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29.06.16

Integración y representación (el lado amable del brexit)

(El Observador) El brexit mirado desde el punto de vista de la democracia, ofrece un ángulo más alentador. Los británicos, que hace cinco siglos inventaron la fórmula para limitar el poder absoluto y arbitrario de los monarcas, ahora envían otra señal parecida. Están diciendo que quieren limitar el poder de la UE y que quieren tomar su destino en sus propias manos.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) El brexit, que en estos días ha sacudido la política y la economía en todas partes, admite muchas lecturas. En esta decisión conviven, como suele ocurrir, muchos procesos de distinta índole que conviene distinguir. Pero hay un punto que me parece especialmente importante destacar, al menos desde un ángulo de teoría política: refleja la tensión entre integración y democracia.

En primer lugar, no es posible entender el brexit sin tomar en cuenta la profundidad política y cultural del Canal de la Mancha. La geografía no determina. La historia tampoco. Pero no puede negarse que, como nos recordara Rafael Mandressi hace pocos días, los británicos tienen una profunda vocación insular: “Cada vez que tengamos que elegir entre Europa y el mar abierto, vamos a elegir siempre el mar abierto”, le dijo Winston Churchill al general De Gaulle en plena segunda guerra mundial.1 Lo acaban de demostrar una vez más.

En segundo lugar, existe un potente componente económico y social de mediano plazo. Como destacó Francisco Panizza, la votación reflejó el temor contra los inmigrantes.2 Y no hay manera de entender la inmigración sin tomar en cuenta el desarrollo asimétrico de la economía mundial. En estos días, nuestro ex presidente José Mujica insistió en este punto al reclamar un nuevo Plan Marshall. Argumentó que la única forma de frenar la presión migratoria es que los países más ricos ayuden a los otros a salir de la pobreza.3

En tercer lugar, hay que tomar en cuenta la dinámica política de la coyuntura británica. Cameron tomó la decisión de convocar el referéndum para reafirmar su control sobre el Partido Conservador, crecientemente amenazado por el carismático ex alcalde de Londres, Boris Johnson. Nunca imaginó que podía ser derrotado. Según Panizza, fue un error de cálculo mayúsculo, que además de dinamitar el tradicionalmente estrecho puente entre el Reino Unido y Europa le costará al propio David Cameron la jefatura del gobierno y el liderazgo de su partido.

Estos procesos de larga, mediana y corta duración ayudan a entender la impactante decisión adoptada por la mayoría de los británicos. Pero el gran asunto de fondo es la tensión entre integración y democracia. Y no es un problema que afecta solamente a los británicos. Es un desafío para todos los estados de la UE. El proceso de construcción de la UE es una gran obra de ingeniería política. Pero es inevitable que la ciudadanía perciba que, a lo largo de estos años, su soberanía ha sido crecientemente enajenada.

En Europa, durante los últimos años, con el telón de fondo de la crisis económica, explotaron intensas y extensas protestas sociales. Desde Madrid a Atenas circuló la misma “indignación”. Es que demasiados ciudadanos europeos sienten que ya no tienen el control de sus gobernantes. Para demasiados ciudadanos de la UE la representación se ha vuelto una fantasía. No se sienten soberanos. Les cuesta demasiado creer que las instituciones existentes les permitan autogobernarse. Perciben que las decisiones más relevantes escapan a su influencia y a su control porque se adoptan en Bruselas, en la cúpula política de la UE.

Mucho me temo que tengan excelentes razones para desconfiar. La integración europea es una verdadera proeza de la civilización. Europa dejó atrás siglos de guerras e invasiones. En su lugar, nacieron instituciones sofisticadas y se fortaleció la tendencia a la cooperación entre naciones. Pero esto ha tenido un costo muy alto en términos de representación. La integración exige niveles altísimos de coordinación de las políticas públicas. Cuanto más y mejor coordinan las políticas económicas en Bruselas, menos capacidad de decisión terminan teniendo los ciudadanos en cada casa, en cada barrio, en cada pueblito europeo.

Nunca le ha resultado sencillo a la ciudadanía creer en el autogobierno. La democracia genera muchas más expectativas de las que puede cumplir. Cuesta creer en la efectividad de la representación, en general, y en el personal político que asume esta tarea, en particular. En tiempos de tanta moderación y de tanta competencia centrípeta cuesta diferenciar un partido del otro, y encontrar buenas razones para decidir a quién votar. Es muy difícil evitar que los políticos electos se aparten de sus promesas y sancionarlos cuando lo hacen. Es muy difícil creer en la igualdad política entre los ciudadanos cuando existe tanta desigualdad socioeconómica.

El brexit mirado desde el punto de vista de la democracia, ofrece un ángulo más alentador. Los británicos, que hace cinco siglos inventaron la fórmula para limitar el poder absoluto y arbitrario de los monarcas, ahora envían otra señal parecida. Están diciendo que quieren limitar el poder de la UE y que quieren tomar su destino en sus propias manos. Ellos, que han sabido estar a la vanguardia en la construcción de sistemas de representación, están diciendo que están dispuestos a tomar el riesgo de autogobernarse. Si les va mal será, ahora, mucho más que antes del brexit, su responsabilidad, y no la de Bruselas. Ojalá no se equivoquen.

1 Este punto ha sido espléndidamente desarrollado por Mandressi en: “Europa, los británicos y el mar abierto”. 

2 El excelente análisis de Panizza.

3 Ver también: http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?312317

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)