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16.11.15

Scioli, el mejor actor; Macri, el mejor guión

(TN) Tal vez el miedo que desparrama la campaña oficial, y que en el debate Scioli agitó una y otra vez hasta el cansancio, aunque es claro que no alcanza para cambiar el escenario electoral, puede terminar sirviendo para quien quiso perjudicar: si en el arranque de la gestión de Macri no pasa nada terrible, el miedo no sólo quedará desmentido sino que por comparación puede volver digeribles algunas malas noticias que ya se han anticipado y son en verdad inevitables.
Por Marcos Novaro

(TN) Scioli no esperaba que su contrincante lo enfrentara como hizo, acribillándolo con cuestionamientos por haberse plegado a la campaña negativa, por haber adoptado el discurso del ultrakirchnerismo y también por haber avalado las peores decisiones de estos años.  ¿Ganó algo con eso Macri? Pudo marcar las fragilidades del último tramo de la campaña oficial, y por momentos poner a la defensiva a Scioli.

El fuerte de Scioli no es contestar preguntas, sino esconderle el cuerpo. Y fue lo que hizo. Por eso la maldición vino con las repreguntas. Ahí la pasó casi tan mal como Cristina en Harvard años atrás. ¿Eran tan geniales los estudiantes de la universidad norteamericana que pusieron a la presidenta argentina, ducha en discursear casi sobre cualquier cosa, en tan serios problemas como para que nunca volviera a contestar preguntas que no estuvieran previamente convenidas? ¿Se confirmó con aquel papelón presidencial que Harvard no es La Matanza? No.

Simplemente sucedió que a esos afortunados estudiantes se les concedió una libertad que ningún argentino, estudiante, periodista o de cualquier otra actividad, pudo jamás disfrutar: darse una panzada con la falta de entrenamiento en conversación humana que padecía la señora.

Con Scioli pasó algo parecido. Sólo que en su caso se viene repitiendo desde hace unas semanas y no ha pudo evitar como hizo Cristina. Aunque se había escapado de la anterior cita de Argentina Debate, en los últimos tiempos viene pasándola entre mal y pésimo cuando tiene delante periodistas no complacientes que lo interrogan sobre la campaña del miedo, sus denuncias contra el FMI y el supuesto neoliberalismo de su contrincante; o su lealtad entre fanatizada y sobreactuada al proyecto k.

Scioli nunca compartió la política de medios del kirchnerismo. Pero no pudo sin embargo escapar a su modelo de comunicación, que consistió desde un principio en reducir todo intercambio público a pura propaganda y operaciones de prensa, sostenidas en enormes cantidades de dinero de los contribuyentes y moldeadas por una emisión monopólica y unilateral, que se asegura no ser interrumpida ni contradicha por datos inconvenientes.

Aunque se la pasó todos estos años diciendo que es un hombre de diálogo, en verdad el candidato oficialista nunca dialogó con nadie. Pese a ello fue en general bastante bien tratado por el periodismo, incluso el independiente, que le perdonó la vida demasiadas veces agradecido de que al menos él no lo maltrataba ni insultaba, confiando en que pudiera alguna vez ayudar a frenar a los fanáticos en serio, y ofrecer una salida civilizada del modelo K.

Pero ni esa salida terminó convenciendo a la mayoría de los votantes, ni cuando tuvo oportunidad Scioli demostró que efectivamente las expectativas moderadas y democráticas depositadas en él estaban justificadas. Y en el debate esto quedó en evidencia.

Un discurso no es lo mismo que una discusión. En la discusión la interrupción que los otros operan sobre mi hilo argumental tiene un papel fundamental, pues me exige que mi argumento tome en cuenta las objeciones, y en la medida de lo posible las incorpore y atienda. Sólo así mi explicación podrá mostrar que es más abarcativa, completa y sólida que las argumentaciones alternativas que ofrecen los demás.

Esto faltó en la participación de Scioli en el debate. Cada vez que Macri le planteó una objeción a su gestión de gobierno y a la retahíla sobre “lo que conseguimos y lo que falta hacer”, en vez de incorporarla a su argumento la ignoró. Repitió lo que ya escuchamos hasta el hartazgo en las tandas de propaganda oficial.

Y por momentos hizo algo bastante peor. Desde el 25 de octubre ha ido experimentando una deriva alarmante para una figura pública que durante más de una década se esforzó en comunicar optimismo y equilibrio: primero se volvió más Cristina que nunca, con el argumento de “los dos modelos de país irreconciliables”, después se quiso mimetizar con Massa, apropiándose de todas las propuestas del FR que él había desestimado hasta ese momento.

Y de Cristina más Massa pasó directamente a Del Caño y se comenzó a presentar como un contradictor del imperialismo financiero. Resulta por lo menos poco serio que el asesorado de Mario Blejer y Miguel Bein pretenda convencernos de que con él el FMI y los especuladores las pasarían negras. Faltó poco para que Macri lo retara: “Scioli no asustes, porque oscureces”.

Todo el montaje de la campaña del miedo viene crujiendo con estas sobreactuaciones y dislates. Como en esas películas de terror gore muy berretas, el oficialismo parece obligado a desparramar litros de sangre todo el tiempo porque el guión con que cuenta no ayuda, muestra las hilachas y se bambolea entre lo inverosímil y lo ridículo.

Pero ojo, porque tal vez el miedo que desparrama la campaña oficial, y que en el debate Scioli agitó una y otra vez hasta el cansancio, aunque es claro que no alcanza para cambiar el escenario electoral, puede terminar sirviendo para quien quiso perjudicar: si en el arranque de la gestión de Macri no pasa nada terrible, el miedo no sólo quedará desmentido sino que por comparación puede volver digeribles algunas malas noticias que ya se han anticipado y son en verdad inevitables.

¿Y Macri cómo lo hizo? Por momentos se mostró bastante más nervioso que su contrincante. Por momentos le habló demasiado a él, insistiendo en entablar un diálogo imposible, y perdió el contacto con la audiencia. Pero salió hecho, lo que en su situación es lo que necesitaba. Insistió con lo que viene haciendo y le ha dado evidentemente buen resultado.

Esta confianza es muy razonable, claro, aunque puede también ser peligrosa. ¿Cree realmente que está ganando porque hizo todo bien? ¿Pensará que para gobernar alcanzará simplemente con seguir haciendo lo mismo que hasta aquí?

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)