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29.08.17

Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera

(El Líbero) La estabilidad en las preferencias de los chilenos contrasta con la lectura apocalíptica que hacen algunos respecto al supuesto profundo malestar que existe en la sociedad. Una sociedad molesta no escoge los mismos líderes de siempre.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Aunque algunos analistas, y no pocos políticos, insisten en que Chile está ad portas de una crisis y que el país está a punto de estallar, las elecciones presidenciales han mostrado una enorme estabilidad en las preferencias de los chilenos. Desde 2006 —cuando los iPhone ni siquiera existían— que el país ha sido gobernado por Michelle Bachelet o Sebastián Piñera. Si Piñera vuelve al poder en marzo de 2018, se completará una inédita secuencia de alternancia en el poder, 16 años de gobierno en cuatro cuatrienios liderados alternadamente por Bachelet y Piñera.

Si la elección de fines de año confirma lo que hoy dicen las encuestas, Chile habrá completado un periodo de cuatro elecciones presidenciales de enorme estabilidad y más continuidad que cambio. Si Piñera se convierte en el próximo Presidente —en segunda vuelta, como anticipan esas mismas encuestas— y concluye su mandato de cuatro años en marzo de 2022, el país habrá estado gobernado por esa dupla de mandatarios por la misma cantidad de años que gobernaron los tres Presidentes anteriores en el periodo post-dictadura.

Es verdad que Bachelet I (2006-2010) fue diferente a Bachelet II (2014-2018). Pero la principal razón por la que los chilenos abrumadoramente optaron por escoger a Bachelet para que volviera al poder fue porque los recuerdos de su primer gobierno contrastaban con lo que, hasta entonces, parecía ser una decepcionante administración del primer gobierno de derecha desde el retorno de la democracia. El recuerdo de los buenos años de Bachelet I llevó a los chilenos a dar su espalda a Piñera y optar por darle el poder nuevamente a ella. Aunque la ex Presidenta decidió cambiarle el nombre a la coalición —enterrando poco ceremoniosamente la exitosa marca “Concertación”—, los chilenos depositaron su confianza en la mujer que había gobernado exitosamente durante el cuarto gobierno consecutivo de la era concertacionista.

Algo similar ocurre ahora. Aunque Piñera tuvo más rechazo que aprobación durante la mayor parte de su mandato, los chilenos ahora parecen tener una mejor evaluación de lo que fue su gobierno. Si bien mantiene un nivel de rechazo preocupantemente alto —lo que hace que su candidatura siga siendo vulnerable si su rival en segunda vuelta logra unir a la centroizquierda, —el solo hecho de que lidere las encuestas refleja que la percepción popular del legado de su cuatrienio ha mejorado.

La estabilidad en las preferencias de los chilenos contrasta con la lectura apocalíptica que hacen algunos respecto al supuesto profundo malestar que existe en la sociedad. Una sociedad molesta no escoge los mismos líderes de siempre. 

Es innegable que el país ha cambiado rápidamente y que estos cambios producen tensiones, ansiedad y preocupación. Pero más que querer apretar el freno —o apretar el acelerador para ir más rápido—, los chilenos parecen interesados en escoger líderes que tengan la capacidad de administrar esos cambios y asegurarse que nadie se caiga de este tren que se mueve a alta velocidad. Es más, la gente parece querer que los líderes se aseguren de que todas las personas puedan subirse al tren de los cambios y que todos los carros avancen a igual velocidad, de tal forma que los cambios beneficien a todos los chilenos y no sólo a los mismos de siempre.

Aquellos que quieren leer señales de crisis terminal del modelo se encontrarán —una vez más, como ha ocurrido varias veces ya desde el retorno de la democracia—,que los chilenos están satisfechos con sus vidas, aunque crean que el resto del país no está tan bien como ellos. Si bien resiente el abuso y la falta de oportunidades, la gente cree que el país avanza por el camino correcto y los que creen que va por el sendero equivocado siguen siendo una minoría. Por eso que los candidatos que prometen cambios radicales siempre terminan recibiendo el apoyo —entusiasta y vociferante— de la misma minoría de siempre.

De igual forma, aquellos que creen que nada debe cambiar se encontrarán con un electorado que quiere cambios. Es por eso que los chilenos han votado por la alternancia en el poder desde las elecciones de fines de 2009, pero quieren cambios en un contexto de continuidad. Como pasajeros que quieren llegar más rápido a destino, los chilenos han optado por mantener la hoja de ruta, pero han votado en cada elección desde 2009 por cambiar a los que conducen al país.

Aunque las elecciones nunca se deciden antes de que la gente vote, las encuestas permiten anticipar que los chilenos parecen decididos a completar un período de cuatro elecciones consecutivas votando por solo dos personas para dirigir el país. La secuencia Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera pasará a la historia como un período de estabilidad política sin precedentes, pero también como uno en que los chilenos votaron por alternancia en el poder, demostrando su deseo de cambio en un contexto general de continuidad.

Fuente: EL Líbero (Santiago, Chile)