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13.08.03

EL NACIMIENTO POLÍTICO DE FIDEL CASTRO

Hace exactamente medio siglo que el nombre de Fidel Castro fue recogido por primera vez en la prensa internacional. El 26 de julio de 1953, al frente de unas cuantas docenas de jóvenes inexpertos y mal armados, había atacado el Cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar del país.
Por Carlos Alberto Montaner

Hace exactamente medio siglo que el nombre de Fidel Castro fue recogido por primera vez en la prensa internacional. El 26 de julio de 1953, al frente de unas cuantas docenas de jóvenes inexpertos y mal armados, había atacado el Cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar del país. La disparatada aventura, pésimamente planeada y peor ejecutada, se saldó con una victoria total del ejército, inmediatamente empañada por las salvajes torturas y asesinatos a que sometieron a muchos de los sobrevivientes. Entre quienes lograron escapar con vida, gracias a la mediación de la Iglesia, estuvo el propio Castro.
El plan original de Fidel era infantilmente sencillo y se basaba en una serie de dudosas suposiciones fatalmente encadenadas. Bastaba con que una de las fases fracasara para que el proyecto se desplomara. Tomaría la base, la abandonaría, repartiría las armas ''al pueblo'', convocaría a una huelga general, y encabezaría una rebelión nacional que se desplazaría de Oriente --donde radicaba el Cuartel Moncada-- hasta La Habana, provocando la huida o derrota de Fulgencio Batista, un militar carente de popularidad que dieciséis meses antes había tomado el poder mediante un golpe de estado. El absurdo castillo de naipes se desbarató en la primera jugada: los soldados aniquilaron a los atacantes.
Había, no obstante, un aspecto del plan que los asaltantes intuían vagamente, pero que no comprendían del todo: para Castro esa alocada operación era su atajo, su camino corto hasta el núcleo político dirigente de Cuba y hacia el centro de la opinión pública. Lo que se veía era una heroica acción comando contra una dictadura. Lo que se ocultaba era la ambiciosa escalada a la cúpula política del país de un abogadito sin pleitos de 27 años, graduado con un mediocre expediente académico, inteligente pero insoportablemente locuaz y pegajoso, autoritario y manipulador, con la cabecita llena de simplificaciones y consignas revolucionarias, sin la menor experiencia laboral, incapaz de sostener decentemente a su mujer e hijo, salvo por las remesas de sus generosos padres, y de quien sólo se conocían noticias turbias relacionadas con crímenes e intentos de asesinatos. En su corta y ajetreada vida Fidel Castro había sido acusado de tratar de matar (lo hirió a traición para acreditar su condición de ''hombre de acción'') al estudiante Leonel Gómez, de asesinar al sargento de la guardia universitaria Fernández Caral y al líder estudiantil Manolo Castro, y de disparar contra el entonces senador Rolando Masferrer. Es útil recordar que cuando sucedieron esos hechos Cuba vivía una etapa democrática.
El ''Plan B'' de Fidel Castro, sin embargo, tuvo éxito. Desde la cárcel, muy hábilmente, como quien ''mercadea'' a un candidato político, manejó los hilos de la propaganda, y cuando fue puesto en libertad, amnistiado tras cumplir menos de dos años de prisión de una sentencia de quince, ya estaba situado a la cabeza de la oposición. La toma del Moncada había fracasado estrepitosamente, y en el camino quedaron casi un centenar de cadáveres, pero él, súbitamente, pasó al primer plano de la política nacional, como un factor con el que la nación, dirigida por líderes de otra generación, tenía que contar para cualquier desenlace electoral o insurreccional que pusiera fin a la tiranía militar de Batista.
No obstante, si nos quedamos en este ángulo de la historia sólo vemos cómo un joven audaz y oportunista se abre paso a tiro limpio, o sucio, hacia la cúspide política en su país, pero hay una pregunta mucho más perturbadora que inmediatamente surge ante nuestros ojos: ¿qué clase de sociedad existía en Cuba a mitad del siglo pasado, en la que un militar corrupto y sin gloria como Batista da un golpe de estado, ante la indiferencia casi total del conjunto de la población, y en la que la resistencia contra ese ruin atropello termina por ser liderada por un muchacho violento y alocado, hambriento de poder, con evidentes rasgos sicopáticos, cuyos peligrosos antecedentes no ignoraba la clase dirigente?
¿Cómo eran, en fin, esos cubanos de hace cincuenta años, extasiados ante un histriónico aventurero que no dudaba en jugarse la vida o en llevar al sacrificio a decenas de seguidores con tal de labrarse un destacado futuro político?
Eran políticamente ignorantes, estaban ideológicamente confundidos por las disparatadas prédicas revolucionarias de los veinticinco años previos, consagradas durante la llamada ''revolución del 33'', no sabían lo que era respetar las reglas de un estado de derecho --condición esencial para la supervivencia del delicado equilibrio institucional de una república--, y le rendían culto a la violencia, como si quienes estaban dispuestos a ejercerla demostraran con ese comportamiento ser poseedores de una especial fibra moral. Fue en esa atmósfera enrarecida, pletórica de pistoleros y truhanes, con valores democráticos muy débiles, nada propicia para el sostenimiento de la libertad, donde surgió y creció la figura de Fidel Castro. Hace medio siglo, cuando se disipó la humareda del ataque al Moncada, los cubanos creyeron haber encontrado al héroe que los guiaría a la gloria. No sabían que comenzaban a cavar su propia tumba.
Originalmente publicado por Firmaspress