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03.04.18

Obstruir es más fácil que cooperar

(El Líbero) La izquierda enfrenta una decisión que tendrá consecuencias electorales significativas. Si rechaza la oferta de construir acuerdos y en cambio decide convertirse en una oposición obstruccionista, sus tropas más polarizadas celebrarán los portazos que ese sector dé en la cara del gobierno. Pero electoralmente el costo será alto y se pagará inevitablemente en las próximas elecciones.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Para aquellos que creen que la política consiste en construir muros en vez de puentes, obstruir es siempre una mejor estrategia que emprender el complejo camino de construir acuerdos. Aunque es mejor para el país que sus líderes políticos acepten acuerdos que son menos que óptimos desde sus visiones ideológicas, no faltan los líderes que prefieren dedicarse a bloquear desde la oposición las iniciativas del gobierno con la esperanza de que la gente castigue a las autoridades por sus insuficientes logros. La gran decisión que debe tomar ahora la izquierda chilena es si quiere dedicarse a usar su mayoría en el Congreso para obstruir al gobierno de Piñera o si quiere apostar a que en, cuando los chilenos vayan a las urnas en 2021, premien a una izquierda que se dedicó a construir más que a un gobierno que tendrá resultados positivos que mostrar.

A menudo cuando un político muere o se retira, sus simpatizantes destacan la consecuencia con la que ese político luchó por sus ideales. Pero si bien es esencial que los buenos políticos tengan un norte que guíe sus pasos, la negociación y búsqueda de acuerdos es inherente a su oficio. En política no se avanza en línea recta. Porque hay obstáculos y hay diseños institucionales que promueven la formación de grandes mayorías, los políticos que quieren avanzar sin transar o que buscan pasar retroexcavadoras siempre terminan viendo sus planes frustrados. Es verdad que algunos, al perder la paciencia, rompen las reglas del juego y usan herramientas autoritarias para tratar de imponer sus visiones y posturas.  Pero las ventajas que pueden obtener al alejarse del juego democrático más temprano que tarde se convierten en pasivos que su propio sector deberá pagar por largos años. Después de dos décadas de morder el polvo de la derrota electoral, la derecha chilena aprendió con sudor y lágrimas la lección por haber apoyado a una dictadura militar. Hoy, en su segundo período en el poder, parece convencida de la necesidad de gobernar construyendo acuerdos.

Naturalmente, esa estrategia supone una cierta renuncia a la pureza ideológica. Cuando uno se sienta a la mesa a negociar la construcción de un gran acuerdo hay que estar dispuesto a ceder y hacer concesiones. Los grandes acuerdos suponen una cierta renuncia a ir en la dirección preferida, pero los beneficios consisten en que todos podemos llegar más rápido a destino.

Durante las dos décadas de gobiernos concertacionistas, el diseño institucional heredado de la dictadura forzó la construcción de grandes consensos para lograr avanzar en la construcción de una mejor democracia con más crecimiento y más oportunidades. La cancha de juego en que se produjeron los grandes acuerdos estaba cargada a favor de la derecha. Pero el resultado de forjar acuerdos terminó siendo tremendamente positivo para Chile.

Hoy, después de haber caído derrotada claramente en la segunda vuelta presidencial de diciembre de 2017, la izquierda duda entre usar su posición mayoritaria en el Congreso para bloquear el accionar del gobierno de Sebastián Piñera o aceptar su oferta de sentarse a negociar para forjar acuerdos. Como la izquierda está pasando por un momento en que todo aquello que rememore los años de la Concertación resulta inaceptable, la oferta de construir grandes acuerdos es rechazada de plano por aquellos que no logran ver la diferencia entre el Chile de los 90 y el de 2018.

Algunos en la izquierda dudan de la intención del gobierno de Chile Vamos. Alegan que la derecha puede usar el Tribunal Constitucional para imponer su voluntad. Recordando la actitud obstruccionista de parte de la derecha a comienzos de los 90, esos líderes de izquierda que quieren negar la sal y el agua al gobierno de Piñera no ven que esa estrategia de obstrucción fue demasiado costosa electoralmente para la derecha. Esa izquierda obstruccionista no entiende que la derecha ya aprendió la lección de que es mejor avanzar más lento con acuerdos, porque al final se llega más lejos.

Ahora que la luna de miel del Presidente Piñera llega a su fin y que abundarán las excusas para intentar polarizar a la opinión pública y rearticular a los movimientos sociales, la izquierda enfrenta una decisión que tendrá consecuencias electorales significativas. Si rechaza la oferta de construir acuerdos y en cambio decide convertirse en una oposición obstruccionista, sus tropas más polarizadas celebrarán los portazos que ese sector dé en la cara del gobierno. Pero electoralmente el costo será alto y se pagará inevitablemente en las próximas elecciones. Porque la gente dice admirar a los políticos intransigentes en sus principios, pero electoralmente premia a aquellos que son capaces de construir puentes, si la izquierda opta por dedicarse en estos cuatro años a construir muros, deberá irse preparando para una larga travesía en el desierto de ser una oposición permanente.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)