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07.02.18

La partidocracia cruje (los «autoconvocados» y el sistema político)

(El Observador) Si los partidos no expresan con toda claridad qué pretenden hacer en el gobierno los ciudadanos no pueden controlar que hagan lo que prometieron y que no hagan lo que no prometieron. Cuando esto ocurre, se genera desconfianza en la democracia y en los partidos. En Uruguay la elección de 2014 instaló la confusión. Los autoconvocados tienen razón. Ojalá que en 2019 todos los candidatos hablen fuerte y claro.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Fue un enero extraño. No es frecuente que en Uruguay, en pleno verano, se realice una protesta como la de los "autoconvocados". Acaso haya que remontarse 16 años, a enero del 2002, para encontrar un antecedente comparable. En ese momento, el PIT-CNT realizó una multitudinaria caravana hacia Punta del Este. En Durazno, y durante los días siguientes, resonó el reclamo de mayor rentabilidad. Como es obvio, estaba dirigido al gobierno frenteamplista. Pero, por debajo de este reclamo, se podía cierta desconfianza hacia todo el sistema de partidos. El reclamo hizo crujir al gobierno que, levantándose presuroso de la siesta estival, finalmente tendió un puente hacia el agro. Pero toda la partidocracia uruguaya viene crujiendo. Y cuando lo hace es mejor prestar atención.

Lo primero que hay que explicarle a un visitante extranjero interesado en entender cómo es Uruguay es que acá, en esta pequeña olla de grillos y desde siempre, gobiernan los partidos. Los partidos están en todos lados. Influyen en los medios de comunicación y en las academias, en las empresas privadas y en las burocracias públicas, en el fútbol y hasta en el carnaval. Nada, o casi nada de lo que ocurrió y ocurre este país puede explicarse sin tomar en cuenta el papel de los partidos. La guerra y la paz, el progreso y el estancamiento, la libertad y las dictaduras... Así ha sido Uruguay desde su nacimiento. Lo curioso es que para dar cuenta de lo que pasó en Durazno el 23 de enero no hay que remitirse a los partidos. Que nadie se confunda. No fueron los partidos de oposición los que organizaron esto. Los partidos, todos ellos, también los de oposición, fueron tomados por sorpresa. El enojo de los productores rurales no fue "construido" por los partidos. La partidocracia cruje.

Tan de sorpresa fueron tomados nuestros dirigentes políticos que muchos de ellos ni siquiera comparecieron. Confieso mi sorpresa. ¿Por qué no estaban los principales dirigentes políticos de este país en el acto? ¿Qué actividad puede ser más importante para un líder político que estar ahí mismo, donde pueden sentirse sin mediaciones los problemas de la gente? Algunos, acompañando una idea que circuló entre los autoconvocados, argumentaron que no asistieron para no "partidizar", y para no ser acusados de estar buscando obtener "rédito político". Respeto el punto de vista, pero me apresuro a discrepar. No deben renunciar a partidizar. Es como renunciar a representar. Es fundamental que la ciudadanía sepa qué dirigentes políticos acompañan los diferentes reclamos sociales y qué otros no lo hacen. Es decisivo que esto esté claro para que cada ciudadano, cuando llegue el momento, pueda asignar su voto. Los autoconvocados no quisieron "contaminarse" con los partidos. Los partidos no quisieron "mezclarse" con los autoconvocados. La protesta social irrumpió y transitó sin los partidos. Cuando se instala la idea que la competencia política es mala palabra la partidocracia cruje.

Los autoconvocados criticaron con mucha severidad el gasto público, el precio del combustible y de las tarifas de los servicios estatales. Desde luego, el principal blanco de estas críticas es el partido de gobierno que, desde 2005, ha incrementado el gasto público, la presión fiscal y las tarifas. Le exigieron al FA "reducir el tamaño del Estado y bajar el déficit fiscal". Pero como no confían en los partidos exigieron la aprobación de una regla fiscal, norma que, por definición, obliga al partido de gobierno cualquiera sea el color de su bandera y su ideología. Exigieron "aprobar rápidamente una norma que establezca que los legisladores (agrego yo: no sólo los frenteamplistas) deban rendir viáticos y devolver el sobrante". Los productores le reclaman a todos los políticos de todos los partidos, a todos los gobernantes de todos los niveles, ajustarse el cinturón, cuidar el dinero, gastar solamente lo imprescindible. Casi nadie escuchó el reclamo. El FA no dio ni una señal. Dos intendentes blancos implementaron medidas simbólicas. Hicieron lo correcto. Edgardo Novick fue, para mi gusto, el que interpretó mejor lo que está pasando. Siempre listo para pescar en el río revuelto, arrojó sobre la mesa una suerte de "ajuste político": menos departamentos, menos intendencias, menos cargos, menos gasto... Menos cargos políticos. La partidocracia, que se alimenta de ellos, cruje.

Finalmente, los autoconvocados mostraron su fastidio con la competencia política, tal como viene realizándose en nuestro país, en un punto adicional y crucial. Al final de su proclama puede leerse: "Les exigimos a todos que presenten propuestas claras y concretas de desarrollo del país, no más eslóganes bonitos desarrollados por una empresa publicitaria". Los partidos, en Uruguay y en todos lados, cuando creen que son los votantes centristas los que terminarán decidiendo hacia dónde se inclina la balanza, tienden a desdibujar sus perfiles ideológicos, a borronear su tradiciones, a disimular sus propuestas más osadas. Esto, como explicara brillantemente Adam Preworski, termina generando problemas graves en el proceso de representación política. Si todos partidos convergen discursivamente la ciudadanía pierde interés en la política. Si los partidos no expresan con toda claridad qué pretenden hacer en el gobierno los ciudadanos no pueden controlar que hagan lo que prometieron y que no hagan lo que no prometieron. Cuando esto ocurre, se genera desconfianza en la democracia y en los partidos. En Uruguay la elección de 2014 instaló la confusión. Los autoconvocados tienen razón. Ojalá que en 2019 todos los candidatos hablen fuerte y claro.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)