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26.07.17

Uruguay como comunidad de práctica democrática

(El Observador) Hemos construido nuestra comunidad de práctica democrática entre todos y aprendiendo sobre la marcha, pragmáticamente. Los caudillos del siglo XIX pusieron las raíces populares. Sin eso no hay democracia. Los doctores enarbolaron ideales y contribuyeron en el diseño de las instituciones. Sin normas, sin imperio de la ley, no hay república.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) 

Ayer se inauguró el 9o Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política. Este evento, en el que participan más de 2.000 personas sumando colegas y estudiantes de toda la región, ha sido organizado por la Asociación Uruguaya de Ciencia Política que encabeza Florencia Sanz. Le correspondió al profesor Emanuel Adler la responsabilidad de dictar la conferencia inaugural que, gracias a la generosidad de la Presidencia de la Cámara de Representantes y de su titular el diputado José Carlos Mahía, se realizó en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. Adler, uruguayo hasta la médula, trabaja hace años en la Universidad de Toronto. Casi desconocido hasta esta semana en Uruguay, es un académico de renombre internacional. Ha realizado aportes sustantivos a la teoría de las Relaciones Internacionales que le han valido, entre otras distinciones, ser designado miembro de la European Academy of Sciences y de la Royal Society of Canada.

En la conferencia presentó las bases de su teoría de los órdenes sociales. Discutió sobre las tendencias del mundo actual y reflexionó sobre los problemas de la democracia en América Latina. Además, y en esto quiero detenerme, propuso una definición de Uruguay muy provocativa. Sostuvo que somos una “comunidad de práctica democrática”. Argumentó que más allá de problemas, de avances y retrocesos, de algunos sonoros fracasos, constituimos un “tipo ideal” en el sentido weberiano. Uruguay tiene una historia para contar, para compartir con sus vecinos. No deberíamos subestimar lo que hemos hecho. No tenemos, tampoco, agrego yo, derecho a destruirlo.

El concepto “comunidad de práctica” tiene un alto nivel de abstracción. Pero una vez “digerido”, resulta esclarecedor. Lo explicó en estos términos: “Como la computadora, que necesita hardware y software para funcionar, así los órdenes sociales necesitan no solo instituciones (el hardware) sino también prácticas (el software). La virtud de la democracia uruguaya está basada no solamente en fuertes instituciones sociales sino también en prácticas y en el conocimiento sociocognitivo de fondo (background knowledge) que las constituyen. Propongo que Uruguay es una comunidad de práctica democrática, caracterizada no solo por el aprendizaje colectivo, sino también por las diferencias y contestación sobre prácticas democráticas”. La democracia forma parte de la identidad uruguaya: “A diferencia de otros pueblos latinoamericanos que se autodefinen como nación, los uruguayos se autodefinen más que nada como república”.

Hemos construido nuestra comunidad de práctica democrática entre todos y aprendiendo sobre la marcha, pragmáticamente. Los caudillos del siglo XIX pusieron las raíces populares. Sin eso no hay democracia. Los doctores enarbolaron ideales y contribuyeron en el diseño de las instituciones. Sin normas, sin imperio de la ley, no hay república. Los bandos caudillistas, nuestros “proto-partidos” lucharon a muerte entre sí. Los doctores se fastidiaron con los caudillos. Hubo, en términos de Adler, contestación (oposición y lucha). De la práctica de la guerra nació, con el tiempo, ensayo y error, la de la negociación. Del fracaso de los intentos de exclusión nació la coparticipación. Nada de esto fue sencillo. Se derramó sangre. Se fracasó mucho.

Dijo Adler: “Así como Europa de la posguerra aprendió lo que se quiere dejar atrás, el pasado histórico de Uruguay sirvió como guía para aprender lo que se quiere dejar atrás, a lo que no se quiere volver. Por lo tanto, este aprendizaje quedó grabado en el conocimiento de fondo de sus prácticas democráticas y Uruguay evolucionó cognitivamente hacia una democracia liberal relativamente madura”. Así fue. No resultó nada sencillo aprender a conciliar orden con libertad, gobierno limitado y gobierno eficaz, la imprescindible competencia por el poder con los grados de cooperación y de buena voluntad sin los cuales ningún gobierno puede cumplir con sus promesas. Acertamos y nos equivocamos. Aprendimos y olvidamos. Y volvimos a aprender. No hay que volver a olvidar.

Adler no quiso decir que nuestra democracia es perfecta. Sabe bien que no lo es. Pero conoce el mundo lo suficiente como para poder comparar. Por eso insiste en que podemos ayudar a los vecinos. Dijo: “En un mundo de cambios radicales de orden internacional, la contribución del Uruguay al orden democrático latinoamericano será difundir su comunidad de práctica democrática”. Tenemos una historia para contar. No hay democracia si predominan valores elitistas y prácticas tecnocráticas. No hay democracia si el poder está concentrado. No hay democracia que pueda sobrevivir si la lucha por el poder se hace a cualquier precio. No hay democracia, por cierto, si no hay lucha por el poder.

“Manolo” Adler (los grandes siempre son humildes) tampoco pretende decir que tengamos asegurado un futuro de libertad. No concibe el mundo en términos deterministas. Esta, en el fondo, es la más importante de sus lecciones. No estaba escrito en ningún lado, en tiempos de las guerras por la independencia, que íbamos a forjar una democracia exitosa. Asimismo, no está escrito en ningún lado que vayamos a conservarla. Los órdenes sociales cambian. Avanzan y retroceden. La historia europea, con su sucesión de glorias y miserias, es la demostración más clara de que el futuro está en las manos de cada comunidad y de cada nueva generación.

Haber iniciado el Congreso de Alacip con esta conferencia y en el Palacio Legislativo no es casual. El diálogo entre académicos y políticos (acordando y discrepando) forma parte de nuestras mejores prácticas. Se apoya en una evolución cognitiva. Fue un aprendizaje difícil. Que esto tampoco se pierda.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)