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26.11.16

¿Macri necesita nuevos ministros, nueva coalición o solo esperar?

(TN) Así las cosas, de todos modos, tal vez no sea mala idea la opción zen de tomarse las cosas con calma. Sobre todo porque el peronismo, en su infinita desorientación, hasta cuando se sale con la suya ofrece oportunidades para que el oficialismo festeje.
Por Marcos Novaro

(TN) ¿El presidente escuchará a Emilio Monzó y cambiará de aliados y colaboradores? No es su estilo: como Néstor Kirchner, prefiere equipos inoxidables, o que parezcan serlo. El problema es si, como dice el jefe de Diputados, los cambios que ahora serían poco costosos dentro de un tiempo van a serlo mucho más, y encima tal vez sean ya insuficientes, dejando expuesto a un Gobierno que corre detrás de los acontecimientos.

Lo cierto es que la frustración de las expectativas puestas en una pronta reactivación económica está adelantando el 2017. Como si ese año fuera a tener un solo semestre, el electoral. De esa frustración se alimenta la novel desesperación de los peronistas moderados por mostrarse opositores y obstruir todas las iniciativas del Gobierno, incluso las que hasta hace poco les generaban simpatía. Y también la desesperación del oficialismo por recuperar aire e intentar nuevos cursos de acción.

En ese marco se inscribe el apuro por aumentar el gasto social a fin de año, desentendiéndose del todo del programado de recorte del déficit, los rumores echados a rodar desde la Jefatura de Gabinete sobre una suerte de prueba de final de ciclo lectivo que esa repartición le haría a los ministros, rumores más intensos aun sobre prontos cambios de gabinete, que muchos creen deberían empezar por algunos de esos engreídos evaluadores de Marcos Peña, y también las declaraciones hasta hace poco impensables que lanzó Monzó invitando abiertamente al Ejecutivo a cambiar no sólo el gabinete, sino incluso de aliados, desechar Cambiemos, que según él sirvió para ganar 2015 pero no sirve para gobernar, y reclutar efectivos socios peronistas.

Hace poco Jorge Asís llamó a Elisa Carrió la Chacho Álvarez de Mauricio Macri, para destacar su manía por extorsionar al presidente en público. Siguiendo la analogía a Monzó ¿podría considerárselo entonces un nuevo Santibañes? La diferencia es que también el jefe de la Cámara baja carece de la confianza de Mauricio como para influir desde las bambalinas. ¿Escuchará éste de todos modos su consejo? Y más importante aun, ¿debería hacerlo? Cuando la autoridad del líder empieza a ponerse en duda y los errores de gestión comienzan a perjudicarlo es buen momento para que tome aire y revalide sus títulos. Pero, ¿eso significa soltar lastre y cambiar, o apretar los dientes y cerrar filas? Cualquiera de las dos cosas puede funcionar, o ninguna.

Por lo pronto, Macri parece ser de los que menos se preocupan. Dado que las encuestas todavía le sonríen, encuentra una vez más razones para seguir el curso que más le gusta, la opción zen: no apurarse a actuar, esperar a que los demás se equivoquen y no consumir energías inútilmente en cursos de acción que con el tiempo se demuestran inviables. Así que lo más probable es que no habrá pronto cambios de gabinete ni mucho menos de aliados, ambos considerados riesgos inútiles cuando todavía no está claro si va a despuntar finalmente la reactivación, o si el peronismo endurecido va a fortalecerse y reunificarse o todo lo contrario.

Es cierto que las encuestas no registran variaciones sensibles en la imagen del Gobierno, pese al incremento del pesimismo económico y los datos bien contundentes sobre la continuidad de la recesión. También es cierto que Sergio Massa no se muestra más opositor porque esté creciendo en las encuestas sino todo lo contrario: lo hace porque cae más que el Presidente. Pero de todos modos, ¿es razonable que el Gobierno no haga nada? Tal vez para cuando haya caído la ficha de la decepción en el ánimo colectivo ya sea tarde para que él pueda conseguir nuevos aliados, en reemplazo de los que nunca llegaron a serlo, aunque se mostraron durante un tiempo colaborativos en el Congreso, y de los que ayudaron a Macri a ganar, pero no lo estarían ayudando lo suficiente a tomar decisiones viables en la gestión.

Mientras resuelven qué hacer, sería bueno que en el Ejecutivo se pongan de acuerdo sobre dónde están los inconvenientes, si en la periferia de la coalición o en su mismo centro.

La caída de la reforma política y de otros proyectos legislativos a los que se pusieron muchas fichas desde la Presidencia ofrece alguna evidencia al respecto. En el vértice oficial sostienen que el principal obstáculo surgió de la excesiva fragmentación de los peronistas y la poca colaboración de los senadores radicales. Entre estos, y en varios otros círculos, en cambio, destacan con bastante fundamento que el problema lo tiene Macri mucho más cerca: los fracasos se originaron más bien en la incapacidad de la Jefatura de Gabinete para coordinar las negociaciones, y en la del propio presidente para transmitir su entusiasmo con esos proyectos de reforma, por caso, al Ministerio del Interior, sus representantes en Diputados y en la provincia de Buenos Aires, que arrastraron los pies y dejaron poco tiempo para que en el Senado se negociaran leyes que todos sabían serían muy difíciles de aprobar.

Así las cosas, de todos modos, tal vez no sea mala idea la opción zen de tomarse las cosas con calma. Sobre todo porque el peronismo, en su infinita desorientación, hasta cuando se sale con la suya ofrece oportunidades para que el oficialismo festeje: la reforma política iba a suponer tantas dificultades de instrumentación y un gasto tan oneroso que es seguro el bloqueo practicado por los senadores peronistas, y en particular su olvido en sugerir cualquier reforma alternativa, significan también un gran alivio para el Gobierno, que podrá convertir ahora este tema en un mucho más eficaz y barato lema de la campaña que está por comenzar, o que acaba de hacerlo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)