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30.01.13

La inflación: cuestión decisiva en un año electoral

(TN) Los populistas han sido identificados generalmente como los que no sólo no están atentos, sino que ignoran por completo la inflación, y chocan a la corta o a la larga contra los problemas que ella genera. El kirchnerismo está validando, a la vista de todo el mundo y en el peor momento, esta tesis.
Por Marcos Novaro

(TN) El kirchnerismo, al final de su recorrido, y después de tanta tinta que gastó en defender al populismo, ha terminado por darle la razón a varias de las tesis básicas con que el pensamiento económico y político más convencional lo impugnan.

Primero, la que asocia populismo con inflación alta. Así como ortodoxos y heterodoxos se diferencian por estar más atentos a la suba de precios o al desempleo, los populistas han sido identificados generalmente como los que no sólo no están atentos, sino que ignoran por completo la inflación, y chocan a la corta o a la larga contra los problemas que ella genera. El kirchnerismo está validando, a la vista de todo el mundo y en el peor momento, esta tesis.

Segundo, la que señala, como un problema colateral asociado a la incapacidad del populismo para coordinar políticas contra la alta inflación, las velocidades distintas que adquieren las subas de distintos precios. Ellas generan distorsiones crecientes en la economía, hasta que los precios retrasados (dólar, tarifas y tasas de interés en nuestro caso) estallan, exigiendo intervenciones masivas para reprimirlos o corregirlos, en cualquier caso, con altos costos para la sociedad. Es lo que hemos visto cada vez más intensamente en el curso del último año de Cristina en funciones.

Tercero, la que advierte contra las particulares dificultades que surgen en un régimen populista que ha vuelto crónica la alta inflación y las distorsiones de precios, dañando la confianza, las inversiones y por tanto el crecimiento. En esas circunstancias encarar una estrategia antiinflacionaria es cada vez más urgente y también cada vez más difícil en términos técnicos y costoso en términos políticos. Por lo que naturalmente los gobiernos populistas se resisten a siquiera intentarlo, y escapan del brete con recursos extraordinarios (en 2008-9 y de nuevo en 2012) y medidas aún más distorsivas (2011 y 2012), hasta agotarlas.

En esas está el gobierno de Cristina. Y la pregunta no es si se corregirá, sino cuándo se le agotarán los medios para sostener su fuga hacia delante, o si eso ya está sucediendo y afectará su suerte electoral este año. La respuesta depende de algunos factores duros (cosecha y precio de la soja, tasa de interés internacional, crecimiento de Brasil, etc.). Pero también de algunos datos más blandos que pueden ayudar a estirar un poco las cosas. Uno de ellos es que el Gobierno pueda cargar la culpa en otros. Los candidatos son cantados: empresarios y sindicalistas. ¿Se les podrá cargar el sayo de la inflación, la distorsión de precios y, finalmente, el débil o nulo crecimiento?

No sería la primera vez: el discurso kirchnerista fue bastante eficaz para responsabilizar a los grandes empresarios por la suba de precios cuando ella despuntó; y en alguna medida lo fue también contra los sindicalistas cuando Cristina empezó a marginar a Moyano, en 2011. Recordemos que, en las épocas de gloria, ambos sectores también se beneficiaron de la rueda de la felicidad creada por la inflación: los sindicalistas, porque al acelerarse el alza de precios, su rol como negociadores de actualizaciones salariales cada vez más necesarias para preservar los ingresos les significó un poder político descollante en la escena nacional; los empresarios, porque pese a los controles y los discursos en su contra, se les permitió descargar a precios o a las cuentas públicas, vía subsidios, los costos de esas actualizaciones.

Pero como todo, esa rueda de la felicidad se terminó. Es hora de pagar los platos rotos. Y como se sabe el kirchnerismo es implacable a la hora de descargar costos en los demás. Incluidos sus socios más queridos.

De allí que hoy el Gobierno esté necesitado de ocupar, más allá del flamígero discurso inspirado por el populismo más radical con que defiende el “modelo”, una posición que si no fuera por su improvisación y ambigüedad sólo podría denominarse centrista: ni a favor de los empresarios ni de los sindicalistas. Nos dice que su único compromiso es con el bien común y en la dura tarea de hacer que la lucha facciosa no afecte al conjunto de la sociedad.

Las paritarias con techo anunciadas por segundo año consecutivo difícilmente tengan esta vez mayor eficacia que a comienzos de 2012 para disciplinar a los gremios. Pero tal vez sí cumplan con el objetivo de  mostrar al gobierno preocupado por el descontrol de los precios y atribuirlo a “la puja distributiva”. Ayudándole a ubicarse en un punto equidistante del faccionalismo gremial y el egoísmo empresario, justo donde los consumidores, y los ciudadanos en general, quieren que esté.

Hay que ver, claro, si los actores sectoriales se prestan al juego. Si no logran contrapesar el discurso oficial con una explicación más realista de las fuentes de la inflación. Y si, finalmente, un debate público más abierto sobre la inflación y sus causas no termina de aguarle el clima que el “modelo” necesita para revalidar sus títulos en las parlamentarias de octubre próximo.

Fuente: TN, Buenos Aires