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14.01.14

Las cuatro patas de la competencia presidencial

(TN) Estas cuatro patas son el FPV, el massismo, el PRO y el frente radical-socialista. Podría surgir algún otro todavía, sobre todo si se produjera una escisión en alguna de esas cuatro patas. También podría ser que se llegue a un acuerdo imprevisto entre dos o más de estas cuatro corrientes
Por Marcos Novaro

(TN) El escenario político es por demás incierto y cualquiera que crea que porque hoy tiene alguna ventaja le resultará sencillo conservarla de aquí a 2015 para convertirse en presidente, gobernador o lo que sea, peca de iluso. Con todo, lo que sí está ya definido es el escenario de competencia, con cuatro polos principales, y también lo están sus ventajas y desventajas, sus posibles áreas de expansión, fortalezas y debilidades. Así que es posible en alguna medida prever cómo se organizará la competencia de aquí a las próximas elecciones.

Estas cuatro patas son el FPV, el massismo, el PRO y el frente radical-socialista. Podría surgir algún otro todavía, sobre todo si se produjera una escisión en alguna de esas cuatro patas. Bien podría pasar que sciolismo y oficialismo en algún momento se independicen, o que no todos los que acompañan ahora a radicales y socialistas, por ejemplo Pino Solanas o Carrió o ambos, se alejen de ese frente. También podría ser que se llegue a un acuerdo imprevisto entre dos o más de estas cuatro corrientes, para poner un caso del que se habla bastante, que massistas y macristas opten por aliarse. Pero por ahora y al menos durante el próximo año lo más probable es que nada de esto no suceda, y las cuatro patas se mantengan como están hoy, y traten de crecer sobre las demás. ¿Cómo lo intentará cada una y qué chances tiene de conseguirlo?

El massismo es el más nuevo de los cuatro y el que más ha crecido en este último tiempo. Pero no está tan claro cómo va a seguir haciéndolo de aquí en más. En principio, su victoria sobre el FPV bonaerense no le habilitó muchos más aliados peronistas de los que ya tenía, dado que la mayoría de ese partido se mantiene en el oficialismo, o al menos expectante.

Tampoco el Frente Renovador logró, como esperaba, sacar de carrera al macrismo, con quien disputa no sólo muchos potenciales o efectivos votantes de centro, sino también unos cuantos dirigentes. De allí que esté intentando ahora crecer sobre el radicalismo del interior, donde la disciplina partidaria es bastante baja, puesto que muchos candidatos con buenas perspectivas locales viven como un lastre pertenecer a un partido que les ha ofrecido en los últimos años más bien escasa proyección o cobertura provincial y nacional.

Los líderes nacionales del radicalismo, en particular Ernesto Sanz, recién ungido presidente partidario, han dado muestras de comprender el desafío que el FR supone, y de allí que hayan puesto esmero en anticiparse al complejo escenario que los espera en 2015. Y para empezar, nacionalizaran una política de alianzas que, al menos hasta aquí en Santa Fe y la Ciudad de Buenos Aires, mostró resultados.

Nacionalizarlas, adviértase, es lo opuesto a lo hecho en las legislativas del año pasado, en que se permitió a los radicales de cada distrito acordar con quien más les conviniera.  E intentarlo supone enfrentar al menos dos inconvenientes. Primero, dada la heterogeneidad de las fuerzas convocadas y la proliferación de precandidatos presidenciales (Binner, Cobos, el propio Sanz, Carrió, o Solanas, y pueden surgir algunos más) la competencia en las PASO sería inevitable, y aunque se diga que se espera repetir la experiencia de las elecciones porteñas de 2013, lo cierto es que radicales y socialistas necesitan prever el resultado y repetir más bien la experiencia santafecina, con un control mucho mayor del proceso por parte de esas dos fuerzas principales; y será difícil lograrlo, o que en el trámite de hacerlo no se pierdan aliados y apoyos.

Segundo, los candidatos nacionales del acuerdo deberían ser capaces de competir a tres bandas, con el centro no peronista de Macri, con el progresismo del FPV, con la transversalidad del massismo, para mantener alineados a los candidatos locales, y por de pronto no hay ninguna figura que parezca capaz de lograr algo así, y la cooperación entre las que existen y podrían distribuirse esos roles depende de acuerdos anticipados sobre las candidaturas que es por ahora imposible alcanzar.

Donde también parece que será preciso recurrir a la competencia interna es en el FPV. Que sigue resistiendo la candidatura de Scioli, pero no logra hacer despegar a ninguna otra. Eso, sumado a las crecientes dificultades de la gestión, lo convierten en la pata declinante de la actual mesa electoral: es indisimulable que luego de las legislativas de octubre siguió perdiendo votos en favor de los demás polos y no logra de momento encontrar una vía para detener la sangría ni para recuperarse.

Todas las opciones que tiene a su alcance suponen costos, y de allí que la presidente se incline por demorar una definición: si se resignara y abrazara al gobernador bonaerense probablemente sus apoyos más de izquierda se desanimarían y algunos votantes cuyo favor aun conserva se irían con el Frente Progresista u otras opciones más radicalizadas; si en cambio optara por un candidato propio de línea dura (se habla de Kicillof como una posibilidad) es seguro que muchos peronistas aprovecharían para dar el portazo. Poner a Capitanich en la Jefatura de Gabinete tenía la ventaja de crear la ilusión de un equilibrio entre esos caminos extremos, pero no pasó de ser una fórmula dilatoria y ya está en buena medida agotada.

Por último, tenemos al PRO, que si bien no crece, ni en términos de aliados ni de simpatías en la opinión pública, tampoco decrece, y viene trabajando con lo puesto por instalarse territorialmente a la espera de que sus contendientes entren en crisis: si la novedad de Massa se agota sin lograr quebrar la disciplina en el radicalismo ni en el PJ, si Scioli queda del todo descartado por un FPV decidido a defender el supuesto “núcleo duro” de votantes nacionales y populares, o si radicales y socialistas se enredan en su interna y fracasan en alcanzar candidatos de consenso, entonces Macri y los suyos verían llegada la hora de experimentar un gran salto en su competitividad nacional, a costa de uno de esos polos, o de varios a la vez.

Como se ve, el jefe de gobierno porteño es el más dependiente de la mala suerte del prójimo. Porque sus bases de apoyo iniciales son las más frágiles. Y es también el que va a tener las cosas más difíciles para conformarse con un premio consuelo: es difícil imaginar que, si Macri no llega a presidente, los que hoy lo rodean puedan mantenerse medianamente unidos, porque buena parte de ellos puede tener también un futuro próspero de la mano de Massa, de Scioli, o incluso del radicalismo.

Si la suerte no le sonríe, ¿revisará Macri su indisposición a acordar con Massa? No habría que descartarlo. Pero lo cierto es que sólo en caso de que tampoco a Massa le estuviera yendo bien tendría chances de convencerlo de un acuerdo: de otro modo el tigrense seguramente seguirá en la tesitura de que los aliados y votantes macristas finalmente no tendrán más opción que apoyarlo contra el kirchnerismo, así que no hay por qué pagar por ellos el precio de un acuerdo que apenas serviría para anticipar lo inevitable.

En suma, el juego está abierto. Y cada cual tiene sus cartas. Habrá que ver cómo las juegan, y cuán convincentes resultan a la hora de mostrar que sus soluciones son las que más nos convienen a todos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)