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07.03.18

Las elecciones como disputa por el sentido común

(El Observador) La disputa entre elencos de gobierno que sostienen paradigmas de políticas públicas distintos está en la esencia de la democracia. La controversia programática no genera una «grieta», para usar una expresión que genera temores. Al contrario. La democracia se fortalece cuando los ciudadanos pueden optar por caminos alternativos
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Hay muchas maneras de imaginar el resultado de un proceso electoral. La más común, al menos desde que, Anthony Downs mediante, hemos aprendido a analizar la política en el eje izquierda-derecha, consiste en preguntarse sobre qué partido logrará conquistar la mayor parte de los electores de centro. El paso siguiente en el razonamiento es bastante menos obvio y consiste en intentar anticipar cuál es la estrategia discursiva específica que permite maximizar el apoyo de cada partido en este nicho clave. Acá, simplificando, se abren dos caminos diferentes. Algunos consideran que los partidos que aspiran a ganar deben identificar (mediante sondeos de opinión pública) las preferencias de estos electores en los principales asuntos en disputa y ajustar su discurso a ellas. Suele ocurrir, cuando prevalece esta estrategia, que los principales actores terminan haciendo discursos convergentes, confusos y, por tanto, políticamente inocuos. Por eso, de un tiempo a esta parte, me inclino a pensar que los que terminan triunfando son los partidos que se atreven a trazar fronteras discursivas y a batallar por el sentido común. Me explico.

El Partido Nacional recién logró desplazar al Partido Colorado en las elecciones de 1958. Para poner fin a 93 años de predominio colorado no se mimetizó con su adversario. Por el contrario, construyó sistemáticamente, durante décadas, una frontera discursiva con el "dirigismo" y el "proteccionismo indiscriminado" promovidos, según ellos, por el batllismo. Lograron ser reelectos en 1962. Pero en las elecciones de 1966 los colorados volvieron a conquistar la mayoría. No lo hicieron mimetizándose con el discurso liberalizante de los blancos. Los colorados trazaron una nítida frontera discursiva. Los colegiados con mayoría nacionalista, según ellos, por ejemplo, habían entregado el país al FMI y debilitado el sentido de la autoridad. El PN logró volver a ganar en 1989. Según una interpretación muy extendida lo hizo porque ofreció gobernabilidad durante la primera presidencia de Julio María Sanguinetti. Es cierto que la mayoría del PN cooperó con el PC en la dificilísima cuestión militar. Pero esta lectura olvida que los líderes blancos llevaron adelante una crítica demoledora de las políticas del gobierno colorado.

El Frente Amplio, entre 1984 y 2004, creció sistemáticamente (del 21% al 50%). Poco a poco, congreso tras congreso, fue moderando sus propuestas desde el punto de vista programático. La creación del Encuentro Progresista en julio de 1994 representó, en este sentido, un punto de inflexión fundamental. Pero, antes y después de la irrupción del liderazgo de Tabaré Vázquez, la izquierda se consagró a construir una frontera discursiva respecto a los dos partidos tradicionales. Sin perjuicio de la importancia de la moderación programática (no hubiera podido alcanzar la mayoría absoluta defendiendo, por ejemplo, la reforma agraria y la nacionalización de la banca), fue decisiva en su despegue electoral la confrontación sistemática. El FA nunca se mimetizó con el discurso predominante. No se instaló en el sentido común. Buscó construir un discurso alternativo. Una y otra vez sostuvo que las políticas "neoliberales" de colorados y blancos (como bloque) conducían al país a la crisis. Era necesaria y posible, sostuvo, "otra política económica". Nunca cultivó el matiz. Nunca hiló fino, pese a los esfuerzos de Líber Seregni y Danilo Astori a partir de 1995.

Si esta interpretación es correcta, la oposición solamente logrará triunfar en la elección nacional de 2019 si interpela exitosamente el sentido común que ha predominado durante la Era Progresista. No puede pretender ganar la batalla electoral sin vencer en este terreno. El discurso de los autoconvocados, en ese sentido, les ofrece un excelente ejemplo. Los autoconvocados lograron trazar una frontera discursiva muy clara. Las políticas del FA, sostuvieron, no favorecen la producción sino que la deprimen. Los productores rurales, al decir de Eduardo Blasina, cargan con un conjunto de "mochilas" que, más temprano que tarde, terminarán frenando el desarrollo económico. Los problemas que enfrenta el campo, argumentaron, son consecuencia de un conjunto de políticas erróneas que no conspiran, solamente, contra la producción agropecuaria. Todo el sector empresarial, enfatizan, está soportando una presión excesiva (tipo de cambio bajo; costos altos por la combinación de impuestos, tarifas y regulaciones laborales; sucesivas oportunidades comerciales perdidas a partir del fracaso del TLC con Estados Unidos, etcétera).

Para ganar la próxima elección la oposición debería tener un discurso tan o más persuasivo que el de los autoconvocados. Debería lograr instalar en la opinión pública, para decirlo en los términos del diputado Gonzalo Mujica (que abandonara recientemente la bancada oficialista), que las "soluciones a los problemas del país están a la derecha del FA". Un discurso de este tipo requiere valentía política y consistencia técnica. A su vez, para retener el gobierno, el FA debería ser capaz de presentar un balance positivo de lo conseguido desde 2005 en adelante en materia de crecimiento e igualdad. Puede perfectamente hacerlo. Asimismo, debería lograr que la mayoría del electorado en disputa vuelva a confiar en que lo que no pudo hacer hasta ahora (por ejemplo, reformar profundamente la educación), sí podrá concretarlo en el futuro. Lo logró en la elección departamental de Montevideo en 2015. Nada impide, a priori, que haga otro tanto a nivel nacional en el 2019. Es saludable que los partidos confronten. La disputa entre elencos de gobierno que sostienen paradigmas de políticas públicas distintos está en la esencia de la democracia. La controversia programática no genera una "grieta", para usar una expresión que genera temores. Al contrario. La democracia se fortalece cuando los ciudadanos pueden optar por caminos alternativos.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)