Artículos

14.12.12

Chocando la calesita, segunda parte

El problema con los actos y demostraciones se presenta no sólo en las ocasiones en que no hay a quien escuchar, o se marcha sin rumbo claro, sino también cuando detrás del escenario y el discurso se forma un vacío, porque el proceso político va por otro lado. Y encima los montajistas se enamoran de tal modo de su creación, que ignoran por completo esa divergencia, viven y actúan según los papeles y los guiones que les asigna el cartón pintado del que se rodean.
Por Marcos Novaro

El gobierno no pudo terminar el año con el gran éxito político que soñaba en su obsesiva guerra con Clarín, después de meses y meses de acumular frustraciones y malas noticias. Pero quiso mostrar voluntad de lucha y se esmeró en, al menos, terminarlo con un gran acto. Y si hay algo que el kirchnerismo ha sabido hacer a lo largo de los años, vale reconocerlo, es montar escenarios. Así que pasó lo que tenía que pasar, como diría la propia Cristina, “hubo más de lo mismo” y el acto fue todo un éxito.

No sucedió como en los cacerolazos del 13 de septiembre y el 8 de noviembre que los asistentes, por carecer de líderes, no pudieron escuchar a nadie explicarles por qué estaban en la calle, ni tuvieron por tanto que “deambular como zombis” como sucedió en esas fechas, según la ocurrente interpretación de Andrés Larroque.

Acá hubo discurso, y uno bien enfocado en Clarín y la Justicia que parece satisfizo ampliamente a los asistentes: la presidente imitó a sus funcionarios más entusiastas y agregó a la lista de enemigos del pueblo y de su gobierno a todos los jueces que fallen en contra de su voluntad. Así que, para sus seguidores, a partir de ahora todo debería ser más simple y comprensible: si hay malas noticias las produce, es decir que las causa, Clarín, eso ya lo sabíamos, y si Clarín no se calla y el panorama se pone negro es porque lo protegen jueces antipopulares, los mismos que avalaron los golpes de estado, actúan como corporación; y encima sueltan a los chorros con cualquier excusa. Porque, decidida a liquidar cualquier rastro del liberalismo y el garantismo que en otra época cultivó, la presidente estuvo incluso dispuesta a abrazarse a los fanáticos de la mano dura con tal de mostrar que sus enemigos son culpables, entre otras muchas cosas, de la inseguridad.

Pero ojo: el problema con los actos y demostraciones se presenta no sólo en las ocasiones en que no hay a quien escuchar, o se marcha sin rumbo claro, sino también cuando detrás del escenario y el discurso se forma un vacío, porque el proceso político va por otro lado. Y encima los montajistas se enamoran de tal modo de su creación, que ignoran por completo esa divergencia, viven y actúan según los papeles y los guiones que les asigna el cartón pintado del que se rodean. Así que terminan haciendo votos para que la política con todas sus sinsabores y complicaciones desaparezca, repitiendo una y otra vez la misma manifestación, a la espera de que la vida real se le parezca.

Es lo que hacían los comunistas argentinos en los años ochenta: habían llegado a formar una subcultura cerrada, con muy poca influencia política pero suficiente cohesión y volumen para organizar imponentes concentraciones. En particular una que se repetía regularmente y llamaban “Ferifiesta”, en la que se celebraban a sí mismos, reunían a sus artistas y se representaban un mundo que marchaba en la dirección de sus sueños. Cuando la Ferifiesta terminaba, la vida seguía y nadie, ni siquiera ellos, entendía muy bien adónde quería ir el Partido Comunista. Aunque la mayoría tampoco se hacía demasiado problema por eso. Se conformaba con tener agendada la siguiente Ferifiesta.

El último acto del kirchnerismo se parece un poco a esas concentraciones. También en él se pudo observar cómo la estética reemplaza a la política cuando la política recurrentemente falla. La diferencia es que la cerrada subcultura kirchnerista es bastante más influyente de lo que era la comunista en la transición democrática: lo que ella mande hacer tendrá sin duda muchos más efectos que lo que se cantaba y rezaba en los corrillos de la Federación Juvenil Comunista treinta años atrás.

Con todo, otro dato del año que pasó, y que se volvió particularmente visible en los sucesos que rodearon la concentración del domingo, es que mientras más se envuelve en la estética de la Ferifiesta, el gobierno se vuelve más peligroso y dañino para sí mismo, y menos para el resto del país. Así que puede que el saldo termine siendo no tan gravoso como podría imaginarse si nos atenemos a la dimensión de los recursos que controla y la virulencia de la voluntad destructiva con que los usa.

En esto, las similitudes con la crisis desatada por la resolución 125 son muy sugerentes y, tal vez, anticipatorias: igual que entonces las dificultades han sido autoinfligidas; se originaron en decisiones que poco tenían que ver con los problemas más urgentes que el gobierno debía resolver; que actuaron como una soga con que el liderazgo oficial buscó separar y polarizar, atando y abroquelando a la tropa para fortalecer su voluntad de lucha, pero lo que logró fue envolverse e impedirse corregir el rumbo, hasta que la colisión se volvió inevitable. El saldo negativo de todo ello se agiganta una vez que se constata que todo se podría haber evitado con un mínimo sentido común.

Fuente: El agente de CIPOL