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30.03.18

Cayó la pobreza, ¿porque el rumbo es el correcto o porque se demoró el ajuste?

(TN) Mientras la oposición critica todas las políticas del Gobierno, el oficialismo tiene las cifras para refutar esas versiones.
Por Marcos Novaro

(TN) Los datos fueron de por sí sorprendentes: en el espacio de un año, entre diciembre de 2016 y diciembre de 2017, 2,7 millones de personas dejaron de ser pobres y 610.000 de ser indigentes. El contexto en el que se presentaron esos números, los volvió aún más sorprendentes porque la mayoría cree que el Gobierno está fallando en el frente económico y las expectativas positivas caen -en particular respecto a la baja de la inflación, la mejora de los ingresos y el empleo-. Todos los factores que ahora parece, al menos hasta fin del año pasado, venían comportándose mucho mejor de lo pensado y explican que la pobreza disminuyera tan fuertemente. Entonces, ¿qué es lo que pasa?, ¿es que las estadísticas nos engañan? Sólo los más fanáticos y enojados de los opositores recurrieron a ese argumento.

La mayoría de los críticos optó por otra tesitura: sostuvo que eran datos viejos, porque desde diciembre a esta parte todo o buena parte de lo que había mejorado volvió a empeorar. Los ingresos volvieron a quedar retrasados respecto a los precios, volvieron a subir las tarifas, se puso en marcha la mal llamada “reforma previsional”, el sector público volvió a echar gente y lo mismo hicieron muchas empresas, el consumo por tanto se resintió. Así que, como mucho, esos datos tan positivos estarían hablando de una efímera burbuja de relativo bienestar armada para las elecciones legislativas vía la demora de medidas impopulares, que se tomaron una tras otra sin pestañear tras el triunfo oficial.

El oficialismo, sin embargo, tiene otros datos en sus manos que refutarían esta visión de las cosas: para empezar, el hecho de que el crecimiento no se habría detenido sino al contrario, incluso entre enero y febrero se habría acelerado. Sobre todo porque los meses con que se compara, comienzos de 2017, todavía eran muy malos. La construcción por ejemplo, en comparación con un año atrás, estaría creciendo por encima del 15%, y es el sector que más empleo crea. Eso no puede ser todo obra pública, e indicaría que al menos en ese rubro la inversión privada también crece fuertemente. Puede que lo haga creando sobre todo empleo precario, pero con el ritmo que viene se explica también que los ingresos en este rubro estén subiendo todavía por encima de los bastante altos índices de precios al consumidor. Y lo hacen indiferentes a los bastante módicos aumentos acordados entre la UOCRA y la patronal, simplemente porque falta mano de obra calificada.

¿Alcanza con eso para darle la razón al Presidente en su pretensión de que lo peor ya pasó, estamos saliendo del túnel y se está comprobando que el rumbo económico era el correcto? En parte puede que sí: parece que eso del “gobierno de ricos que beneficia solo a los ricos” y nos condena al resto al hambre y la exclusión no se estaría verificando. Aunque tal vez convenga que no exageren ni se apresuren a descorchar champán. El gran desafío de la gestión para este año es que el crecimiento no se resienta cuando se encaren las medidas que efectivamente se han venido demorando y son imprescindibles para bajar en serio la inflación, reducir el ritmo de endeudamiento del sector público, aumentar la capacidad exportadora y bajar el déficit comercial (financiado también con deuda). Y nada de eso es sencillo ni está asegurado.

Los aumentos de tarifas de gas, transporte y peajes anunciados en estos días van en ese sentido, pero no bastan para cerrar la brecha entre ingresos y gastos del Estado. En cambio, probablemente sí alcancen para acelerar otra vez el ritmo inflacionario. La corrección del tipo de cambio operada en los últimos meses mejoró la rentabilidad de algunos sectores productivos, pero también aceleró la inflación.

La manta en suma es corta, muy corta. Lo que se gana por un lado se pierde por otro, y cuando llegue el invierno vamos a tener o bien preocupaciones crecientes porque la inflación tarda en bajar y el tipo de cambio sigue subiendo y no ayuda, o señales de alarma porque la toma de deuda continúa, el dólar volvió a quedar retrasado y en vez de aprovechar la reactivación de Brasil seguimos exportando demasiado poco de demasiadas pocas cosas.

Claro que hacer algo muy distinto está fuera de las posibilidades del oficialismo. Por más que los economistas ortodoxos y más liberales insistan en que el gradualismo se parece cada vez más a un pantano, el gobierno seguirá proclamando que por esta vía algo se avanza, mientras que con cualquier otra receta tendría muchos más problemas y en lo inmediato menos resultados que mostrar.

Los datos de pobreza, en manos del Ejecutivo, vuelven más difícil refutarlo. Y si logra que por lo menos no empeoren a lo largo de este año puede que las expectativas vuelvan a acompañarlo. Finalmente, no es que el malhumor y el pesimismo han nutrido al bando opositor, sea por derecha o por izquierda, sino que engrosaron el de los impacientes, ansiosos y cansados. Todas dolencias relativas, que con un poco más de activismo gubernamental, un poco más de tiempo y distancia con las medidas impopulares y tal vez una dosis algo mayor de argumentación, pueden quedar atrás.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)