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01.08.18

¿Por qué Florencia Kirchner no deja en paz a Santiago Maldonado?

(TN) Nada en el relato sobre el «crimen de Estado» tiene el menor sentido. Le sobra fantasía y le falta, no digamos ya realismo político, siquiera mínima lógica. Pero, claro, no tiene sentido discutirlo con ellos. Es como querer que razone un fanático que ve aterrado que el mismo demonio se pasea impune delante de sus ojos.
Por Marcos Novaro

(TN) En octubre de 2017, tras el hallazgo del cuerpo del artesano tatuador y la autopsia que, con el aval de expertos aportados por la familia y entidades no gubernamentales, dictaminó la muerte por congelamiento y ahogamiento, sin violencia, muchos nos preguntamos qué iban a hacer los organismos de derechos humanos, los militantes opositores y demás promotores de la campaña de denuncia de la supuesta “primera desaparición forzada de Macri”.

Algunos, los más optimistas, esperaron un mea culpa, una reflexión autocrítica, algún gesto de cordura. Pero no hubo nada de eso. Hubo insistencia, más hipótesis descabelladas, con las que ahora vuelven a la carga.

Alimentar la sospecha de que el Estado hizo algo que afectó los derechos de Santiago Maldonado es, a falta de toda prueba, el recurso que les queda a los sectores kirchneristas y de izquierda para no reconocer lo que ha quedado firmemente demostrado, de lo que no cabe ninguna duda: que ellos metieron la pata hasta el fondo en este asunto, de principio a fin, y siguen haciéndolo. Se tragaron las mentiras de los militantes de la RAM sobre gendarmes y vehículos que se llevaron a una persona, atacaron sin piedad a funcionarios y uniformados como si fueran genocidas, fantasearon con planes represivos ilegales traídos de los pelos.

Reconocer errores y atropellos propios, o siquiera que son capaces de cometerlos, es algo que repugna a esta gente, por su doble condición de víctimas eternas de “los malos” (los únicos y recurrentes victimarios) y dueños de la verdad histórica y moral.

Se entiende entonces que hagan hasta lo imposible para sostener su postura inicial contra toda evidencia, pese a que el tiro les salió por la culata y el resultado de haberlo usado como caballito de batalla para la campaña de las legislativas del 2017 haya sido un chasco total. Sin embargo, están lejos de desprenderse de él y dejarlo en el pasado, como cualquier persona pragmática hubiera hecho; o de revisarlo y reflexionar sobre los errores cometidos, como hubiera hecho gente además moralmente responsable; siguen levantándolo como bandera. La gran ventaja de hacerlo es que las banderas no invitan a la reflexión, ni a ser pragmáticos, convocan a la fe.

Ahora, a través de una película que se presenta como un documental, pero es pura ficción, propaganda maniquea recubierta de una impostura épica que es incapaz de conectar dos frases con mínima lógica.

Es que el relato que viene a sostener tiene bases tan poco sólidas en los hechos, que necesita ignorar absolutamente todo lo que se sabe del “caso Maldonado”, de los mapuches, de las disputas por la tierra, y de las políticas de seguridad. Se garantiza así que quienes ya creen en sus premisas encuentren, en este film y en todos los panfletos que lo antecedieron y los que le seguirán, su ratificación. Y tal vez un porcentaje de los que sospechan del Estado por costumbre y malas experiencias previas, porción muy numerosa entre nosotros, al menos crean que algo turbio él está escondiendo.

¿No es un poco loco que, tras quedar en off side en este asunto, insistan en querer “relatarlo”? Puede que lo sea, pero no carece de lógica. Insistir, machacar, mostrarse absolutamente convencidos de lo que dicen no es exactamente “mentir, mentir y mentir”, pero se le parece bastante y sus promotores esperan que tenga efectos homologables.

Las incertidumbres del caso Maldonado

Ahora bien: ¿hay todavía incertidumbres y agujeros en la reconstrucción de los hechos que alimentan las sospechas? Sin duda que los hay. Pero un mínimo análisis desalienta las interpretaciones que se les pretenden dar. Veamos.

La primera de estas incertidumbres es qué es lo que pasó en la vera del río cuando Maldonado quiso cruzarlo y algunos gendarmes que llegaron a la orilla o a sus inmediaciones tal vez lo vieron, y lo amenazaron o lo agredieron de alguna manera. Supongamos por un momento que algo de esto sucedió. ¿No sería entonces esperable que esos gendarmes hubieran hablado de lo sucedido, al menos con una media verdad, que les permitía disculparse de los delitos gravísimos por los que se los estaba acusando? Si reconocían que lo habían visto en el río, terminaban en un santiamén con toda la historia de sospechas y búsquedas infructuosas. Así que el solo hecho de que no lo hicieran es una semiplena prueba de que no vieron nada, porque no estuvieron lo suficientemente cerca. Al menos no tan cerca como Lucas Pilquimán y tal vez otros miembros de la RAM que sí vieron a Maldonado en el agua, pero no a los gendarmes.

Segunda cuestión entonces, ¿qué pensaron y qué hicieron los militantes mapuches? Se sabe que la gente de la RAM que estuvo en el corte de la ruta 40 hizo un rastrillaje en la costa del río días después del choque con Gendarmería. ¿Para qué lo hicieron si no fue porque sospechaban que Maldonado no estaba en poder de esa fuerza, sino que había perdido la vida cuando intentaba escapar? Otro misterio para develar es qué pasó con la mochila de Maldonado. Los únicos que podían identificarla, dado que no tenía en su interior documentos, eran los miembros de la RAM. ¿No es lógico sospechar que fueron ellos los que la ocultaron, una vez que decidieron inventar la fábula de la desaparición?

Por último, se dice que es probable que alguien escondiera el cuerpo de Maldonado durante dos meses y luego lo “plantara” en donde lo encontraron. Pero, ¿qué sentido podía tener que alguien lo preservara congelado y esperara tanto tiempo para librarse de él, y hacerlo además de esa manera tan pública, mientras el país entero lo buscaba, corriendo un riesgo altísimo para nada, pudiendo en todo caso hacerlo desaparecer para siempre?

Nada en el relato sobre el “crimen de Estado”, en suma, tiene el menor sentido. Le sobra fantasía y le falta, no digamos ya realismo político, siquiera mínima lógica. Pero, claro, no tiene sentido discutirlo con ellos. Es como querer que razone un fanático que ve aterrado que el mismo demonio se pasea impune delante de sus ojos.

Nada en el relato sobre el “crimen de Estado”, en suma, tiene el menor sentido. Le sobra fantasía y le falta, no digamos ya realismo político, siquiera mínima lógica. Pero, claro, no tiene sentido discutirlo con ellos. Es como querer que razone un fanático que ve aterrado que el mismo demonio se pasea impune delante de sus ojos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)