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03.11.17

El programa de Guillier

(El Líbero) La errática posición de Guillier sobre el programa alimenta las sospechas de improvisación y falta de profesionalismo en su campaña. Incluso hubiera sido razonable que relativizara su importancia. Pero la forma en que ha cambiado su postura sobre si tiene o no programa de gobierno no habla bien de su candidatura, ni tampoco refleja una postura pragmática sobre el papel que debe tener ese documento en lo que realmente aspira a realizar un candidato en caso de ser electo.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Es razonable que los candidatos relativicen la importancia de los programas de gobierno. Estos son hojas de ruta que inevitablemente se modifican en el camino, porque la realidad política obliga a hacer ajustes. Tal como equivocan el camino aquellos que ven al programa de gobierno como Tablas de la Ley, los que creen que no tiene importancia envían la desafortunada señal de que no saben en qué dirección quieren llevar al país.

La polémica que ha generado el hecho de que el candidato de los partidos de izquierda de la Nueva Mayoría, el senador Alejandro Guillier, aún no haya entregado su programa de gobierno, refleja el trauma que existe en la izquierda chilena con la importancia del documento programático. En 2013, la candidatura de Michelle Bachelet convirtió su programa de gobierno en un fetiche. Una vez en el poder, aunque era evidente que las circunstancias habían cambiado y que necesario ajustar las promesas a la nueva realidad política y económica del país, el gobierno de Bachelet se obsesionó con seguir avanzando en el programa original, y eso contribuyó a que perdiera sintonía con las demandas de la gente.

Los programas de gobierno se parecen a los planes de vuelo de los aviones. Aunque la gente quiere que la hoja de ruta se respete, cuando las circunstancias cambian en medio del trayecto, los pilotos tienen flexibilidad para modificar el plan inicial. No es conveniente, por ejemplo, que un piloto quiera ceñirse al plan de vuelo si el clima empeora demasiado, si alguna de las turbinas se avería o si la tripulación se pelea y amenaza la seguridad del avión. De igual forma, en política siempre se presentan emergencias, por lo que no tiene lógica suponer que el plan de gobierno de un candidato sea inmutable. Sólo aquellos que son irresponsables o miopes pueden querer mantener el programa original cuando es evidente que las circunstancias han cambiado.

En 2017, Guillier ha generado polémica por razones opuestas a las que tuvo Bachelet hace cuatro años. Esta vez, el candidato oficialista todavía no entrega su programa. Es más, ha hecho declaraciones contradictorias al respecto. Después de anunciar que lo presentaría después de la primera vuelta, declaró que haría público un compendio de su programa antes del 19 de noviembre. Sin entender que un compendio es un resumen de algo que ya existe y que es conocido, Guillier parecía estar buscando una excusa para explicar la incapacidad de su equipo de producir un programa de gobierno antes de la elección. Después de recibir duras críticas de sus propios aliados, el senador finalmente anunció que entregaría el programa a comienzos de la próxima semana.

La errática posición de Guillier sobre el programa alimenta las sospechas de improvisación y falta de profesionalismo en su campaña. Hubiera sido razonable —e incluso loable para un candidato de izquierda, después de la fijación programática de Bachelet—, que Guillier relativizara la importancia del programa. Pero la forma en que ha cambiado su postura sobre si tiene o no programa de gobierno no habla bien de su candidatura, ni tampoco refleja una postura pragmática sobre el papel que debe tener ese documento en lo que realmente aspira a realizar un candidato en caso de ser electo.

Es cierto que al hacer públicos sus programas de gobierno los candidatos se exponen a críticas y asumen compromisos que, en caso de ganar, a veces les resultan imposibles de cumplir. Cuando Sebastián Piñera entregó el suyo, sus adversarios rápidamente criticaron que algunos de sus compromisos son proyectos que ya están siendo ejecutados por el gobierno actual o cuestiones que ya han sido implementadas. Peor aún, cuando los candidatos entregan demasiados detalles sobre lo que van a hacer si son elegidos, se arriesgan a que después les cobren la palabra, independientemente de si las circunstancias cambiaron o de si la nueva realidad imposibilita que el político cumpla lo prometido. Igual que un padre que les promete a sus hijos llevarlos a Disneyworld el próximo verano, pero que después se echa para atrás porque le bajan drásticamente el sueldo, las promesas amarran a los políticos y los obligan a dar explicaciones cuando las circunstancias cambian: los hijos (y los electores) siempre tienen problemas para entender por qué los padres (y los políticos) no cumplen lo que alguna vez prometieron.

Con todo, aunque la polémica por la ausencia de programa de gobierno de Alejandro Guillier comprensiblemente sea usada por sus adversarios para cuestionar su preparación y capacidad para ser Presidente, también genera una oportunidad para entender la importancia y limitaciones de los documentos programáticos de los candidatos. Al igual que un buen plan de vuelo, el programa de gobierno es imprescindible, pero toda persona razonable sabe que, como siempre hay imponderables, se trata de una hoja de ruta y no de un listado de compromisos ineludibles e inmutables.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)