Artículos

18.11.16

Chile Vamos, garantía de gobernabilidad

(El Líbero) Irónicamente para Bachelet, en esta última etapa de gobierno el éxito de su agenda legislativa depende de la capacidad de la derecha para dar gobernabilidad al país. Es verdad que Chile Vamos lo hace por motivos egoístas. Después de todo, si la probabilidad de volver a La Moneda es tan alta, la oposición necesita minimizar el daño que pueda hacer el gobierno de Bachelet en lo que resta de mandato.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Después de que el gobierno de Michelle Bachelet debió depender de los votos de legisladores de Chile Vamos para aprobar su propuesta de reajuste a los sueldos del sector público, no solo se confirma que la Nueva Mayoría (NM) ya no existe como tal y que la Presidenta no cuenta con mayoría en ninguna de las cámaras. Ahora también va quedando claro que, cuando el gobierno quiere avanzar en su agenda, necesita apoyarse en los votos de la oposición. Porque resulta más fácil negociar con los legisladores de la oposición que con los de la NM, la gobernabilidad en el país depende de los votos de Chile Vamos.

Hace meses que se hace evidente la decadencia del gobierno de Bachelet y la NM. Después de llegar al poder con ímpetu refundacional, el Ejecutivo impulsó reformas apresuradas e irreflexivas. Las primeras, como la reforma tributaria, o la reforma educacional que buscaba poner fin al lucro, copago y selección, pasaron con la complicidad de Chile Vamos. Otras fueron implementadas con votos de la NM y de descolgados de la derecha, como la reforma electoral que entrará en vigencia en las elecciones de 2017.

Pero después de que estalló el escándalo Caval y la aprobación de Bachelet se fue al piso, la derecha pareció despertar y empezó a recuperarse de su derrota electoral de 2013.  Entonces, sus legisladores comenzaron a oponerse activamente y con buenos argumentos a las reformas que el gobierno impulsó a partir de comienzos de 2014. Desde la reforma laboral hasta el proyecto de ley que busca establecer la gratuidad en la educación superior, el gobierno ya no encontró aquiescencia en la derecha para su retroexcavadora.

Como la NM contaba con una mayoría suficiente para imponer su voluntad, el gobierno buscó alinear a sus legisladores para validar su proyecto refundacional. Pero ya que cuando los Presidentes pierden popularidad, todos huyen, desapareció la capacidad de La Moneda para alinear al oficialismo. La indisciplina cundió por doquier, especialmente entre aquellos parlamentarios que nunca estuvieron muy convencidos de la lógica refundacional del nuevo modelo, pero que ante la enorme popularidad de la que entonces gozaba Bachelet, no se atrevían a expresar su disenso. Para ellos, oponerse a la Presidenta y defender sus propios principios resultó mucho más fácil cuando ella cayó en su aprobación ciudadana.

Finalmente, el enfriamiento de la economía terminó por convencer a Bachelet de que el realismo sin renuncia debía dar paso a la capitulación total. El gobierno dejó botados los proyectos fundacionales.  Aunque a fines de 2015 había prometido que la gratuidad en la educación superior se realizaría por glosa solo por esa vez, durante 2016 el proyecto de ley respectivo no fue a ninguna parte y nuevamente este año la ley de presupuesto incluirá una glosa para financiar la gratuidad. Ahora parece más que evidente que el gobierno terminará su período sin haber logrado legislar sobre la gratuidad.

Lo mismo ocurrió con el proceso constituyente. Después de haberlo anunciado con bombos y platillos a fines de 2015, y después de haberse gastado un dineral en los encuentros ciudadanos y los cabildos provinciales y regionales, el gobierno parece haber renunciado a la posibilidad de convertir la nueva Constitución en el tema dominante de las elecciones de 2017.

Ante la renuncia sin realismo de La Moneda, la izquierda de la NM se rebeló. Después de que Bachelet abandonó las banderas que inspiraron la fundación de la nueva coalición, los izquierdistas de la NM decidieron abandonarla a ella. La negativa de los legisladores más zurdos a apoyar la propuesta del gobierno para el reajuste del sector público constituyó la formalización de un divorcio entre Bachelet y sus bases más refundacionales. Desde la perspectiva de la izquierda, la que gatilló el quiebre fue la propia Presidenta, que prefirió alinearse con la postura fiscalmente conservadora de su ministro de Hacienda antes que dar la pelea para mejorar los sueldos de los funcionarios públicos.

La rebelión de las huestes izquierdistas dejó a Bachelet en la soledad absoluta. Después de que los moderados de la Nueva Mayoría la abandonaron cuando ella perdió popularidad, ahora son los izquierdistas de la coalición los que la dejan botada cuando ella abandona la agenda refundacional.

Irónicamente para Bachelet, en esta última etapa de gobierno el éxito de su agenda legislativa depende de la capacidad de la derecha para dar gobernabilidad al país. Es verdad que Chile Vamos lo hace por motivos egoístas. Después de todo, si la probabilidad de volver a La Moneda es tan alta, la oposición necesita minimizar el daño que pueda hacer el gobierno de Bachelet en lo que resta de mandato. Pero aun así, no deja de ser irónico que a un año de finalizar su gobierno, Bachelet dependa ahora de los legisladores de derecha para dar gobernabilidad al país.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)