aunque sea uno precario, mal pago y de escasa o nula productividad. Eso fue lo que primero como viceministro y luego ya como jefe de su cartera, Kicillof ha estado haciendo desde fines de 2011. De allí que haya tenido que volver mucho más amplias y absurdas las mentiras que se iniciaron con Moreno.

Hasta 2011, recordemos, el gobierno nacional venía mintiendo sobre los precios, igual que sobre la tasa de crecimiento del PBI, y por extensión exageraba cada vez más el ritmo en que la pobreza declinaba. Hasta que se llegó al absurdo de afirmar, en los últimos informes del Indec sobre el tema, que la indigencia era un problema prácticamente erradicado de nuestro país.

Pero se exageraba una tendencia que, aunque cada vez más tenue a medida que nos acercábamos a 2011, era igualmente real y comprobable. Porque la economía privada todavía crecía, no sólo lo hacía el gasto público, y aunque hubiera un problema de inflación creciente, los salarios y aun los planes, las jubilaciones y demás canales de distribución del gasto social aumentaban a la par o a veces un poco por encima de los demás precios.

De allí que Moreno pudiera decir con alguna lógica que las cosas se iban a acomodar a la imagen que él pintaba. Y que más que un mentiroso era un visionario, porque se anticipaba a lo que estaba destinado a suceder. Esta probablemente fue una de las razones por las que Néstor y Cristina compraron su plan de intervención sobre las estadísticas: con el desbordado optimismo de sus voluntades, que explica casi todas sus decisiones, asumieron que a la corta o a la larga la realidad iría convergiendo con la mentira, y que no había por tanto que preocuparse demasiado de las críticas ni inconsistencias que se padecieran en el camino.

Kicillof, sus camelos y sus silencios son en cambio producto de y funcionales a una etapa muy distinta. Una fase del kirchnerismo en que los delirios de la voluntad gobernante no cumplen la función de acomodar como sea las desprolijidades y tensiones de un proceso de expansión en curso, sino que sirven apenas para lubricar una máquina que sólo aspira a reproducir el poder y un status quo acorde a su vigencia.

Este giro desde el desarrollismo chapucero al conservadurismo aún más trucho experimentado por el proyecto oficial requiere no sólo de un conjunto de políticas aún más reaccionarias. Sino del tipo de circo en que el joven docente de la UBA es más ducho: alegatos antiempresarios, denuncias antiimperialistas y proclamas radicalizadas sobre las maravillas conseguidas y las que están por venir. Porque se parte de que el pan disponible es el que hay, y de lo que se trata es de repartirlo del modo más centralizado y discrecional posible.

Kicillof no acostumbra responder preguntas, dedicado como está a discursear sin que nadie lo interrumpa con impertinencias. Eso explica en parte que haya sido tan torpe ante la simple pregunta sobre los números de la pobreza. Pero el fondo del problema es otro: está tan decidido a que todos dependan de él hasta para respirar, que no considera que sea su problema si para lograrlo más y más argentinos tienen que conformarse con respirar y muy poco más.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)