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01.05.18

Creencias revolucionarias

(La Nación) El conflicto en Nicaragua se asemeja a una guerra de religión, capaz que la Iglesia sea más parte del problema que de la solución. Bienvenida sea la mediación eclesiástica; pero si no quieren que alguien pretenda monopolizar el poder en nombre del pueblo de Dios, será el caso que los nicaragüenses piensen un poco menos en fundar el Reino y se acuerden para consolidar sus instituciones políticas.
Por Loris Zanatta

(La Nación) ¿Quién recuerda la revolución sandinista? Yo era joven y creí en ella. La generación anterior había creído en la cubana; la siguiente en la chavista. ¿En quién creerá la próxima? Todas terminan de la misma manera; pero siempre habrá una nueva generación para creer en ellas: como las flores de cerezo, es un milagro que se renueva cada primavera. La historia no es magistra vitae: la mayoría de las veces nos revela lo que haremos de nuevo, una vez, cien o mil veces más. Es aterrador, pero es así.

Volví a pensar en el joven que yo era viendo un video de Daniel Ortega, flanqueado por la "compañera" Rosario Murillo: esposa de él y vicepresidenta de la pobre Nicaragua . Himnos en el fondo, banderas del FSLN por doquier y ríos de palabras, siempre las mismas, in saecula saeculorum: "solidaridad, amor y paz", decía él; "cristianismo, socialismo y mucha Fe", respondía ella; pueblo y patria, repetían ambos. Me sonrojé por la vergüenza. ¡Era tan grotesco, ampuloso, feo, hipócrita! Quién sabe cuántos, volviendo a ver a un viejo Aló Presidente, se sentirán incómodos como yo me sentí. ¿Qué efecto hace leer a Fidel Castro hoy? Un hombre cuyo ideal, decía, era que todos "tengamos la misma mentalidad, las mismas concepciones de la vida, la misma educación, la misma cultura, el mismo ideal político". ¿No suena de terror?

La policía sandinista asesinó a decenas de personas: en su mayoría jóvenes universitarios; incluso un jovencito que les traía comida. La acompañaba la Juventud Sandinista: prima de los colectivos chavistas, nieta de los CDR castristas, de las camisas negras fascistas, de las camisas azules falangistas. El mundo volvió así a enterarse de la existencia de Nicaragua, enterrada por treinta años de silencio. Pero la matanza no es un rayo caído del cielo: son años que el régimen reprime y mata, especialmente campesinos, si se atreven a oponerse al proyectado canal, por el cual el Parlamento ya votó la concesión a una empresa china. Mientras tanto, Ortega lució todas las armas típicas del populismo latinoamericano: tomó posesión del poder judicial y del consejo electoral, ganó elecciones fraudulentas, negó acceso a observadores externos, reformó la constitución para abrirse las puertas de la reelección vitalicia, cocinó la sucesión dinástica elevando a su esposa a la vicepresidencia, excluyó a la oposición del parlamento antes y luego del voto, creando en la práctica un régimen de partido único. Más lo de siempre: corrupción, nepotismo, amiguismo, uso privado de los recursos públicos, el buen viejo patrimonialismo hispano. La generosa ayuda chavista permitió liberalidades, fue el botín con el que premiar a los leales y comprar a los escépticos. Para los infieles: leña. Es una historia tan repetitiva, que fastidia contarla.

Al estar así las cosas, se imponen tres preguntas. La primera es: ¿es el régimen sandinista tan diferente del régimen somocista que derribó hace cuarenta años? ¿O es el digno heredero? La historia es así: a veces da largas vueltas para volver al punto de partida. Nicaragua ha cambiado de dueños, pero sigue dominada por una elite voraz que estruja sus recursos e inhibe el desarrollo. En nombre del pueblo, de Cristo y de Sandino: ¿qué diferencia hace? La mejor prueba es la trayectoria de los dos grandes enemigos del pasado: Ortega y el cardenal Obando y Bravo. Tanto se odiaron, cuanto ahora se aman: "capellán del somozismo", gritó el primero al segundo! Quié le respondió con el "sermón de la víbora": Usted es como "la serpiente que vive, mata y muere escupiendo veneno". Hoy el Presidente ha nombrado al Cardenal "Prócer Nacional de la Paz y la Reconciliación"; Obando le agradeció: "el presidente Ortega siempre tuvo el deseo de construir la paz mediante la búsqueda del diálogo". Hay que tener buen estomago.

La segunda pregunta es más difícil de responder: ¿caerá el régimen sandinista? Y al caerse abrirá otra laceración en el frente que una vez se llamó ALBA? ¿Un frente ya tan maltrecho que parece cerca del ocaso? Los efectos podrían sentirse en Venezuela; tal vez incluso en otros lugares. O no pasará nada: ¿como Maduro hasta hoy, Ortega se salvará? ¿Continuará siendo un rey llamado presidente? Tan vasta y fuerte fue la reacción popular a las violencias del régimen, que es difícil para Ortega salir ileso. La pasta de dientes no vuelve a entrar en el tubo una vez que ha salido. Perdió las calles, será difícil recuperarlas. Aquí hay un nuevo desafío para los líderes democráticos: en Nicaragua y en Venezuela, pero también en Cuba, está en juego el futuro de la democracia en toda la región.

La última pregunta es la que no tiene respuesta, que se hace tanto por hacerla: ¿cómo saldrá Nicaragua del pozo en el que cayó por enésima vez en su historia? Nadie lo sabe. Solo una cosa está clara: quien tomó las riendas de la pacificación es la Iglesia Católica. En Venezuela fracasó; ¿puede tener éxito en Nicaragua? A primera vista, es razonable cierto optimismo: alenta escuchar a los obispos pedir democracia, pluralismo, libertad. Sin embargo, al rascarse debajo de la superficie, surgen algunas dudas. La Iglesia nicaragüense está inmersa hasta el cuello en la política del país: lo fue con Somoza, con los sandinistas, cuando los derrotó Violeta Chamorro, cuando Ortega y Alemán se dividieron el poder, lo es hoy. Es difícil mediar y ser parte implicada al mismo tiempo. Si Nicaragua está hoy donde está, ella también tiene su gran parte de responsabilidad. Impresiona y confunde escuchar el padre Ernesto Cardenal, ex ministro sandinista y gran admirador del régimen cubano, reclamar democracia y elecciones limpias. De hecho, todas las partes en conflicto invocan a Cristo y la Biblia, se disputan el título de quién representa mejor la catolicidad del pueblo y de la nación. Así, mientras la política se convierte en religión, la religión se convierte en política y la Iglesia a su vez se divide.

Pero si es así, si el conflicto en Nicaragua se asemeja a una guerra de religión, capaz que la Iglesia sea más parte del problema que de la solución. Bienvenida sea la mediación eclesiástica; pero si no quieren que alguien pretenda monopolizar el poder en nombre del pueblo de Dios, será el caso que los nicaragüenses piensen un poco menos en fundar el Reino y se acuerden para consolidar sus instituciones políticas. Pronto, de lo contrario, volverán al andadas.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)