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24.10.16

Evaluación educativa, igualdad y chanterío

(TN) Esto de las evaluaciones generales, estandarizadas y encima públicas es de lo más irritante para los igualistas. Ellos toleraban que el gobierno anterior hiciera evaluaciones similares básicamente porque sabía que no iba a difundir sus resultados ni mucho menos encarar cambios a partir de ellos.
Por Marcos Novaro

(TN) La semana que pasó asistimos a un nuevo round entre el cambio y la reacción. Y uno muy particular, que dejó bien a la vista cómo frecuentemente los reaccionarios argentinos usan como excusa la defensa de derechos de los más débiles, con el argumento de que supuestamente ellos se verían afectados si se exploraran con algún detalle las causas y alcances de su situación de desigualdad. Es el famoso igualismo, una chantada que usa el discurso de la igualdad para promover la no discusión de los problemas de exclusión y defiende una integración mentirosa, que reproduce y agrava las desigualdades.

Esta lógica “igualista” que pervierte los ideales de igualdad gobernó los pasados 12 años, y en el sistema educativo viene gobernando desde mucho antes. Y los resultados están a la vista.

Es la lógica que inspira una política de asignación de recursos que no tiene en cuenta el cumplimiento de objetivos, sino que fija cuotas según la población atendida y la capacidad de presión de las administraciones y gremios. Algo que está bien reflejado, por caso, en la ley de financiamiento educativo de fines de 2005, uno de los más redondos fracasos en la última década de políticas públicas dirigidas a tapar problemas con montañas de dinero. Dicha ley permitió que aumentara el presupuesto y desactivó previos conflictos con los docentes, es cierto, pero al precio de renunciar a cualquier iniciativa dirigida a lograr que ese presupuesto se usara correctamente.

Al delegar todo el poder de decisión en las gobernaciones, y a nivel universitario en cada casa de altos estudios, estimuló que los administradores inflaran el universo atendido (a veces recurriendo lisa y llanamente al fraude), sin preocuparse por lo que se enseña y aprende. Después de 12 años tenemos más alumnos, sobre todo en los niveles secundario y universitario, y tenemos sobre todo muchas más universidades que se disputan porciones de la torta presupuestaria, sí, pero también tenemos más fracaso escolar, menos graduados por alumno y peor nivel educativo en especial en esos niveles.

La lógica igualista también desaconseja discriminar entre los docentes que hacen bien su trabajo y los que no. Todos deben ganar igual y tener las mismas oportunidades de promoción. Con lo cual los famosos fondos de incentivo terminan no incentivando nada bueno. Los recibe todo el mundo, incluso quienes se ausentan sistemáticamente de su trabajo, o usufructúan licencias por cualquier cosa. Ambos problemas, ausentismo y licencias, vienen rompiendo records todos los años. Pero los gremios insisten en que sería discriminatorio, estigmatizante, en fin, dañino para la igualdad que se haga algo para remediarlo. Es natural que a las organizaciones sindicales les convenga que sus representados tengan intereses lo más homogéneos posible. Lo absurdo es suponer que puede funcionar cualquier sistema laboral que iguale para abajo, porque entonces la productividad tenderá a cero. Por más que se repitan invocaciones morales al “sacerdocio” y la “vocación docente”.

Y también la lógica igualista se aplica a los propios alumnos, con la idea de que sería discriminante y excluyente identificar a tiempo de corregirlos los problemas de aprendizaje que tarde o temprano terminan en fracaso escolar. El igualismo tiene una solución mejor y mucho más sencilla: prohibir el fracaso eliminando pruebas y evaluaciones que puedan ser obstáculo a que todos accedan a un título. Tiempo atrás el gobernador bonaerense llevó al extremo esta idea prohijando la prohibición de los aplazos. Pero más allá de esa boutade, lo cierto es que prácticas en sintonía y más sutiles se vienen extendiendo desde hace tiempo; en muchos lugares todos aprueban, aunque no aprendan. La integración mentirosa llega así a su máxima expresión: se pretende satisfacer un derecho, el acceso a la educación, proveyendo un simulacro de satisfacción y las credenciales correspondientes, lo que deja la conciencia tranquila a los administradores y calma la demanda. Al menos hasta que se verifique que, para cualquier fin práctico, ese título sirve de poco y nada.

Se entiende entonces que esto de las evaluaciones generales, estandarizadas y encima públicas sea de lo más irritante para los igualistas. Ellos toleraban que el gobierno anterior hiciera evaluaciones similares básicamente porque sabía que no iba a difundir sus resultados ni mucho menos encarar cambios a partir de ellos. Ahora que no están seguros de ninguna de las dos cosas ponen el grito en el cielo. Y dejan volar su inventiva respecto a supuestos fines estigmatizantes, desigualadores, privatizadores y extranjerizantes. Toda una sarta de sinsentidos que apenas si sirve para disimular su profundo espíritu reaccionario, y su cómodo conformismo frente al atraso y la ignorancia.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)