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16.03.15

Macri y Sanz: similitudes y diferencias con la Alianza

Primero y fundamental, ni Macri es De la Rúa, ni Sanz es Chacho Álvarez. Ni viceversa. Ante todo, porque ni uno es un necio desconfiado ni el otro es un destructor serial de instituciones. Además, porque son jefes reconocidos de sus respectivos partidos y no necesitarán estar todo el tiempo cuidándose las espaldas de aspirantes a sustituirlos en el ejercicio del liderazgo.
Por Marcos Novaro

Finalmente se dio el mejor resultado que podían esperar Ernesto Sanz y Mauricio Macri: la convención de la UCR votó sin rupturas ni ambigüedades el acuerdo entre sus respectivos partidos y la CC para ir juntos a las presidenciales de este año. Una mayoría contundente de los convencionales dejó fuera de juego a Cobos, Alfonsín, Morales y demás líderes radicales que apostaban a mantener en pie a UNEN o aliarse con Massa. Sin que ello redundara en un nuevo cisma partidario, de esos que típicamente protagonizan los de la boina blanca cada vez que un sector quiere conducir al resto para algún lado, con una idea más o menos definida.

De todos modos ya surgieron objeciones de aquí y de allá: que es un acuerdo oportunista y sin programa, que tiene un programa pero no lo confiesa porque es uno de derecha liberal, y la más difundida de todas, que en caso de triunfar no aseguraría una mínima gobernabilidad, no tendrá ni la presencia territorial ni las bancas legislativas que necesitaría para controlar la situación y hacer pasar sus proyectos por el Congreso, por lo que le va a ir tan mal como a los gobiernos no peronistas del pasado. La comparación con la Alianza entre la UCR y el Frepaso entre 1997 y 2001 fue evocada con insistencia. Y no sin algo de razón.

Es muy pronto para hacer un juicio definitivo, claro. Lo que hagan o dejen de hacer de aquí en más radicales y macristas, así como otros actores que ya son o pueden ser parte del acuerdo, será lo que determine que él llegue o no al poder, y una vez allí que pueda o no gobernar. El acuerdo tiene que compatibilizarse con fórmulas distritales heterogéneas, por caso con las de Santa Fe y sobre todo CABA donde radicales y macristas se enfrentan, o las de provincias donde los radicales ya han privilegiado un vínculo con el massismo, que hay que ver como se hace convivir con la alianza a nivel nacional. Ésta, por otro lado, necesitará para madurar de un entendimiento sobre las listas de legisladores nacionales y más en general sobre los mecanismos para la toma de decisiones, tanto durante la campaña como en un eventual gobierno, que hasta aquí están más bien verdes.

Aunque hay, además, unos cuantos datos estructurales que no van a cambiar por más que Macri, Sanz y todos quienes los acompañan hagan sus mejores esfuerzos. En primer lugar, por mejor elección que hagan en octubre no van a estar ni cerca de alcanzar una mayoría en ninguna de las dos cámaras. Algo que la Alianza sí tuvo en 1999 por lo menos en Diputados.

En segundo lugar, tal como sucedió en 1999 van a heredar una situación signada por el estancamiento y desequilibrios fiscales y económicos bastante difíciles de desarmar. Los economistas más optimistas hablan de las buenas posibilidades que habrá para recuperar el crecimiento gracias al esperable flujo de capitales externos y de la mayor disposición a invertir de muchos actores económicos locales, pero en ocasiones esa mirada está sesgada por la lógica necesidad de darle brillo a la propuesta electoral de sus jefes políticos, o a su propia aspiración de acceso a cargos.

Los más prudentes analistas advierten cada vez con más énfasis que, aunque la situación no vaya a ser tan difícil de desatar como resultó en 2000 y 2001, incluirá varios regalos envenenados que insumirán de seguro mucho tiempo y recursos: precios relativos tan fuera de equilibrio y sobre todo un tipo de cambio tan retrasado que la inflación probablemente suba antes de poder bajar; deudas en default y otras disfrazadas y de muy corto plazo que habrá que ordenar y renegociar antes de poder salir del cepo cambiario y habilitar el soñado flujo de capitales; un déficit fiscal ligado a la importación de combustibles, los subsidios a los servicios públicos y el pago de una enorme masa de sueldos en el estado que en principio puede aumentar antes que disminuir si para reactivar la economía, y sobre todo las inversiones y exportaciones, es preciso recurrir a cierta reducción de impuestos.

Además de todo esto, igual que en tiempos de De la Rúa, enfrente habrá un peronismo dividido. Y se sabe ya que en esas circunstancias las facciones en pugna de esa fuerza tienden a extremar las exigencias que plantean a quienes gobiernan, para posicionarse mejor en el camino a formar una nueva mayoría partidaria. Así, aunque ocasionalmente algunos de ellos puedan colaborar, por ejemplo dejando pasar alguna ley que el Ejecutivo necesite, o incluso sumándose circunstancialmente al gobierno, el precio será muy alto y no asegurará lealtad ninguna ni cooperación sostenida en el tiempo, todo lo contrario.

Los intentos de sacar algún provecho de las divergencias entre los peronistas, le pasó a la Alianza y en su momento también le pasó a Alfonsín, a la corta o a la larga fracasan porque mientras que los no peronistas creen ingenuamente estar haciendo un buen negocio y profundizando las divergencias entre sus adversarios cuando suman a alguno de ellos a sus gabinetes o intercambian apoyo circunstancial por alguna concesión económica, son las facciones peronistas las que hacen su agosto, primero distribuyéndose entre ellas y luego compartiendo los premios presupuestarios y económicos por colaborar y los beneficios electorales de presentarse como inflexibles e indignados opositores.

Así las cosas, bien podría convenir a Sanz y Macri recordar hoy, cuando todavía están a tiempo, el tenor de las reflexiones que muchos aliancistas solían hacer cuando el curso del 2001 se volvía castaño oscuro: que de haber sabido lo difícil que iba a ser lidiar con las tareas de gobierno más les hubiera valido perder en 1999, y dejar que por una vez fuera otro peronista el que lidiara con los problemas causados por una irresponsable gestión de gobierno de ese signo.

Mal o bien, con todo, existen algunas cuantas diferencias a favor del proyecto gubernamental que están empezando a delinear Macri, Sanz y compañía, en comparación a los de sus predecesores en la hasta aquí ingrata tarea de proveer de alternativas a la política argentina.

Primero y fundamental, ni Macri es De la Rúa, ni Sanz es Chacho Álvarez. Ni viceversa. Ante todo, porque ni uno es un necio desconfiado ni el otro es un destructor serial de instituciones. Además, porque son jefes reconocidos de sus respectivos partidos y no necesitarán estar todo el tiempo cuidándose las espaldas de aspirantes a sustituirlos en el ejercicio del liderazgo. En particular para la UCR resultó en su momento un permanente dolor de cabeza tener una conducción escindida entre De la Rúa y Alfonsín, una desgracia que luego de la Convención de Gualeguaychú parece Sanz tendrá chances de evitarse y evitarnos.

Además, porque el entendimiento a que pueden llegar ambos socios entre sí tiene perspectivas de volverse bastante más sólido que el que jamás lograron los integrantes de la fórmula de la Alianza. De la Rúa estaba convencido en 1999, igual que casi todos sus correligionarios de la UCR, que sus socios del Frepaso eran unos compañeros de ruta incómodos de los que pronto se iba a poder librar, porque el bipartidismo tradicional estaba camino a reflotar y los “terceros partidos” camino a extinguirse; mientras que los líderes de esta tercera fuerza, y en particular Álvarez, creían al contrario que era la UCR la que languidecía sin remedio, así que tolerarla como aliada no obstaba a dedicarse a lo que realmente importaba, crear un nuevo movimiento transversal que empalmara las exigencias de la “nueva política” con las viejas tradiciones populistas.

Hoy por suerte ni en el radicalismo anidan muchos sueños de regeneración ni en el PRO predominan los léxicos del movimientismo y el repudio a los viejos partidos. Aunque ciertamente algo de ese repudio suele ser movilizado con fines proselitistas, en la forma de una exaltación de la “gestión no ideológica” y la “nueva política”, fórmulas que de todos modos tanto sirven para una de cal como para varias de arena.

Pero la diferencia más importante está en el proyecto económico y político que ellos intentarán sustituir. Podrá el kirchnerismo legarnos una bomba de tiempo, pero no le será nada fácil después de cuatro años de estancamiento convencernos como pretende de que estará en condiciones de marcarle la cancha a sus sucesores, de que la tarea de ellos, sean quienes sean, consistirá obligadamente en mantener en pie y peor todavía tratar inútilmente de mejorar el desempeño, de un esquema económico probadamente útil para el desarrollo del país. Algo que mal o bien Menem sí logró hacer, y gracias a esa capacidad de condicionamiento siguió siendo, aunque repudiado por la mayoría, un líder todavía viable para el peronismo.

Hoy se habla mucho de los dolores de cabeza que una facción peronista opositora liderada por Cristina podrá causarle a quienes la sucedan. Pero no se atiende lo suficiente al disgusto que significará para el resto del peronismo tener a Cristina como referente al mismo tiempo inescapable y problemática en el campo opositor. Ella bien puede convertirse en un fundamental recurso de la futura gobernabilidad, en una suerte de Isabel en cuerpo presente, con un legado no tan nefasto como el de ésta, pero sí más críticamente vivo, por la inmediatez temporal y espacial.

La opción de ayudarla en sus deseos de volverse líder de la oposición, deseos que en el caso de Isabel, para gran fortuna del PJ, no pasaron de ser una difusa fantasía, y a cuya promoción recordemos Alfonsín renunció demasiado pronto y fácilmente, lo que nunca dejó de lamentar, merece por lo tanto una consideración especial. Ella y sus seguidores creerán seguramente estar repitiendo y aun perfeccionando el recorrido trazado por Perón y Evita, mientras en los hechos les habrá llegado finalmente y sin querer la hora de contribuir a la democracia pluralista.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)