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04.12.14

De junio a noviembre: algunas conclusiones

(El Observador) Mientras el partido de gobierno sonríe satisfecho y parece alcanzado por el soplo de la eterna juventud, la oposición sigue sin resolver el enigma de cómo enfrentar un proyecto político tan poderoso socialmente como el del FA. Algunos de sus desafíos son de carácter conceptual. En particular, tengo la impresión que no terminan de asimilar las razones de la persistente hegemonía frenteamplista. Otros de sus dilemas son de carácter discursivo. Vacilan entre correrse hacia el centro y parecerse al FA, y afincarse sin tapujos en la derecha y diferenciarse de él.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Ahora que se conoce el final de la película y que tenemos un poco más de tiempo, vale la pena revisar y reordenar las principales conclusiones que deja el 2014 desde el punto de vista político-electoral.

Fiel a su tradición, el sistema de partidos uruguayo volvió a combinar cambio y continuidad. Las elecciones primarias de junio estuvieron signadas por el mandato de la renovación. Las elecciones nacionales, de octubre y de noviembre, por el de la permanencia. Una vez más, los partidos mostraron su proverbial flexibilidad, su bien conocida capacidad para renovarse “llenando con vino nuevo los odres viejos” como les gustaba decir a José Barrán y Benjamín Nahum.

En el FA irrumpieron Raúl Sendic y Constanza Moreira. Ambos líderes, para empezar, encarnan la fuerte demanda de renovación generacional que sigue insatisfecha en filas del FA (los “postergados” siguen esperando su oportunidad para gobernar). Pero, además, vehiculizan otras frustraciones. El que acaba ser electo vicepresidente expresa el viejo sueño de “otra política económica”. Promete más Estado, más “dirigismo”, más innovación, más “desarrollo”, para satisfacción de la comunidad epistémica neoestructuralista local. La que, a puro coraje, acaba de conseguir permanecer en el Senado, tiene una conexión especial con la agenda de derechos y, por eso mismo, goza de un apoyo especial en la juventud frenteamplista universitaria. Ambos, Constanza y Sendic, siendo la expresión más visible de renovación, encarnan muy bien puntos centrales de la tradición frenteamplista.

En el Partido Nacional irrumpió Luis Lacalle Pou y renovó profundamente la oferta del nacionalismo. Admito que el debate sobre este punto es apasionante. Pero soy de los que cree que no expresa “más de lo mismo” ni en el plano de creencias, valores ni en el de posiciones sobre políticas públicas. Con él, el discurso del PN llevó a un nivel novedoso la sensibilidad social (uno de los ejes de su campaña) y la apertura hacia temas, propuestas y alternativas de políticas del universo frenteamplista. Con él, el discurso nacionalista se corrió nuevamente hacia el centro (como con Jorge Larrañaga en el 2004). Tanto en términos discursivos como desde el punto de sus apoyos políticos, es una mezcla bien hecha de las principales tradiciones políticas del nacionalismo (desde el Herrerismo al wilsonismo).

El FA se renovó y ganó la elección. El PN mutó, y mantuvo el segundo lugar en el ranking. El Partido Independiente incorporó nuevos matices, integrando a Conrado Ramos (un exfrenteamplista) en la fórmula presidencial, y logró acceder al Senado. La única excepción fue el Partido Colorado. Aquí sí hubo “más de lo mismo”. Y, tal como enseñan los libros de historia, los partidos que se renovaron tuvieron más éxito que los que no lo hicieron. Frenteamplistas, blancos e independientes, en medidas distintas, celebraron. Los colorados se hundieron en una nueva crisis. Mirado desde este punto de vista, disidencias como la de Fernando Amado, por traumáticas que sean en el corto plazo, son señales de salud en tanto aportan diversidad.

Si junio estuvo signado por la renovación, octubre y noviembre se caracterizaron por la estabilidad. La volatilidad electoral tocó su piso (ver el gráfico). El dato más impresionante, desde luego, es la potencia que sigue mostrando el FA, luego de 10 años en el gobierno. A pesar de los problemas existentes en áreas muy sensibles como educación y seguridad, y pese a haber tomado el riesgo de “descontentar” moviendo el statu quo en múltiples dimensiones (DDHH, impuestos, salud, “nuevos derechos, etcétera), el FA sigue siendo la mitad mayor de este país y gobernará por tercera vez consecutiva con mayoría parlamentaria. Tabaré Vázquez y José Mujica, dos de los tres líderes que han sido la columna vertebral de esta década de gobiernos de izquierda, conservan prácticamente intacta su autoridad. El tercero, Danilo Astori, es el único de ellos cuyo capital político se ha visto sensiblemente menguado al cabo de estos años de gestión.

Mientras el partido de gobierno sonríe satisfecho y parece alcanzado por el soplo de la eterna juventud, la oposición sigue sin resolver el enigma de cómo enfrentar un proyecto político tan poderoso socialmente como el del FA. Algunos de sus desafíos son de carácter conceptual. En particular, tengo la impresión que no terminan de asimilar las razones de la persistente hegemonía frenteamplista. Otros de sus dilemas son de carácter discursivo. Vacilan entre correrse hacia el centro y parecerse al FA, y afincarse sin tapujos en la derecha y diferenciarse de él. También tienen problemas de carácter estratégico. En concreto, no encuentran la forma de competir y cooperar entre sí. No admiten, en el fondo, que todos ellos, blancos, colorados e independientes, están condenados a construir nuevos mecanismos de coordinación política entre sí o a seguir siendo testigos privilegiados de la reiterada hegemonía frenteamplista.

Hace diez años, con Jaime Yaffé, escribimos que los uruguayos teníamos por delante dos gobiernos consecutivos del FA. Es obvio que nos quedamos cortos. Eran tres. Y pueden ser más.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)