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10.07.14

¿Meros cronistas o intelectuales críticos?

(El Observador) Durante los últimos 15 o 20 años, al alejarse del ensayismo y recostarse sobre la tradición positivista, la ciencia política uruguaya ganó y perdió. Por un lado, ganó en capacidad para construir información y para generar descripciones detalladas y explicaciones potentes orientadas teóricamente. Pero, por otro lado, perdió vocación normativa y capacidad crítica. Los defectos de las instituciones políticas uruguayas ocupan poco espacio en nuestras agendas de investigación.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La campaña electoral aprovechó la disputa de la Copa Mundial en Brasil para tomarse un respiro. Los colorados se dedicaron a revisar su estrategia y a discutir sobre cómo armar la fórmula presidencial. Los blancos, con el binomio resuelto, se concentraron en negociar la plataforma programática y en definir cuánto de cada uno de sus dos grandes referentes políticos, Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga, deberá tener la comunicación política del partido durante el resto de la campaña.

El Frente Amplio, en cambio, movió sus piezas más rápido. Raúl Sendic se incorporó a la fórmula presidencial, Constanza Moreira al Secretariado Político y Macarena Gelman al comando de la campaña presidencial. Tabaré Vázquez, además, solicitó postergar la votación de la polémica ley de medios, abandonó el eslogan “vamos bien” del primer semestre del año, y largó la gira política (recogiendo una sugerencia del propio Sendic, optó por priorizar Montevideo). Durante una de sus recorridas recientes, el candidato del FA declaró que, en su opinión, habría que eliminar el balotaje. “Una segunda vuelta no se justifica teniendo ya un candidato por cada fuerza política”, argumentó. Este asunto merece un par de comentarios.

Empiezo por lo más obvio. Vázquez, como todos recordamos, se opuso en 1995 a la reforma constitucional que Líber Seregni, en nombre del FA, venía negociando pacientemente con los demás partidos, y que terminó siendo aprobada en diciembre de 1996. Desde su punto de vista, la propuesta de la segunda vuelta era una nueva “trampa jurídica” para evitar el inminente triunfo del FA. La doble vuelta, sin embargo, no impidió la Era Progresista. La crisis de 2002 ayudó al FA a obtener la mayoría en 2004 y una buena gestión de gobierno entre 2005 y 2009, a saltar la valla del balotaje en noviembre de 2009. Pero es evidente que la regla de la segunda vuelta, tal como está formulada, coloca una restricción muy fuerte que podría terminar impidiendo el triunfo del FA en alguna de las elecciones próximas (2014 o 2019). Pero el tema de la eventual nueva reforma política merece una discusión mucho más detenida. Es perfectamente lógico que los partidos políticos y sus líderes propongan las reformas que más les convienen desde el punto de vista de la disputa por el poder. Lo que no debería ocurrir es que estas propuestas (por definición, políticamente interesadas) no sean objeto de un examen a fondo por parte de expertos y académicos. Los politólogos estamos en deuda.

Pronto se cumplirán veinte años de una reforma constitucional que cambió radicalmente las reglas electorales del sistema político. Esta reforma no salió de la nada (ex nihilo nihil fit, decían los romanos). En verdad, fue el corolario de muchos años de discusiones acerca de hasta qué punto el diseño de las instituciones políticas había contribuido a crear las condiciones del quiebre de la democracia en 1973. La academia, en la década posterior a la restauración de la democracia, calificó constantemente ese debate. El libro publicado por Luis Eduardo González sobre la base de su tesis de doctorado en la Universidad de Yale aportó argumentos y evidencia empírica a favor de la tesis de la relación entre el diseño de las estructuras políticas uruguayas y la inestabilidad de la democracia. Varios colegas nucleados en el Claeh (Carlos Pareja, Martín Peixoto y Romeo Pérez) sostuvieron durante esos años, y con mucha elocuencia, que había llegado la hora de la “alternativa parlamentarista”. Diversas instituciones, entre ellas, el Instituto de Ciencia Política (FCS-Udelar), bajo la dirección de Jorge Lanzaro, organizaron seminarios y debates que aportaron nuevos elementos de juicio. Finalmente, los partidos optaron por una reforma política que combinaba la tendencia reformista regional (mantener el presidencialismo pero incorporando la doble vuelta) y la vieja crítica doméstica, tan cara a la izquierda política e intelectual, a las reglas electorales (apuntando a disminuir la fraccionalización de los partidos).

Durante los años anteriores a la reforma de 1996 la naciente ciencia política uruguaya hizo un aporte significativo a estas discusiones. Ofreció diagnósticos, propuso reformas, cuestionó propuestas. Es muy importante, creo, que los politólogos uruguayos volvamos a involucrarnos en estos debates. Hay, dentro y fuera de nuestra disciplina, quienes consideran que, últimamente, nos hemos transformado en meros cronistas de los procesos en curso y que hemos abandonado la vocación crítica que caracterizó, desde siempre, a la tradición intelectual uruguaya. Mucho me temo que, efectivamente, algo de esto ha ocurrido.

Durante los últimos 15 o 20 años, al alejarse del ensayismo y recostarse sobre la tradición positivista, la ciencia política uruguaya ganó y perdió. Por un lado, ganó en capacidad para construir información y para generar descripciones detalladas y explicaciones potentes orientadas teóricamente. Pero, por otro lado, perdió vocación normativa y capacidad crítica. Los defectos de las instituciones políticas uruguayas ocupan poco espacio en nuestras agendas de investigación. Hay preguntas fundamentales que merecen respuestas mucho mejores. ¿Hay o no buenas razones para preocuparse respecto a la relación entre la ciudadanía, los partidos y la democracia electoral? ¿Qué habría que cambiar en las reglas electorales y por qué? ¿Cómo hacer para mejorar los mecanismos de rendición de cuentas horizontales? ¿Qué habría que cambiar para darle un nuevo impulso a la descentralización? ¿Qué balance dejó la reforma del 96? Llegó la hora de revivir lo mejor de la “conciencia crítica”. Claro, sin caer en sus excesos.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)