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14.03.18

Un nuevo ciclo de expansión del Estado

(El Observador) Los partidos siguen mandando. El FA no ha sido la excepción. Por el contrario, ha desplegado potentes estrategias para controlar políticamente a los funcionarios públicos. El debate sobre causas y consecuencias del clientelismo y el patronazgo, que tuvo su edad de oro en nuestro país hace cincuenta años, en el contexto del nacimiento de nuestras ciencias sociales, está llamado a continuar.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Hace quince años, en plena crisis, Ediciones de la Banda Oriental publicó el tomo "La Política" de su colección "El Uruguay del siglo XX". Lo hizo en acuerdo con el Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar) que, en ese entonces, era dirigido por Gerardo Caetano. En ese libro que, dicho sea de paso, merecería una reedición, Fernando Filgueira, Conrado Ramos, Jaime Yaffé y yo escribimos el capítulo sobre la evolución del Estado. Nuestro argumento era muy simple. Sostuvimos que, en líneas generales y más allá de matices y asimetrías, el Estado atravesó a lo largo del siglo pasado dos ciclos claramente distinguibles: uno de expansión (hasta 1958) y uno de retracción (desde el triunfo del Partido Nacional en 1959 en adelante). El texto terminaba con una pregunta que ha cobrado, durante este año, indudable actualidad. "Cabe preguntarse –decíamos– cuál será el impacto de la crisis actual (1999-2002) en la historia del Estado uruguayo: ¿ratificará el rumbo liberal prevaleciente o será el punto de partida de un nuevo ciclo de expansión del Estado?" (1)

Desde luego, todo depende de definiciones e indicadores. Pero si utilizamos la misma vara que aplicamos para recorrer el siglo XX, la respuesta es obvia: luego de la gran crisis de principios de siglo, el Estado uruguayo ha experimentado un nuevo ciclo de expansión tanto en términos de sus funciones como desde el punto de vista organizacional (2). Desde el punto de vista funcional, y sin pretender un recuento exhaustivo, cabe registrar que el Estado uruguayo incrementó su actividad en las funciones productiva, regulatoria y social. Pero antes de decir dos palabras sobre esto, hay que consignar que, probablemente, haya retrocedido (como otros en la región) en el desempeño de la función coactiva, la más clásica de todas las que lo caracterizan. Pese a los esfuerzos realizados por las autoridades, el narcotráfico ha extendido su influencia y desafía más de lo que solemos pensar la capacidad estatal de ejercer el control del territorio.

Otras funciones, en cambio, se han expandido. Un buen ejemplo de la revitalización de la vieja vocación productiva del Estado uruguayo es la apuesta a la producción de biocombustibles (biodiésel y bioetanol) en ALUR. Desde luego, en materia de regulaciones, el despliegue fue mucho más intenso. Se han incrementado de modo sensible las regulaciones en múltiples dimensiones de la actividad económica. El fortalecimiento de la capacidad de supervisión del sistema financiero del Banco Central, el restablecimiento de los Consejos de Salarios y el incremento de los controles ambientales desde Dinama, son apenas tres ejemplos de una tendencia general. Desde el punto de vista organizacional el Estado uruguayo también ha crecido visiblemente. La creación y expansión del Ministerio de Desarrollo Social es el caso más obvio. Pero, hay otros, como la instalación y despegue de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. No puede sorprender en este contexto que el número de funcionarios públicos haya crecido. Según datos de la ONSC, el número de funcionarios pasó de 171.285 en 2005 a 222.839 en 2015.

Debe quedar claro que no estoy haciendo un juicio de valor. No elogio ni condeno el crecimiento del Estado. Me limito a constatarlo y, en todo caso, a ratificar una de las hipótesis explicativas que en su momento formulamos para dar cuenta de los dos ciclos anteriores: la ideología del elenco político gobernante es decisiva. La causa principal de este nuevo ciclo de expansión del Estado es el triunfo del Frente Amplio que, como suele pasar con los partidos de izquierda en todo el mundo, lleva "el Estado en el corazón". Los partidos de izquierda suelen pensar que es posible conciliar crecimiento e igualdad. Y que, para ello, el Estado juega un papel crucial. Así pensaba el batllismo durante las primeras décadas del siglo. Así piensa el FA, más allá de diferencias internas, casi un siglo después.

El cambio de signo político del partido (o de la coalición) gobernante ha tenido, a lo largo de la historia, un impacto notorio en el papel del Estado en Uruguay y en su vínculo con el Mercado. Pero no ha determinado modificaciones sustantivas en la pauta de relación entre política, técnica y administración. Éste es otro de los asuntos que, en estos días, está en el centro del debate público. A diferencia de otros países en los cuales las estructuras del Estado precedieron a los partidos (España, Francia o Alemania, para mentar historias conocidas), en Uruguay los partidos construyeron la burocracia estatal. Por eso mismo, han mantenido un control estricto sobre todos los funcionarios, tanto sobre "generalistas" (los burócratas tradicionales) como sobre "especialistas" (los profesionales del escalafón técnico). Los partidos siguen mandando. El FA no ha sido la excepción. Por el contrario, ha desplegado potentes estrategias para controlar políticamente a los funcionarios públicos. El debate sobre causas y consecuencias del clientelismo y el patronazgo, que tuvo su edad de oro en nuestro país hace cincuenta años, en el contexto del nacimiento de nuestras ciencias sociales, está llamado a continuar. l

(1) Fernando Filgueira, Adolfo Garcé, Conrado Ramos y Jaime Yaffé (2003). "La evolución del Estado uruguayo. Los dos ciclos del Estado uruguayo en el siglo XX". En El Uruguay del siglo XX: La Política. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental – Instituto de Ciencia Política, pp.173-204.
(2) Remito al lector al prólogo de la reedición de la Historia Económica del Uruguay, de Ramón Díaz, escrito por Hernán Bonilla, publicado recientemente por Taurus.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)