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16.09.14

¿Fin del binominal o un mejor sistema electoral?

(El Líbero) Una mejor forma de terminar con el binominal es identificar qué distorsiones nos parecen menos malas y qué principios democráticos queremos privilegiar (una persona, un voto; sobre representación de regiones extremas; subsidios a minorías; premios a los que más votos obtienen). Pero debemos estar conscientes de que cualquier sistema producirá distorsiones y que, por cada problema solucionado, se crean problemas nuevos.
Por Patricio Navia

(El Líbero) En vez de obsesionarse con eliminar el sistema binominal, el gobierno debiera promover un nuevo sistema que corrija las fallas del actual.

Estrictamente, el binominal es un sistema de representación proporcional. La diferencia con el sistema usado antes de 1973, con el usado actualmente en elecciones de concejales y CORES, o con la propuesta que recientemente pasó su primer trámite constitucional en la Cámara radica en la magnitud del distrito. Como el binominal sólo reparte dos escaños por distrito, los partidos chicos quedan fuera y, a menudo, la coalición con la segunda votación más alta recibe igual número de escaños que la coalición ganadora. Dentro de la segunda coalición más votada, el partido más grande es el que más se beneficia.

Como todos los partidos aspiran a obtener la máxima cantidad de escaños posible, los partidos más perjudicados con el binominal son también los más interesados en cambiarlo. La Nueva Mayoría, los partidos extra parlamentarios y RN estiman que, con un sistema más proporcional, tendrían más escaños sin sumar más votos. En cambio, la UDI cree que con cualquier otro sistema deberá obtener más votos para para mantener su cantidad de diputados y senadores.

Ahora bien, cualquier sistema electoral distorsiona la forma en la que los votos se convierten en escaños, beneficiando a algunos partidos y perjudicando a otros. Incluso un sistema perfectamente proporcional da peso excesivo a los partidos más pequeños. Si la distribución de escaños es de 45% para cada una de las dos coaliciones grandes, los partidos e independientes que controlen el otro 10% tendrán más peso que el 90% restante. Los minoritarios decidirán quin tiene la mayoría. Hoy, cuando los votos necesarios para alcanzar las mayorías calificadas están en manos de senadores independientes, su influencia es desmedida. En la legislatura anterior, los votos del PRI le dieron mayoría a la Alianza en la Cámara, relegando a la bancada concertacionista a una posición irrelevante (hasta que el PRI abandonó a la Alianza con las protestas de 2011).

Pese a ser restrictivo, el binominal ha sido incapaz de neutralizar la ventaja que dan todos los sistemas proporcionales a los partidos más chicos. La adopción de un sistema más proporcional sólo exacerbará ese problema. Como se necesitará un porcentaje menor de votos para ganar un escaño, aumentará el caciquismo y proliferarán los partidos instrumentales. Será más difícil construir mayorías y los gobiernos se verán obligados a usar tácticas de compra de votos (como ocurre en Brasil, donde escándalos como el mensalão son recurrentes).

Adicionalmente, como para aumentar el número de escaños por distritos no basta con aumentar el número total de diputados y senadores -medida impopular que no es condición ni necesaria ni suficiente para introducir más proporcionalidad- el nuevo mapa fusiona distritos existentes. Eso hará más caras las elecciones y acrecentará la influencia del dinero (legal, reservado y por debajo de la mesa).

Como el nuevo mapa electoral debe ser aprobado por los legisladores actuales, que buscarán la elección en los nuevos distritos, cada diputado y senador está velando por sus propios intereses. Los legisladores de regiones más extremas y menos pobladas, exigen sobre representación en ambas cámaras. Los legisladores de Santiago quieren fusionar sus distritos con distritos con menos población.

Uno de los argumentos más usados para justificar el cambio es que el binominal deja fuera a candidatos que sacaron individualmente más votos y permite que candidatos con pocos votos sean arrastrados por sus populares compañeros de lista. Pero mientras ms proporcional el sistema, más probable es que haya candidatos excluidos y otros arrastrados.

De igual forma, si el sistema actual induce a competencia al interior de las listas y no entre listas, un sistema más proporcional reducirá la competencia al último escaño en cada distrito, en la medida que las coaliciones tendrán asegurados los primeros escaños en los distritos más grandes.

Igual que una persona que, descontenta con su relación actual, se va del hogar con la primera oportunidad que tiene, el gobierno de Bachelet parece guiado por la equivocada lógica de que cualquier sistema es mejor que el binominal.

Una mejor forma de terminar con el binominal es identificar qué distorsiones nos parecen menos malas y qué principios democráticos queremos privilegiar (una persona, un voto; sobre representación de regiones extremas; subsidios a minorías; premios a los que más votos obtienen). Pero debemos estar conscientes de que cualquier sistema producirá distorsiones y que, por cada problema solucionado, se crean problemas nuevos.

Aprendiendo de la experiencia de otros países, la reforma al sistema electoral no cerrará el debate a futuras reformas en tanto los partidos que más se vean afectados por el nuevo sistema se convertirán en los principales promotores de un nuevo cambio, mientras que aquellos que sean beneficiados se convertirán en los nuevos defensores del statu quo.

Fuente: El Lïbero (Chile)