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22.09.17

Los vetos de Beatriz Sánchez

(El Líbero) Ahora que Beatriz Sánchez ha demostrado tener una mentalidad estrecha, su decisión de vetar programas de televisión por razones ideológicas lleva a pensar que alguien que no está dispuesta a dialogar como candidata con todos los chilenos tampoco merece ser Presidenta de todos los chilenos.
Por Patricio Navia

(El Líbero) La decisión de la candidata presidencial del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, de rechazar la invitación a participar de un programa de debate televisivo porque uno de los panelistas fue ministro de la dictadura militar constituye un lamentable precedente para líderes democráticos.

Porque aquellos que trabajaron para un régimen que violentó la democracia también tienen derechos políticos, Sánchez incumple su obligación moral de buscar representar a todos los chilenos como Presidenta de la República. Porque los candidatos deben estar dispuestos a defender sus posturas ante cualquier audiencia representativa de votantes —por muy minoritarios que sean—, Sánchez no debiera excluir a ningún grupo de chilenos de la posibilidad de oír y cuestionar sus posturas. Los candidatos deben buscar votos, no devenir en jueces que califiquen las cualidades morales o éticas de aquellos que, en última instancia, son los que tienen el soberano derecho de elegir al próximo Mandatario.

En una entrevista radial, Beatriz Sánchez aludió a la presencia como panelista en el programa de Canal 13 “En buen chileno” de Sergio Melnick, un ex ministro de Planificación de la dictadura militar, para explicar su decisión de rechazar la invitación a presentarse en ese espacio a defender sus ideas, propuestas, principios y valores. La sorpresiva respuesta de Sánchez generó una justificada polémica. Resulta cuando menos curioso que ella plantee un estándar ético que invalide como interlocutores válidos a aquellos que colaboraron con la dictadura en posiciones tecnocráticas, por más simpatizantes que esas personas hayan sido del régimen. Con ese criterio, habría cientos, si no miles, de chilenos con los que Sánchez no podría dialogar sobre el proyecto de futuro para el país que ella propone. La pretensión de erguirse como autoridad moral que puede decir quiénes califican como ciudadanos dignos y quiénes pertenecen a una casta moralmente inferior es impropia de una democracia que promulga la igualdad de derechos.

Resulta todavía más sorprendente que este argumento de superioridad moral sea defendido por una periodista que ha estado por años asociada a medios que apoyaron con entusiasmo a la dictadura o cuyos dueños se identificaron abiertamente con el régimen autoritario. Parece inconsecuente sugerir tácitamente que se puede trabajar para un partidario de la dictadura, pero no se puede debatir con otro cuando uno es candidato presidencial. Más irónico resulta aun que Sánchez, que renunció a su trabajo de periodista para ser candidata presidencial, viva del sueldo de su marido, periodista que por décadas ha trabajado en El Mercurio, uno de los diarios que más se puso la camiseta oficialista en esos duros años. Cualquier persona pensaría que, con tamaño tejado de vidrio, resulta inconveniente vestirse de superioridad moral y tirar la primera piedra.

Es más, la propia Sánchez ha demostrado ser lo suficiente abierta y tolerante como para poder dialogar —e incluso admirar— a personas que piensan de forma diametralmente distinta. En su libro de 2014 (Editorial Aguilar), Poderosas, entrevistó a mujeres que han ejercido liderazgo. Entre las entrevistadas estaba Evelyn Matthei, ferviente partidaria de Pinochet, especialmente después del arresto del general en Londres y de su retorno a Chile en marzo de 2000. La apertura de mente que entonces mostraba Sánchez, al poder admirar cualidades de personas y entablar diálogo con apologistas de la dictadura, es un atributo más valorable en un candidato presidencial que la pretensión de superioridad moral.

Los candidatos presidenciales aspiran a ser Presidentes de todos los chilenos, incluidos aquellos que piensan distinto. Los mandatorios deben velar por el bienestar de la nación. Ese bienestar incluye la necesidad de construir puentes entre personas con visiones de mundo son antagónicas. Cuando los Presidentes se comportan como partisanos y descalifican a los que piensan diferente, se debilita la democracia.

Los candidatos presidenciales deben demostrar que pueden ser buenos Presidentes. Después de todo, una campaña presidencial es comparable a una entrevista de trabajo: hay que causar una buena impresión. Si un postulante a una pega incumple los requisitos de lo que se espera de un trabador, difícilmente conseguirá el trabajo. De ahí que tampoco satisfaga la explicación ofrecida por Sánchez cuando el periodista Iván Valenzuela le preguntó cómo dialogaría en su calidad de Presidenta con gente que apoyó la dictadura, pues dijo que, en ese caso, no tendría otra opción sino dialogar con todos los chilenos.

Ahora que Beatriz Sánchez ha demostrado tener una mentalidad estrecha, su decisión de vetar programas de televisión por razones ideológicas lleva a pensar que alguien que no está dispuesta a dialogar como candidata con todos los chilenos tampoco merece ser Presidenta de todos los chilenos.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)