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14.12.16

Tiempo de balances: el gobierno

(El Observador) La seriedad de la política económica contrasta con la frivolidad de con la que se maneja la política educativa. El insólito manoseo público de las mediciones de PISA al que asistimos con asombro y pena la semana pasada es otra demostración de la incompetencia del gobierno en un tema crucial por donde se lo mire. La deuda del FA con las futuras generaciones, en esta materia, sigue creciendo exponencialmente.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Se termina el segundo año del tercer mandato del Frente Amplio. El balance arroja un saldo menos magro que el 2015. En particular, asistimos al repunte del liderazgo presidencial. El punto más alto en materia de gobierno fue el ajuste fiscal. La cuenta pendiente más dolorosa sigue siendo la falta de coraje para emprender cambios ambiciosos en la educación. La ruptura entre el diputado Gonzalo Mujica y la bancada de gobierno, que dejó al FA sin mayoría parlamentaria por primera vez en la Era Progresista, constituye un punto de inflexión en materia de gobernabilidad.

Primero. En Uruguay no gobiernan las personas sino los partidos. Pero los liderazgos, en general, y el del presidente, en particular, son decisivos a la hora de generar innovaciones. El presidente, en tanto director de orquesta, no tiene las manos libres para elegir la partitura. Pero, como lleva la batuta, puede marcar el ritmo y dejar su sello en la ejecución. Durante el 2015 Tabaré Vázquez adoptó un perfil bajo. Fue tan poco activo el liderazgo presidencial que los niveles de aprobación de su gestión se desplomaron rápidamente. Desde enero de 2016, como si hubiera tomado nota de este dato, Vázquez se tomó el trabajo de tomar iniciativas ingeniosas en áreas relevantes. El punto más alto en términos de liderazgo fue la conformación de un ámbito multipartidario para negociar cambios legislativos en materia penal. Esta estrategia le permitió blindar, al menos por un semestre, a Eduardo Bonomi, su cuestionadísimo ministro del Interior.

Segundo. El repunte del liderazgo presidencial hizo posible que el gobierno sembrara expectativas. En esto ha sido exitoso. Empezamos el año discutiendo qué hacer con el petróleo. Es cierto: el "oro negro" nunca apareció. Pero dedicamos mucho tiempo a discutir públicamente las bases de una política petrolera de largo plazo y a debatir sobre la "maldición de los recursos naturales". Terminamos el año especulando sobre costos y beneficios de un eventual TLC con China. No me sorprendería que esta iniciativa, a la postre, tampoco pudiera concretarse. Existen restricciones políticas muy importantes. En el plano regional, cuesta mucho imaginar a los gobiernos de Brasil y Argentina dando luz verde a esta iniciativa. En el plano doméstico, cuesta más todavía vislumbrar al PIT-CNT modificando sus convicciones sobre el impacto negativo del libre comercio en el desarrollo productivo.

Tercero. El gobierno nacional, de todos modos, hizo más que ganar tiempo generando expectativas. Hubo actos de gobierno. El más importante, el que revela más seriedad y sentido de la responsabilidad fue el ajuste fiscal. Dejemos de lado el debate acerca de si el FA manejó bien o mal la política fiscal durante sus dos primeros mandatos. Dejemos también de lado la controversia (muy relevante, por cierto) acerca de la distancia entre promesas de campaña (2014) y decisiones de gobierno (2016). Lo cierto es que el gobierno tomó el toro por las guampas. Se atrevió a tomar la difícil decisión de subir impuestos y bajar gastos para empezar a equilibrar las cuentas y prevenir males mayores (como la posible pérdida del grado inversor). Pagó, seguramente, un costo político en el corto plazo. Pero todo indica que Uruguay viene sorteando exitosamente las turbulencias económicas y se apresta a empezar a acelerar nuevamente. Corresponde asignar el mérito principal al equipo económico y al presidente que lo respalda.

Cuarto. La seriedad de la política económica contrasta con la frivolidad de con la que se maneja la política educativa. El insólito manoseo público de las mediciones de PISA al que asistimos con asombro y pena la semana pasada es otra demostración de la incompetencia del gobierno en un tema crucial por donde se lo mire. La deuda del FA con las futuras generaciones, en esta materia, sigue creciendo exponencialmente. No puedo entender la falta de energía y de coraje del gobierno en este tema. Que nadie responsabilice a los gremios de la educación por la falta de innovaciones ambiciosas. ¿O acaso alguien piensa que los gremios apoyaron la "reforma Rama" hace veinte años, en tiempos de la segunda presidencia de Sanguinetti? El gobierno ya perdió dos años en esta materia. Pero todavía le quedan tres. Si quiere, puede. Por ahora, lo único que se sabe es que estamos en vísperas de otro Congreso de la Educación. Ojalá sea algo más que otro ejercicio retórico.

Quinto. El gobierno no solo perdió tiempo (al menos en educación). Además, perdió gente. En 2015, se quedó sin Fernando Filgueira y Juan Pedro Mir en el Ministerio de Educación y Cultura. En 2016, se quedó sin Gonzalo Mujica en el parlamento. La ruptura de Mujica con la bancada del FA es un hecho político de enorme significación: como es bien sabido, el disidente no rompió con el FA por desacuerdos programáticos sino por divergencias en el plano moral (referidas muy específicamente a los negocios en Venezuela de la empresa "Aire Fresco"). Se trata, asimismo, de un hecho que está llamado a tener hondas consecuencias políticas: el FA ya no tiene mayoría en diputados. Durante los tres próximos años tendrá que negociar o con el diputado escindido o con representantes electos por otros partidos. El viejo pluralismo uruguayo asoma de nuevo la cabeza.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)